En general, los actores políticos hacen referencia a propuestas de desarrollo local a partir de proyectos de desarrollo global ligados al crecimiento económico, cuyos indicadores son los niveles de exportaciones, lo que se relaciona con el predominio de un poder simbólico y decisional aceptado como normal por grandes porciones de la población. Ello a su vez determina lo que ocurre en las escalas de apreciación e integración denominadas locales y también lo que se requiere reflexionar sobre la pertinencia de estas, que pueden considerarse las que mejor permiten observar, concretar y operar las expresiones culturales de adaptación así como la coexistencia con el entorno natural.
El desarrollo local como alternativa
Dentro de las propuestas de desarrollo alternativo la vertiente del desarrollo local ha tenido gran importancia y ha dado lugar a “diversas versiones sobre desarrollo local […] particularmente cuando se habla de DL desde Europa […] y cuando se habla desde América Latina”. En el análisis de la escuela europea el eje vertebrador gira alrededor del desarrollo económico local (DEL), mientras que en América Latina lo hace la concertación y participación de actores locales (Carpio, 2006, en Carpio, 2015, p. 81).
Sin embargo, en desarrollo local la dimensión económica es básica, pero entendida —más que como crecimiento de la riqueza— como crecimiento de la capacidad de auto sustentar oportunidades de producción de empleos, de calidad de vida. No se puede desconectar la dimensión económica de la dimensión cultural, política y social. En Latinoamérica, y luego de ensayar modelos, recetas y proyectos que no han dado resultado, es imposible pensar en desarrollo separando esas distintas dimensiones (Caruso, 2004).
El territorio en sus escalas comunitaria, regional o municipal es un espacio concreto delimitado geográficamente e históricamente determinado, donde se recrea la cultura y se satisfacen las necesidades de la población humana, así como el ámbito de coexistencia con otros seres, fenómenos de la naturaleza y de los recursos que permiten la subsistencia.
La perspectiva territorial es también una de las más convenientes para reconocer los ecosistemas específicos, las especies y los objetos de la naturaleza que los individuos o grupos humanos manipulan para realizar un uso, adecuado o no, de tal riqueza. “Las planificaciones centralizadas en general han fracasado porque se trazan atendiendo promedios nacionales y en la práctica no se adecuan a las distintas realidades locales. Las planificaciones centrales no están pensadas para lo local. En la práctica, el desarrollo local busca particularidades, singularidades, no para crear islas sino para que a grandes lineamientos de desarrollo se responda de determinada manera. Por ejemplo, si se dice ‘país productivo’ esto significa cosas diferentes entre un estado o un municipio y otro” (Caruso, 2004).
Figura 1.1. Niveles de organización.
El desarrollo local en las urbes
Suele asociarse al desarrollo local con las áreas rurales, pensando en comunidades que generalmente se dedican a las actividades agrícolas, ganaderas y pesqueras, es decir, principalmente ubicables en el sector primario, y por lo general desempeñadas por personas que habitan en poblaciones urbanas medianas o pequeñas. Pero en la actualidad la mayor parte de la población vive en ciudades y el desarrollo local tiene que asumirse como una necesidad educativa en todos lados, pues parte de los mayores problemas se originan en las formas de vida de los conglomerados humanos, todavía conformados por masas de analfabetas ambientales que requieren capacitación sobre el cómo hacer desarrollo local en su territorio.
Lo anterior parece indicar la necesaria atención a las nuevas denominaciones sobre las ciudades y su requerida condición de sustentabilidad. La conversión en ecociudades implica medios de transporte alternativos, buen tratamiento en la recolección de basuras, uso de energía solar, zonas verdes para sus ciudadanos, agricultura a pequeña escala, preferencia por el peatón en lugar del automóvil, edificios verdes. Se vuelve necesaria la constitución de los ecobarrios que prevengan el daño ecológico mediante el uso de tecnologías limpias, mediante la promoción de liderazgos locales, conexión en redes y gestión de la innovación para el tratamiento ambiental. Verdaguer (2000) señala que la escala del barrio era ya un escenario privilegiado para el buen urbanismo tradicional preocupado por las dotaciones y por los equipamientos y la buena forma de la ciudad, pero que “el enfoque ecológico no hace sino corroborar y ratificar este planteamiento al otorgar una especial preponderancia a las condiciones locales, al ámbito físico real, en el que se desarrollan los procesos urbanos” (Verdaguer, p. 72).
Para Cuello (2012, p. 1) un ecobarrio es una fracción urbana “que se destaca por su mejor desempeño en las dimensiones del desarrollo sostenible (ambiental, social y económica), respecto a los barrios convencionales. Puede tener origen en un tratamiento urbano de desarrollo pero también de re-desarrollo, renovación urbana o mejoramiento integral”.
Tendencias en la forma de concebir el desarrollo local
Se pueden identificar tres versiones en los discursos sobre desarrollo local en América Latina: “el Desarrollo Económico Local, la Municipalización del Desarrollo Local, y la perspectiva Local-Global o Sinérgica, aunque en la práctica estas se combinan y complementan, aquí nos referimos a sus énfasis y objetivos de trasfondo para evidenciar que existen múltiples vías para el desarrollo local” (Arocena, 2002 y 2006, en Carpio, 2015, pp. 82-83). Según Carpio, la perspectiva local-global o sinérgica sería la más progresista, en el sentido de que “es un proceso de construcción teórico y político que se sustenta en la correlación de varias dimensiones (económica, social, político, ambiental y cultural) y que busca incidir en transformaciones democráticas nacionales a través de la articulación de las políticas nacionales con las locales y de éstas con las primeras en un marco de concertaciones sociales y de un Estado descentralizado. Lo global cabe en esta versión como un referente necesario y cuyas señales pueden ser orientadoras en la definición de procesos y prioridades locales [notando que] los actores locales constituyen el motor que anima un territorio [y] constituyen tejidos y redes de acción colectiva”. Es vigente por tanto el principio estratégico de pensar y actuar local y globalmente.
Por su parte, la visión territorial que enfatiza la relación de los ciudadanos con el entorno municipal aporta una visión para propiciar las reflexiones y las acciones desde la unidad político-administrativa y de manejo ambiental que opera en el territorio nacional. De manera complementaria, la visión económica del desarrollo local no deja de tener elementos importantes cuando se asume que una regla de oro, que como señaló Caruso (2004), es la de propiciar que, para el efectivo desarrollo del buen vivir, haya valor agregado en las actividades productivas.
El desarrollo local como un conjunto complejo de interacciones
Las interacciones entre las personas y los territorios, o más bien los espacios en los que coexisten y se influyen mutuamente, hacen pensar en que —a diferencia de lo que más convencionalmente se opina— no sólo la gente es el sujeto social alrededor de lo que todo sucede en tales espacios denominados territorios, sino que estos son también sujetos de los procesos que se dirimen, y propiamente agentes que determinan de una manera importante los fenómenos y procesos que toman lugar y efecto.
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