—¿Sí? —contesté a Brandon.
—¿Se puede saber dónde coño estás? —vociferó.
—En el gimnasio. ¿Qué ha pasado?
Suspiró de cansancio. Parecía tener un mal día.
—Te he llamado una veintena de veces.
—Tenía la música. —Aquello era lo más parecido a una disculpa que recibiría.
—Está bien. —Otro suspiro. Aquel hombre necesitaba unas vacaciones con urgencia—. Solo era para recordarte la cena de esta noche. No puedes faltar.
Apreté el entrecejo con el dedo índice, había olvidado por completo la dichosa cena.
—Lo sé. No lo había olvidado. —Me sequé el sudor y antes de colgar añadí—: Allí estaré.
Terminé mi rutina de ejercicios y me metí de nuevo en la ducha para empezar un largo día de entrevistas.
La parte mala de mi profesión eran los paparazis. Me seguían allá donde iba, intentando capturar una imagen jugosa a la que luego vendían al mejor postor. Siempre buscaba la manera de despistarlos, sorprendiéndome a mí mismo con algunas de las tácticas. No obstante, en España podía caminar en paz, pasaba desapercibido la mayor parte del tiempo. Lo cual era un alivio. Era agobiante que siguieran todos mis pasos, que fotografiaran cualquier cosa que hiciera, y muchas veces se llegaban a inventar noticias.
Durante horas fui de entrevista en entrevista: programas de televisión, radios o revistas. Al terminar estaba cansando y lo único que me apetecía era tirarme en la cama con un buen whisky y descansar. Pero eso tendría que esperar.
Llegué al Madrid Tower, donde se celebraba la cena, unos diez minutos tardes por culpa del tráfico. Estaba demasiado agotado y cabreado, me había tocado demasiado inútil al volante. Aparqué el Aston Martín en el parking y me adentré en la enorme torre de cristal de más de doscientos metros de altura. Subí en el ascensor y mientras este me acercaba a la planta treinta, me recoloqué el traje de tres piezas azul marino con rallas blancas, asegurándome que todo estuviera en su sitio. Cuando las puertas del elevador se abrieron, la sonrisa falsa apareció automáticamente en mi cara. Los flashes de las cámaras se dirigieron hacia mí en cuanto entré en la enorme sala.
Dejé que los paparazis saciaran su sed de fotos. Aquello estaba abarrotado. Los objetivos me apuntaban, los relámpagos de flashes no cesaban, dejándome momentáneamente ciego. Me entraron ganas de poner los ojos en blanco, no hacía ni una hora de la última vez que me habían fotografiado. Las preguntas se mezclaban unas con otras, mientras yo, pacientemente, intentaba contestarles.
—¿Ilusionado con el nuevo proyecto?
—Siempre lo estoy cuando empiezo algo nuevo. Y más cuando es algo tan bueno como esto. —Las preguntas de siempre, las mismas respuestas.
—¿Qué le parece España?
—Me gusta. Sobre todo, la exquisita gastronomía, el vino y por supuesto, las mujeres. —Ellos rieron, tomándolo como una broma, aunque lo decía muy en serio, a excepción de que prefería el whisky al vino.
Ciertamente tampoco tenía mucho tiempo para conocer España, cada vez que iba estaba demasiado ocupado con el trabajo como para ejercer de turista.
Las preguntas siguieron a voz en grito. Procuraba responder a todas, a pesar del dolor de cabeza. Mientras explicaba cómo me estaba preparando para el papel, algo llamó mi atención, o mejor dicho, la cautivó: una mujer. Caminaba de espaldas a mí, por lo que no pude ver su rostro, no obstante, el vestido rojo que llevaba me dejó mudo durante unos segundos. Era ajustado, marcando sus deliciosas curvas, y sin mangas que ocultaran la pálida piel de sus hombros. Andaba contoneando sensualmente sus caderas. La boca se me hizo agua, al posar mis ojos en su trasero.
Me disculpé con la prensa e intenté ver a donde se dirigía aquella mujer. En un visto y no visto, desapareció entre la multitud.
