Patricio Manns, en el contexto de 1960, demostró que era posible resistir a los intentos culturales neocolonizadores que soplaban fuerte sobre toda nuestra Latinoamérica. Por lo pronto se lo demostró a sus colegas músicos y cantores, quienes incitados por el “suceso Manns” desplegaron sin inhibiciones su creatividad y con ello provocaron una suerte de explosión cultural plena de reverberaciones en las restantes disciplinas artísticas. La Nueva Canción Chilena, según mi percepción, se transformó así en el engarce que le faltaba a la cadena del movimiento cultural, caracterizado por su preocupación social predominante, que venía gestándose desde la década del 40.
Es curioso, Patricio en los años 60 apareció sincrónicamente cuando el contexto histórico-cultural lo necesitaba. ¿El objeto hace al sujeto, o este al objeto?
No lo sé, supongo que la respuesta continúa dependiendo de las gafas que nos pongamos. Pero lo que sí puedo afirmar es que en aquellos años no teníamos “política cultural” oficial, excepto la que históricamente hemos tenido los artistas e intelectuales en Chile: resistir. Porque la verdad, las mejores expresiones artísticas e intelectuales de mi país son las que han nacido de una actitud de resistencia cultural. Poetas, escritores, pintores, teatristas, cineastas, músicos, etc, etc, han echado mano a su coraje personal, a su porfía para crear y comunicar su arte. Todos lo han logrado “a pesar de...”.
Cuando Manns con sus canciones hizo conexión con ese cordón subterráneo y misterioso que sin subordinarnos nos “globaliza” a todos, el Arte, los chilenos tuvimos más claro que éramos diferentes y a la vez similares a otros. Y más allá de nuestras fronteras, aquellos que escucharon las canciones de Manns, sintieron también que siendo diferentes eran similares.
Me alegro pues, que la SCD le haya otorgado este reconocimiento a un artista de la envergadura de Manns.
Mientras tanto Chile sigue siendo cuna de individualidades artísticas, hasta que seamos capaces de articularnos otra vez en un movimiento cultural, ese que hoy está disperso, tentativo, incubando en experiencias individuales o pequeños grupos. Un movimiento que no necesita ni programas ni políticas, sino simplemente nuestra capacidad de resistencia, aunque hoy tal vez a la luz del acontecer político, con un poco más de esperanza. Quién sabe si por sincronismo otra vez, en los próximos cuatro años y coincidiendo con el Bicentenario emerjan jóvenes artistas e intelectuales que logren conectarse con ese cordón subterráneo y misterioso reforzando nuestra identidad nacional –enriquecida hoy en su diversidad y nuevos momentos históricos– para aportar nuestra diferencia a la similitud de los otros y recibir con mayor provecho las diferencias que nos hacen similares.
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