Encontré a Carlos en nuestra mesa, la que nos habían asignado. Me senté junto a él, que me observaba divertido. Dejé escapar un largo suspiro y acepté la copa que me ofreció. El líquido bajó por mi garganta de un trago.
—¿De qué quería hablar? —inquirió en un susurró.
—El muy gilipollas dijo que tardaría menos de dos semanas —dije más para mí misma, que para saciar la sed de cotilla de mí amigo.
—¿Dos semanas para qué? —Lo miré con las cejas alzadas, como si la respuesta fuera obvia, que lo era—. ¡Oh, Dios mío! —Se tapó la boca de inmediato, al darse cuenta de que había levantado la voz más de lo necesario. Varios ojos curiosos nos miraban—. ¿Y qué piensas hacer?
—Nada.
—¿Es que no te interesa?
—No —negué horrorizada.
Obviamente me interesaba, pero aquello sería un secreto del que solo yo sería conocedora. O eso es lo que pretendía.
—Mimi, cuando vayas a mentir y quieras que me lo crea, intenta controlar tu cabeza.
Le arrebaté la copa de sus manos, sin importarme lo que hubiera dentro y la vacié en mi boca. Carlos me conocía muy bien, y sabía exactamente cuándo mentía gracia a mi ligero tic. Bueno, de ligero nada. Cada vez que intentaba decir, aunque fuera una pequeña y piadosa mentira, mi cabeza actuaba por si sola y se inclinaba hacía la izquierda. Procuraba controlarlo, el problema radicaba en que no me daba cuenta de que lo hacía.
—No me interesa —aclaré dejando mi cuello rígido.
—Ya claro. Y yo soy hetero —respondió con la voz más aguda de lo común.
Puse los ojos en blanco, y me decidí por ignorar al incordio que suponía algunas veces mi amigo. Lo cierto era que de nada servía seguir repitiéndome como un disco rayado, él más que nadie, sabía que Matthew me interesaba, por mucho que yo me empeñara en negarlo.
El karma me odiaba. Esa era la única explicación que encontré, en cuanto Bennett tomó asiento en mi mesa. Durante la cena intentaba ignóralo tanto a él, como a sus miradas lascivas. Cada vez que alargaba la mano para coger mi copa, los temblores me delataban. ¿Qué había hecho en mis vidas pasadas para merecer aquello? Llevaba demasiado tiempo en sequía, sin saber lo que era un cuerpo contra cuerpo, y de repente llegaba Matthew, me miraba de aquella manera y yo no sabía si salir corriendo o si pedirle que se olvidara de las dos semanas, que me tomara allí, en aquel momento. Mi mente me recordaba una y otra vez lo capullo que era, reproduciendo nuestras breves conversaciones. Pero claro, cuando tu cuerpo es tomado por una perra en celo, tú mente tiene poco que hacer. No obstante, no pensaba ceder. Es más, no quería ceder.
Carlos, viendo mi notable incomodidad, me presentó a los demás comensales. No pude contener un gritito de emoción al conocer a Stephanie Miller, una actriz de Hollywood, a la cual llevaba siguiendo desde que era una adolescente. Gracias a ella y a sus anécdotas la cena se me hizo más llevadera, pudiendo ignorar los ojos azules que no se perdían ninguno de mis movimientos.
Todas las conversaciones que allí se desarrollaban eran en inglés. Y si algo le tenía que agradecer al capullo de Esteban, era haberme enseñado el idioma, dado que sus padres eran ingleses. Así que no tenía problemas para hablar, al contrario que Carlos, que en ingles llevaba un suspenso. Entre plato y plato, me encargaba de traducirle a mi amigo lo que podía.
Dos horas después Carlos y yo caminábamos por el parking en busca de mi Leoncito . Estaba demasiado achispada para conducir, y dado que mi amigo apenas había bebido, le entregué las llaves ante su mirada de sorpresa.
—¿Me vas a dejar conducirlo? —preguntó con sus ojos castaños totalmente abiertos.
No le permitía a nadie coger a mi pequeñín. Estaba totalmente enamorada de mi SEAT León. Lo quería demasiado para dejarlo en otras manos que no fueran las mías. A excepción de casos extremos, y ese lo era.