Me fui a la barra, pedí un Jhonnie Walker y me di media vuelta para poder observar con detenimiento a los allí congregados, buscando y pidiendo en silencio, que el rojo pasión destacara entre la gente. Apoyé un codo sobre la barra y con la otra mano me acerqué la copa a la boca, degustando el sabor del whisky .
Me pregunté si la morena del vestido rojo sería una de las actrices que trabajarían conmigo. No acostumbraba a mezclar trabajo y placer, pero no me importaba hacer una excepción. Al fin y al cabo, las reglas estaban para romperse y aquel culo merecería la pena. Estaba seguro.
Recorría la sala con la mirada, por millonésima vez, cuando la vi. Estaba de espaldas de nuevo, hablaba con Brandon. “Genial” pensé esbozando una sonrisa. Stone me la presentaría, yo la invitaría a una copa, le dedicaría un par de halagos, se sonrojaría y sería mía, para descubrir lo que se encontrara bajo su vestido.
Me tragué lo que quedaba en mi vaso y me encaminé hacia ellos.
—Matthew —me saludó Brandon en cuanto me vio.
Los hombros de su acompañante se tensaron visiblemente, a la vez que hacía un recorrido de su cuerpo, asombrándome de lo bonitas que eran sus piernas, las cuales terminaban en unos tacones de vértigo.
Le estreché la mano a Stone, y me giré para, por fin, ver el rostro de la mujer misteriosa. Tenía la cabeza ligeramente gacha, cuando escuché preguntar al director:
—Matthew ¿Te acuerdas de la señorita Rivas?
“¿Rivas? ¿Es que ese apellido es muy común…?”, me preguntaba a mí mismo cuando me encontré con sus enormes y divertidos ojos castaños.
No podía ser. Era imposible.
La mujer del vestido rojo era ni más, ni menos, que Mirian Rivas, la diseñadora desagradable. En ese momento, mientras mantenía la boquita cerrada, de desagradable no tenía nada.
—Señor Bennett. —Sus labios color escarlata se torcieron, formando una sonrisa burlona.
Obviamente le parecía graciosa la expresión que tenía mi cara, y no era para menos. Estaba pasmado. Aquella mujer que tenía frente a mí, no tenía nada que ver con la que había conocido el día anterior.
Carraspeé y le tendí la mano para un saludo cordial.
—Mirian —dijo Brandon—. Discúlpame, tengo que saludar a una persona, —dirigió su mirada plata a mi persona y añadió—: Matthew encárgate de que no le falte nada.
¿Qué se creía? ¿Qué iba a estar pendiente de ella? Vale, puede que un poco.
Seguía estupefacto cuando nos quedamos solos. No sabía si era por descubrir quién era la mujer del traje rojo, y deliciosas curvas o porque mis ganas de follármela aumentaron de manera considerable. Al parecer Miss desagradable guardaba mucho bajo aquel chándal.
El pelo castaño le caía hasta los pechos, sentí que mi entrepierna se despertaba al clavar mis ojos en su escote. Joder, eran perfectas. Podía apreciar su piel pálida, tuve que tirar de todo mi autocontrol para no alargar la mano y comprobar si aquella piel era tan suave como lo parecía.
La primera vez que me topé con ella, era el antónimo de sensualidad. Aquellas ropas holgadas y las horribles zapatillas con agujeros no insinuaban nada. En cambio, con aquel vestido, mostrando sus piernas, marcando sus exuberantes curvas era la lujuria en persona.
Carraspeó y volví a mirar sus ojos castaños de largas y tupidas pestañas negras.
—Está muy…
Levantó una mano para callarme y dejándome atónito (todavía más) dijo:
—Guárdese los halagos para quien quiera escucharlos.
Se dio media vuelta y se mezcló entre el gentío. Me quedé inmóvil, alucinando por lo sucedido. No estaba acostumbrado a ser rechazado y menos de aquella manera. Las mujeres normalmente se derretían ante uno de mis halagos o ante una de mis miradas, pero aquella mujer ni se había inmutado. No obstante, Miss simpatía no era nada fácil, y nada me gustaba más que un reto. En aquel momento me juré que conseguiría llevar a mi cama a Mirian Rivas, costara lo que costara.
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