Naiara Hernández - ¡Contigo no!

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Mirian Rivas y Matthew Bennett tienen muy poco en común. Ella es una humilde diseñadora que sueña con las pasarelas de Nueva York, París o Milán. Matthew es un actor de Hollywood que consigue todo lo que se propone, pero esta vez se cruzará con la joven Miriam que no cederá a sus encantos. Una historia de dos titanes, cada uno luchando por su propia batalla. ¿Quieres descubrir quién será el vencedor? Averígualo en
¡Contigo no!.

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Las piernas me temblaron cuando entró su acompañante. Tuve que levantar la cabeza para mirar sus más que penetrantes ojos azules, aquello sí que no era de este planeta. Parecía una creación divina.

—Señorita Rivas, es un placer conocerla al fin —me saludó Brando educadamente—. Matthew, ella es Mirian Rivas. Mirian, él es Matthew Bennett.

Me pareció de lo más gracioso que me lo presentara. ¿Quién en este mundo no conocía a ese hombre? Él estiró su mano, y en cuanto estrechó la mía me sentí pequeña. Su expresión era de total seriedad, por el contrario que la mía que sonreía como una autentica boba. Su mirada recorrió mi cuerpo, y por la cara que puso no le gustó lo que vio.

—Es… un placer —tartamudeé.

—Ya —dijo secamente—. ¿Podemos empezar?

Asentí y les indiqué que tomaran asiento. Vi cómo Brandon le dedicaba una mirada de desaprobación al todo poderoso Bennett. Comencé a temblar pensando que quizás era por mí.

—Señor Stone. —Le pasé la carpeta con los diseños—. Espero que le guste.

Durante lo que me pareció una larga eternidad, los dos hombres se dedicaron a ojear los bocetos en silencio. Aproveché para recrearme en la belleza de Matthew, pues no todos los días se podía tener a un ídolo enfrente. Su piel bronceada, aunque no tanto como la de Brandon, le hacía parecer de sangre mediterránea, no obstante, era un orgulloso inglés. Había leído en alguna de sus entrevistas, que nació en Inglaterra y moriría en Inglaterra, vamos que llevaba la patria por montera. Su pelo… en la mayoría de las fantasías que tenía pensando en él, las cuales no eran pocas, me imaginaba enterrando los dedos en ese pelo oscuro y ondulado. Sus cejas del mismo tono que su cabello, eran masculinas. Bajo su ojo derecho, tenía una pequeña cicatriz, la cual le daba un punto macarra. La nariz era un pelín grande, no obstante, en aquel hombre no importaba, no perdía una pizca de atractivo. Pero si había algo de Matthew Bennett que me gustara más que el paquete completo, era su boca custodiada por una perilla. Tenía un aspecto pecaminoso, era de esos hombres que con solo mirarlos se te aceleraba el pulso, exudaba sexo salvaje, sudoroso…

Meneé la cabeza para quitarme las imágenes obscenas que se reproducían una y otra vez en mi mente. No me molestaban, al contrario, pero no era un buen momento para ponerme cachonda, aunque era totalmente licito, dado que había visto un centenar de fotos donde Matthew mostraba lo que se ocultaba bajo la chaqueta de cuero negra, la camisa de algodón blanca y los pantalones vaqueros. Y si verlo en fotos resultaba casi orgásmico, no quería pensar lo que sería poder apreciarlo en persona. Tocar la piel sedosa de su pecho… besar sus labios… sentir su po…

—¿Con que clase de tejidos trabajará? —preguntó el protagonista de mis sueños húmedos, expulsándome de mi ensoñación.

Carraspeé y me recoloqué en la silla, apretando los muslos para aliviar el pinchazo que de pronto sentí entre ellos.

—He pensado en satín y satén. Son telas de buena calidad que traerán de Milán. He puesto algunas de las muestras entre los bocetos…

—¿Trabaja normalmente con ellas? —inquirió de mala gana, interrumpiendo y sin mirarme.

Para aquel tipo era menos que un cero a la izquierda. Ni siquiera levantaba la cabeza para dirigirse a mí.

—No, Señor Bennett. Son telas demasiado caras para que un humilde taller con este se las pueda permitir. Pero…

—¿Y quiere trabajar con ellas para los diseños de la película?

—Así es.

