1 ...6 7 8 10 11 12 ...25 —¿Contigo? —solté en una risa malvada—. No, gracias.
Dejándolo con la palabra en la boca me giré, y con todo el autocontrol de que puede ser capaz una, al tener al hombre más impresionante del planeta tierra, a sus espaldas, me alejé. Tenía ganas de parar a aplaudirme a mí misma. Me estaba controlando bastante bien, el problema era que no sabía cuánto tiempo duraría mi autocontrol.
Decidí que iría a alguna iglesia a poner una velita. No era muy católica, pero sí tenía que serlo para no ceder ante Bennett, lo sería. Sí tenía que rezar, rezaría. Podía caer entre sus manos, ser una muesca más de su cabecero, no obstante, me negaba.
Sí, puede que mi cuerpo me gritara que cayera. Pero mi orgullo me lo impedía.
Capítulo 4.
Conducía como un loco por las carreteras de las afueras de Madrid. Llegaba tarde a una reunión importante a la que tenía que acudir sí o sí.
Habían pasado dos días desde que la insoportable, pero deseable diseñadora, me dejó en el parking del hotel, sin tan siquiera molestarse en ayudarme. Dos largas horas esperé por la maldita grúa. Después de un día en el taller mi Aston Martín estaba preparado para volver a la carretera.
No me había molestado en ponerme en contacto con la “simpática” señorita Rivas, sería ella quien acudiría a mí. Estaba completamente seguro que tarde o temprano lo haría, la otra opción la descarté para que mi orgullo saliera intacto.
Subí a Muse y su Panic Station tan alto como pude, librando a mi mente de pensar en la diseñadora, que últimamente no podía quitarme de la cabeza. Suponía que, al ser rechazado, las ansias de tenerla crecían. Aun así, no lo entendía, durante dos noches disfruté de las atenciones de Karina y no me encontraba relajado, al contrario. Tendría que volver a llamarla, que pasara por el hotel y que obrara magia.
—No. No. NO… ¡Mierda! —golpeé el volante en cuanto el coche comenzó a perder fuerzas hasta detenerse.
“¿Podría pasarme algo más hoy?” me pregunté. Brandon me sacó de la cama a la seis de la mañana para asistir a cuatro entrevistas, mi hermana no paraba de agobiarme con que la fuera a visitar a Barcelona, donde vivía con su marido y los dos niños. Y para colmo, me iba a perder la maldita reunión porque el maldito Aston Martín me había vuelto a dejar tirado.
Cogí el móvil para pedir ayuda, dado que me encontraba en mitad de la nada, lo único que se ojeaba en el horizonte era carretera y descampados. Ni rastro de vida humana.
—¡Cómo no! —grité tirando el iPhone contra el asiento del copiloto. Estaba sin batería.
Si hubiera estado en una película de terror habría cumplido todos los tópicos.
No me quedaba otro remedio que ensuciarme las manos. Salí del coche cerrando de un portazo y abrí el capo, dispuesto a arreglar lo que demonios le pasara a aquel cacharro. Siempre me había gustado ejercer de mecánico, arreglar viejos coches. Era una de mis pasiones. Pero el Aston Martín no tenía nada fuera de lo común, parecía estar perfecto. Obviamente no lo estaba, dado que no arrancaba.
No podía hacer otra cosa que esperar a que un buen samaritano pasara y me ayudara. Me apoyé contra el capó y esperé y esperé…
Y por fin, un SEAT León se detuvo.
—Esto tiene que ser una broma —murmuré mirando al cielo, como si esperaba ver a alguien ahí arriba descojonándose de mí.
—Mira a quien tenemos aquí; Don ego inflamado. ¿Tú querido Aston Martín ha vuelto a dejarte tirado?
Definitivamente aquel no era mi día. ¿Tenía que ser justamente ella?
Miré a la diseñadora, o Miss simpatía, e intenté controlarme.
—Ya ves… —musité tragándome lo que verdaderamente quería decirle—. ¿Es que piensas ayudarme con telequinesia? ¿O te vas a bajar del coche?
—¿Ayudarte? —se carcajeó dentro de la seguridad de su SEAT—. No mi niño, no. Tengo mejores cosas que hacer. Que tengas suerte.
