2) La política es la construcción de acciones recíprocas y, particularmente, la determinación recíproca de los sujetos.
Esta idea se refiere a que la política implica la relación de dos o más actores políticos que determinan sus acciones con las de otros actores, y viceversa. Esta idea excluye la noción de tecnología social, ya que se fundamenta en el razonamiento de que un agente puede diseñar o prever las acciones de los actores sociales y la sociedad en su conjunto. En ese marco, la política no existe, pues no hay relación entre varios actores y —más importante— no hay determinación recíproca de sujetos.
La determinación recíproca de sujetos alude a la inexistencia en el espacio político de actores preconstituidos: contra éstos Lechner afirmará que los sujetos políticos y sus identidades no están constituidos a priori sino que se construyen en la dinámica e interacción del espacio político. Esta idea ha sido desarrollada de manera más extensa por Laclau.
3) La política es acción instrumental, pero también es acción y expresión simbólica.
Esta idea afirma que la política tiene un innegable carácter instrumental, pero no se limita a esto. No todas las acciones ni todos los temas que abarca la política tienen una orientación pragmática sino que parte importante se refiere a una dimensión simbólica, subjetiva y expresiva. Como veíamos en el primer apartado, la política es el espacio y el ejercicio que nos conduce a un mundo común en el sentido arendtiano. En este lugar y tiempo, los individuos reafirman su pertenencia a una colectividad, a una sociedad que les precede y que les sobrevivirá. La política es expresión simbólica pues por medio de la constante recreación de la vida colectiva, a partir del mito y el rito político, 7los sujetos afirman y reproducen la constitución de un “nosotros” ligado a determinada concepción del mundo, determinado tiempo y un proyecto colectivo en el futuro. 8En ese sentido, nos dirá Lechner (1986: 4), la política tiene una función simbólica y normativa, destinada a regular las relaciones sociales de los sujetos.
4) La formalización de la política distancia, pero también es condición de la expresión de subjetividad.
El establecimiento de normas e instituciones en el ejercicio de la política, distancia. Excluye la espontaneidad, burocratiza las interacciones: el individuo se siente distanciado de sus “representantes”. Sin embargo, nos dirá Lechner, la formalización es inherente a la política y no puede haber expresión de subjetividad sin ella. ¿Por qué? En este punto, la reflexión de Lechner es en extremo similar a la de Arendt: la formalización de la vida, el establecimiento de normas estándares para la interacción en el mundo común es preciso, justamente, para que la pluralidad pueda expresarse; formalizar las diferencias implica establecer condiciones para que ésta pueda existir y no quede sumergida en una simbiosis perversa con el todo social. Al reducir la espontaneidad vía formalización, la política permite relaciones sociales que no ponen en juego los valores personales o las características de cada quién. 9
Para Arendt, está idea tomará forma en torno a la noción de pluralidad , pues ésta será una característica inherente al mundo de lo humano y de quienes lo componen: por medio de su relación con el mundo objetivo, cada individuo afirma su propia unicidad y su irrepetibilidad. Ser humano implica compartir un mundo con otros individuos, diversos, únicos e irrepetibles. Si el lugar del trabajo es para Arendt el lugar de lo que es homogéneo (las necesidades básicas), el espacio de lo político será aquello que creará, recreará y mostrará las diferencias entre cada individuo. 10
Hasta aquí hemos definido las identidades individuales y colectivas, lo mismo que lo que entenderemos por política. Ahora podemos cómo entenderemos la identidad política.
La identidad política no puede ser concebida de manera individual, aun cuando se encuentra en estrecha relación con aquello que delimita la identidad individual. La identidad política refiere la identificación de un individuo con un “nosotros” y con la voluntad de establecerse, decidir y trabajar en un mundo común que le precede y que le sobrevivirá. La identidad política es el deseo de incidir en esta vida colectiva y por ello no puede ser construida ni puesta en movimiento más que cuando estamos con otros, aun imaginados , en quienes reconocemos similitudes y diferencias. Esto no significa, por supuesto, que la identidad política no influya la conformación de la identidad individual de cada sujeto, o viceversa. Al contrario, la identidad política se construirá no sólo con los elementos presentes en determinado contexto sociocultural, sino que tomará otros que son fundamentales en la biografía personal de cada individuo: la trayectoria familiar, la inserción de determinado momento histórico, la socialización política temprana, la formación laboral y las redes sociales tendrán un peso significativo en la construcción de esta identidad política. Asimismo, la participación en organizaciones será clave para esta construcción. Con todos estos elementos, la identidad política se convertirá en una más de las pertenencias que organizan la identidad individual de un sujeto: la importancia de ésta variará ampliamente de un individuo a otro.
En consecuencia con lo señalado arriba, la identidad política no puede ser considerada como un fenómeno a priori o como algo derivado de alguna de las pertenencias sociales de los sujetos. Si bien éstas pesan en la configuración de la misma, dadas las características socioculturales del contexto en que se insertan, las identidades políticas son permanente tránsito y construcción en función de la acción en el campo de lo político. Así, como bien nos decía Lechner, los sujetos se conforman y construyen a lo largo de su aparición y su intervención en el espacio instrumental y simbólico que es la política.
Pero entonces ¿por qué se involucran los sujetos en este espacio?, ¿por qué destinan su tiempo a organizaciones políticas? Los enfoques teóricos que han explicado la acción colectiva tienen una larga trayectoria intentando resolver este problema denominado free rider (Olson, 1992). Enfoques como el de movilización de recursos y el de elección racional han tratado de desentrañar en particular la relación entre los altos costos de la participación en organizaciones y acciones colectivas, los incentivos selectivos y la repartición de beneficios, y han mostrado la complejidad de aquello que impulsa a los sujetos a actuar en este mundo común . En respuesta, se ha buscado introducir la identidad colectiva para explicar la motivación de los individuos para participar.
Polleta y Jaspers (2001: 291) realizan una importante crítica a este uso del concepto de identidad colectiva que compartimos en este trabajo. En primer lugar, estos enfoques implican asumir la preexistencia de la identidad política, y esto va directamente en contra de aquellos aportes que hemos tomado de Lechner y que plantean que la identidad política se construye en el devenir del espacio político y en relación con otros actores del mismo campo. Los autores coinciden con este punto y subrayan que en muchas ocasiones, aun cuando existen pertenencias comunes (clase, raza, religión, etc.), eso no implica la existencia de una identidad: ésta será contingente al accionar de los sujetos. 11
Otro punto importante para estos autores es que los distintos enfoques que han introducido el tema de la identidad colectiva han intentado ponerla como eje que impulsa la actividad y la participación en organizaciones, al tratar de establecer una racionalidad alternativa para explicar el comportamiento de los individuos. Sin embargo, para ellos es central que se reconozca que en muchas ocasiones la sola participación o pertenencia a un grupo, a una comunidad imaginada , tiene una gratificación afectiva, emocional, o bien, es esencial en la identidad personal de un individuo. En estos casos, no es que los individuos no tengan racionalidad o que tengan una racionalidad alternativa , más bien las satisfacciones que el individuo recibe al pertenecer son más importantes en su jerarquía de opciones.
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