Miré primero al pensativo Matthew que se pasaba los dedos por los labios, sin dejar de observar los dibujos, para luego mirar a Brandon, quien me dedicó una mirada compasiva. Intuía que estaban jugando a policía bueno, policía malo, y mi intuición me decía que la decisión estaba en manos del malo.

—¿Sabrá trabajar con tejidos que nunca ha tocado? —Sus ojos azules al final me miraban, y no de una manera agradable. Lo único que había en aquel tono azul era superioridad.

—Señor Bennett, me dedico a diseñar y coser. Lo he hecho desde hace mucho tiempo y no quiero que piense que soy pedante, pero se me da bastante bien. Que no haya trabajado con unos tejidos no significa que no sepa manejarlos.

Me ahorré el llamarlo gilipollas, que es lo que le gritaba mentalmente. Era normal que dudara, al fin y al cabo, para él era una novata, pero odié la manera en la que me miraba, como si realmente no supiera hacer mi trabajo.

Apretó sus labios en una fina línea, supuse que no le había agradado el tono de mi respuesta y seguramente tampoco le gustó mi sonrisa chulesca. Si él iba a ser prepotente, bien, yo también lo sería. No iba a permitir que ni él, ni nadie, cuestionara la capacidad que tenía para desempeñar mi trabajo, ya había aguantado aquella situación muchos años atrás, soportando burlas y comentarios ofensivos de la persona que se suponía que me amaba. ¡Já! Amar… Esteban no sabía ni el significado de esa palabra. El único amor que conocía era el que se profesaba a él mismo.

—Señorita Rivas, los diseños son perfectos —sentenció Stone.

—¿Perfectos? ¿En serio? —El sarcasmo de Bennett no pasó desapercibido.

Me clavé las uñas en las palmas de la mano, conteniéndome para no ir directa a su yugular.

—Sí. Perfectos —dijo con rotundidad Brandon. En aquel momento quería levantarme y hacerle la ola.

—Esto dista mucho de la perfección —señaló los bocetos como si no fueran más que basura—. ¿Vas a poner los diseños en manos inexpertas?

La sangré me hirvió. Me puse en pie dirigiendo toda mi ira al imbécil de Matthew Bennett.

—Le pido, señor Bennett, un poco de respeto, por mí y mi trabajo. —Sus ojos me miraban atónitos. Al parecer no estaba acostumbrado a que le cantarán las cuarenta—. Y antes de que siga con su estúpida diatriba, en la que está cuestionando si seré capaz de llevar acabo algo que hago desde que era niña, le agradecería que primero viera uno de mis diseños. Luego podrá criticar o despotricar, pero bajo una justificación.

“GILIPOLLAS”

Los dos hombres me observan pasmados. Uno sonreía abiertamente, por el contrario, el otro que parecía haber recibido una patada en su orgullo. Hice un esfuerzo sobrehumano para no sonreír.

—Señorita Rivas. —Brandon se levantó, me tendió una mano aun sonriendo y añadió—: Está usted contratada.

—¿Cómo? —mi voz sonó demasiado aguda, quedando tapada por la de Matthew que resonó en el despacho con la misma pregunta.

—La llamaré pronto —dijo el director con calma—. Ha sido un verdadero placer conocerla. —La diversión en su rostro estaba presente.

Estrechamos nuestras manos y sus ojos grises se dirigieron a un todavía pasmado Bennett. Los ojos azules se clavaron en los míos, con una mirada que podría matar, advirtiéndome que me había ganado su enemistad. Mientras estrechaba su mano, después de que volviera en sí, en mi interior le gritaba “que te jodan”.

Cuando volví a estar sola, dejé que todo el aire que contenía en mis pulmones se escapara. Mi cuerpo se relajó, aunque mis hombros seguían tensos. Me dejé caer sobre la silla, pero las ruedas de esta se movieron, haciéndome caer de culo contra el parquet. Me llevé la mano al trasero dolorido, comenzando a masajeármelo, hasta que una sombra se cernió sobre mí. Levanté la cabeza y vi su enorme mano tendida para ayudarme. Mi cara se tiñó de todas las tonalidades rojas habidas y por haber. Acepté su mano y tiró de mí, sin ningún esfuerzo me levantó. Mi rostro quedó a escasos centímetros de su cuello, su perfume se coló por mis fosas nasales, y mi mente volvió a imaginar escenas de cuerpos desnudos. Era un capullo, sí. Pero olía de maravilla, entre mar y hombre.

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