Mi guiñó un ojo y cumpliendo lo dicho se largó, dejándome por millonésima vez atónito. Una vez más había vuelto a dejarme tirado, sin ayuda. “No soporto a esa mujer”, rugí mentalmente.
Cabreado. Muy cabreado, comencé a caminar en la misma dirección en la que se había marchado Miss simpatía. Caminé y caminé hasta encontrar un bar apartado de la civilización.
—Un whisky doble, por favor —le pedí a la camarera, aflojándome el nudo de la corbata.
No llegaría a la reunión, Brandon me sermonearía, pero nada me impedía emborracharme.
—¿Tú otra vez? —dijo una alegre voz femenina a mis espaldas. Me giré y ahí estaba, Miss simpatía en todo su esplendor, con aquella sonrisa altiva—. ¿Tanto me deseas que me has seguido? —preguntó sentándose a mi lado.
Las irremediables ganas de empotrarla contra la pared y callarla a base de polvos crecieron. Sustituir aquella expresión de burla, por una de placer.
—¿A ti? —levanté una ceja, mirándola como si no fuera más que una mosca—. Mira guapa, prefiero matarme a pajas.
Mirian se echó a reír, aporreando la mesa con la palma de la mano. Yo seguí impasible, llevándome la copa a los labios y degustando el sabor del whisky .
En aquel momento me sentía como pinocho. Es cierto que no la seguí, o al menos no conscientemente. No obstante, la deseaba, puede que más de lo que me hubiera gustado. Aquella mujer me sacaba de mis casillas.
Sus grandes ojos volvieron a los míos y sin borrar la sonrisita me contestó con calma:
—Por lo menos coincidimos en algo: yo también pienso que soy guapa.
Estallé en una carcajada. En aquello no podía mentirle, era guapa. Una belleza natural, que conseguía cautivarme. Estaba demasiado cansado de mujeres de plástico y Mirian poco tenía que ver con ellas. En el instante que la vi con aquel traje rojo, marcando cada una de sus curvas, supe que no iba a parar hasta meterla entre mis sabanas. No obstante, seguía siendo insoportable, y por mucho que la deseara no me iba a arrastrar. Así que en lugar de hacer lo que mi cuerpo y mi entrepierna me pedían, seguí con la pantomima de que aquella mujer no me ponía, cuando la realidad era que mi polla saltó nada más verla.
Haría que fuera ella quien me buscara, costara lo que costara, lo iba a conseguir.
—Siento desilusionarte, pero no eres mi tipo —le escupí con desdén.
—Ya son dos cosas que tenemos en común: tú tampoco eres mi tipo. —Inclinó la cabeza a la izquierda, llevándose la copa a los labios en los que dibujó una sonrisa maliciosa.
—Mientes muy mal.
Sus ojos se agrandaron y casi se atraganta. Había mentido, me deseaba. Me palmeé el hombro mentalmente.
Me dedicó una mirada para nada agradable, se le tensó la mandíbula y sin perder la sonrisa dijo:
—Mira mi niño, a mí los tíos como tú; prepotentes y engreídos, lo único que ponen es enferma.
Mi cara debía de ser un poema. Sus labios carnosos y demasiado apetecibles se le curvaron con suficiencia, los mismos que no paraban de tirarme dardos envenados. No podía dejar de mirarlos, me incitaban a besarlos, morderlos, pero sobre todo a callarlos.
“¡Basta!”, me grité. Estaba perdiendo el poco autocontrol que me quedaba. Nunca había actuado así, cuando de mujeres se trataba no tenía que hacer mucho esfuerzo para conseguirlas. En cambio, la diseñadora era un hueso duro de roer, pero no imposible.
Bebí un largo trago de whisky , mirando disimuladamente a sus perfectos pechos.
—Tengo una hipótesis sobre ti. —Su expresión divertida me animaba a continuar—. Eres así de inaguantable porque nadie te ha follado como tú necesitas ¿Me equivoco?
Me mordí el cachete, aguantando las súbitas ganas que tenía de reírme al ver que su sonrisa se debilitaba. La victoria me duró poco.
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