Fui a contestarle cuando unos golpes y varios improperios resonaron en el aparcamiento. Miré a un asustado Carlos, la valentía no era una de sus virtudes.
—Mierda —se oyó de nuevo acompañado de un sonido metálico.
Aquella voz… La conocía.
Caminé con cautela hacía el lugar de donde provenían los ruidos. Un flamante Aston Martín negro, apareció ante mis ojos, detrás del volante estaba, como supuse, Matthew Bennett. Me crucé de brazos, mirando y disfrutando como el Ingles despotricaba en su idioma y en español.
—¿Es que te has despeinado?
Levantó la vista del volante al oír mi pregunta.
—No arranca —me espetó de mala gala.
—¡Ups! Me da que te queda una larga espera. El tráfico está como loco y la grúa tardara una eternidad. —Me mordí el interior del cachete para no reírme. Me giré y comencé a caminar hacía mi Leoncito en el que Carlos, como gallina que era, ya estaba escondido.
—¿Qué coño hacer? —inquirió un furioso Matthew bajando del coche—. ¿Es que no piensas ayudarme?
—¿Yo? —Lo miré por encima del hombro, sonriendo con prepotencia—. Ni de coña. La manicura me sale muy cara.
Y antes de que le diera tiempo a añadir nada más me subí en el SEAT, instando a Carlos para que arrancara. La expresión de desconcierto de Matthew me acompañaría toda vida. No pude más que agrandar mi sonrisa, saboreando una inminente victoria. ¡Que se joda! Me gritaba mentalmente.
Al llegar a casa estaba tan agotada que no me molesté en quitarme el vestido. Me metí entre la colcha de plumas y en cuanto mi cabeza aterrizó en la almohada me quedé dormida.
En el taller, como siempre, todo era tranquilidad. Carlos atendía a las clientas, se encargaba de los pedidos… mientras yo cosía o terminaba los nuevos diseños. Aun así, no me concentraba. Solo pensaba en las palabras de Bennett “Antes de dos semanas”. ¿Qué haría para que sus palabras se convirtieran en realidad? Y lo más importante ¿Qué haría yo para no ceder?
Puse música para acallar a mi cabeza, y “Todo” de pereza resonó entre las paredes del sótano. Adoraba aquella canción por lo que, a los minutos, mis pensamientos sobre un actor egocéntrico quedaron relegados. Me dediqué gran parte de la mañana a terminar varios vestidos, a la vez que mis pies se movían al ritmo de cualquier canción que sonara. La música era como un respiro, como un pause en los problemas.
Al mediodía decidí tomar un descanso para comer algo. Mi estómago rugía pidiendo comida. Recogí mi bolso y me despedí de Carlos que se quedaba en el taller para seguir con el trabajo.
El aire frío golpeó mi cara, me recoloqué la chaqueta y entonces fue cuando lo vi. Tenía esa media sonrisa que hacía suspirar a cualquier mujer, y aunque me hacía la dura, a mí también me hizo suspirar. Sus ojos azules recorrieron la calle, en cuanto se cruzaron con los míos su sonrisa se tornó burlona. Me había pillado mirándolo, y no lo miraba con normalidad, estaba saboreando las dulces vistas que ofrecía. "Mierda", maldije en mis adentros.
Don egocéntrico caminó tan seguro de sí mismo como siempre en mi dirección. Seguí andando, pretendiendo hacerle creer que no lo observaba. La acera se quedó pequeña y nuestros caminos se encontraron.
Otra vez su sonrisa torcida. “De un tortazo te la borraba, gilipollas”, pensé.
—La estaba esperando —su voz era un canto de Sirenas para mis oídos.
—Pues siga esperando. Estoy muy ocupada. —le espeté intentando pasar a su lado, su cuerpo me lo impidió.
Su maldita sonrisa en vez de borrarse creció más.
—La invito a comer —ofreció ignorando mi comentario.
“¿Este tío es tonto?”, me pregunté a mí misma. "Primero me humilla, cuestionando mi trabajo y ahora me invita a comer. Pues va listo".
Читать дальше