El primero de estos puntos se refiere a que una de las características de la política, desde mediados de la década de 1980, será la emergencia de los denominados nuevos movimientos sociales, fenómenos de participación colectiva que muestran características radicalmente distintas. A partir de un diagnóstico del declive del paradigma clásico de la política , estos actores emergentes se insertan en el espacio político mediante una interpelación basada en pertenencias sociales antes invisibilizadas o subsumidas por los grandes ejes de las identidades colectivas, la clase y la nación: el género, la condición lésbico-gay, la pertenencia a grupos étnicos o pueblos indígenas.
El segundo punto es que estos movimientos no orientan necesariamente su acción política en relación con el control, la transformación o la destrucción del Estado. Muchos de ellos apuntan a la sensibilización de la sociedad frente a ciertos temas o buscan un cambio cultural en ciertos asuntos. El eje de la acción se desplaza del Estado hacia la sociedad civil, al buscar su transformación o su participación en ciertos temas.
El tercer punto es que tales movimientos buscan formas alternativas de participación colectiva que no se sustenten en la lógica de partidos. Es decir, estos movimientos rompen con la articulación de lo Uno y lo Múltiple mediante su énfasis en la decisión, la conciencia y la acción individual, y la producción de formas organizacionales no jerárquicas. De este modo, la participación tiene un carácter más laxo, intermitente y no exclusivo. Los individuos pueden participar indistintamente en más de una organización.
Esta forma de hacer y pensar la política dirigió sus dardos a puntos neurálgicos del paradigma clásico mostrando sus debilidades, a la vez que permitió la incorporación de grupos sociales e individuos antes marginados del espacio político, y desarrolló vías alternativas de participación ampliamente documentadas por las ciencias sociales latinoamericanas desde la década de 1980. Poco a poco, su enfoque dinámico y su acento en los conceptos de cultura e identidad ganaron terreno. Sin embargo, esta forma de pensar la política no ha estado exenta de críticas, muy fuertes en la última década, las que han marcado su paulatino declive. Las principales son:
El “diálogo de sordos”. Esto es, que este enfoque convierte las identidades en esencias intrínsecas, con lo que el ejercicio de la política se vuelve una conversación entre sujetos incapaces de comprenderse entre sí (Gitlin, 2000: 62; Arditti, 2000: 111). Y esencializar las diferencias, se dice, endurece las fronteras entre identidades fragmentando la política de lo compartido: hay que tener cuidado con “reemplazar el esencialismo de la sociedad por el esencialismo de los dialectos” (Arditti, 2000: 111).
La crítica de la marginalización de lo político: que apunta a que la exacerbación de las diferencias y de los grupos desplazados convierte la política en un ejercicio de mirar hacia lo marginal, exaltando acríticamente la diversidad. Esto conduce al “auto repliegue, a una jactancia torva y hermética que celebra la victimización y la estética de la marginalidad” (Gitlin, 2000: 62).
El acento en la acción y la decisión individual genera extrañamiento y soledad en los individuos. Si bien la mayor parte de los autores comparte cierta crítica en torno al colectivismo del paradigma clásico de la política, advierte que hay que ser cuidadoso pues el desarraigo propio de la sociedad contemporánea y la disolución de certezas que conllevan el acento en la conciencia individual, generan una angustia en los sujetos que puede derivar, muchas veces, en el resurgimiento de discursos comunitaristas o colectivistas basados en la fantasía del Pueblo Uno (Arditti, 2000: 106). En otros casos, esto puede generar también un retraimiento a la esfera privada, a la exacerbación del individualismo y la indiferencia.
Sin embargo, parece ser que hoy nos encontramos en tránsito hacia un nuevo paradigma de la manera de pensar y hacer política, lo cual genera nuevas formas de articulación de la identificación política y cuya complejidad no puede ser captada con las formas de análisis utilizadas en anteriores paradigmas: parece recuperar elementos de las dos maneras de hacer política que han caracterizado el siglo XX, en una síntesis nueva y dinámica. No obstante, la escasa bibliografía indica el gran desconocimiento de aquello que constituye las nuevas manifestaciones de lo político en las sociedades latinoamericanas y de sus especificidades, por lo que es preciso desarrollar una agenda de investigación orientada a la producción de conocimiento en esta área. Este trabajo pretende aportar en ese camino.
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