—Gracias —le dije levantando la vista a sus ojos.
¿Por qué era tan guapo? O mejor dicho ¿Por qué era tan capullo?
—Ya… —se encogió de hombros y soltó mi mano—. Se me ha olvidado el móvil —señaló el aparato sobre la mesa.
Asentí. Cogió lo que fue a buscar y se encaminó hasta la puerta. Me quedé observando su forma de caminar; tan segura, tan varonil, tan… arrogante. “Gilipollas”.
Se volvió y al ver que miraba su trasero de forma descarada, la comisura derecha de su boca se elevó, moviendo así su cicatriz. Tuve que agarrarme a la mesa para no caerme de nuevo. Aquel gesto causó un estremecimiento por todo mi cuerpo.
—Señorita Rivas, quiero que sepa que no es que dude de su talento con una máquina de coser. Pero cuando mi dinero está de por medio, y en este caso lo está, quiero lo mejor.
Y tras decir semejante perlita se marchó.
La palabra GILIPOLLAS se repetía una y otra vez en mi cabeza, y sí, en mayúscula, dado que él era de los grandes.
Agarré la silla de mala gana y me senté con la vista perdida en algún lugar del despacho. Matthew Bennett era un dios, no lo podía negar, y si lo hacía mentía. Pero como todo dios, su arrogancia no tenía límites. Lo cierto era que se me había caído un mito. Siempre lo imaginé como un caballero, educado, cortés… Y en cambio había conocido a un hombre egocéntrico, que con la mirada te decía que no eras más que un peón y él era el rey.
Olvidando el mal rato que había pasado, encendí la mini cadena y You’re gonna go far, kid de The Offspring sonó a toda mecha. Me dejé llevar por el ritmo, y canté dejándome la voz. Había conseguido el trabajo. Mi sueño estaba haciéndose realidad. Al fin todo valía la pena. Todo el esfuerzo, las noches en vela, el no llegar a fin de mes, las lágrimas… Todo se acabaría para empezar una nueva etapa.
“And now you steal away.
Take him out today.
Nice work you did.
You're gonna go far, kid.”
“Y ahora te escabulles,
te lo quitas de encima,
hiciste un buen trabajo,
llegarás lejos, chico.”
Mi vida había cambiado, no en ese momento, sino hacía mucho tiempo atrás. Cuando decidí abandonar todo, seguir con pasos de plomo tras mi sueño, ignorando los comentarios pesimistas de la gente a la que quería. Pero cuando llegan esos instantes en los que tocas lo que quieres con la punta de los dedos, es cuando todo el esfuerzo que has hecho no cuenta, se olvida. Lo malo desaparece, y el sabor de hiel se ve sustituido por el más dulce de los triunfos.
—¿Nos emborrachamos para celebrar o para olvidar? —preguntó Carlos entrando con la botella de espumoso y dos copas entre las manos.
Sonreí abiertamente, me acerqué a él quitándole el vino de las manos, descorché la botella y sin utilizar vasos le di un largo sorbo, a morro.
—El contrato es nuestro —le informé entregándole la botella.
Tras mis palabras la locura se desató. Las puertas del taller quedaron cerradas, mientras, tras ellas se organizaba una fiesta que avecinaba una nueva era.
Capítulo 2.
De un portazo cerré la puerta de la habitación. La cabeza me iba a reventar. No solo había tenido que aguantar a una diseñadora de pacotilla burlarse de mí, sino que encima, por si fuera poco, tuve que soportar una de las largas reprimendas de Brandon, sobre mi “lamentable” comportamiento. Parecía haber olvidado quién era el productor. ¡YO!
Y vale, quizás no había sido muy amable con la diseñadora, pero no se podía confiar el estilismo de una gran producción a alguien que vestía de aquella manera. Pero si parecía que la había vestido un invidente.
Abrí la nevera y saqué la botella de whisky , me puse una copa y me deshice de la chaqueta, tirándola sobre la cama. Cogí el móvil, me acomodé en uno de los sillones, poniendo los pies sobre la mesa de té y busqué en la agenda de mi teléfono, hasta dar con el nombre adecuado. Me bebí de un trago el líquido ámbar, mientras esperaba a que contestaran a mi llamada.
—Matt —ronroneó Karina al otro lado de la línea.
—Hola preciosa. ¿Te parece si cenamos esta noche en un italiano y el postre lo tomamos en mi habitación?
—Por supuesto. —Aunque no la veía, sabía que estaba dando saltitos.
—Paso por ti en una hora. Ponte algo sexi —le sugerí de forma atrevida y colgué.
Me recosté en el sofá, observando el techo, buscando la manera en la que Brandon no firmara con aquella mujer de zapatillas verdes. Por un momento, cuando la vi de aquella forma, creí que era una broma. ¿En serio era diseñadora?
Decidí ducharme para aliviar las tensiones del día. Conecté el iPhone a los altavoces y Led Zeppelin inundó el baño con Whole Lotta love . La música siempre resultaba un gran aliado para olvidar, te concentrabas en la letra y dejabas de pensar en todo lo demás. Y cuanto más alta sonora, mejor.
Rebusqué entre mi ropa, bien ordenada en el vestidor, hasta encontrar el traje gris perla y camisa blanca. No me molesté en ponerme corbata, al fin y al cabo, la ropa pronto desaparecería.
Estaba abotonándome la camisa, cuando el móvil comenzó a vibrar sobre la mesa, avisándome de un nuevo mensaje. No reconocía el número.
"Señor Bennett, para estar tan bueno es usted un capullo."
Releí las palabras pasmado. Pensé en quién podría ser la remitente, porque tenía algo claro, era una mujer. Lo que más me sorprendía de aquel mensaje, no era el mensaje en sí, sino que estuviera escrito en español. Hacía mucho tiempo que no pasaba por las tierras del buen vino y las sevillanas y, por ende, hacía tiempo que no me acostaba con una española. La última era Karina, y dado que hacía menos de una hora estaba dando brincos por “cenar” conmigo, dudaba que fuera ella.
De repente tuve un ligero presentimiento, y decidí comprobarlo. Me senté en el borde de la inmaculada cama, cogí el teléfono de la habitación y marqué el número desde donde habían sido enviadas tan “amables” palabras.
—¿Diga? —contestó una voz femenina bastante alegre.
Había acertado.
—Señorita Rivas, ha sido un acto muy maduro por su parte enviarme semejante mensaje —dije recalcando la ironía.
Al otro lado se oyó un pequeño grito. No se esperaba la llamada, eso estaba claro. Me colgó. Miré el aparato atónito ¿Me había colgado? Volví a llamar. Al quinto intento pensé en desistir, ya que me seguía ignorando. No obstante, el imaginarla avergonzada me resultaba… placentero.
—Quiere dejar de llamarme —me espetó, respondiendo al fin.
Contuve una carcajada al notar que estaba furiosa.
—No la hubiera llamado, si usted no me hubiera escrito un mensaje. ¿No le parece lamentable pedir respeto, cuando luego es la primera que lo falta?
—¿Qué yo soy la primera que lo falto? —preguntó subiendo la voz unas décimas—. A usted lo único que le faltó fue llamarme imbécil. Y para que se entere, no fui yo quien escribió el mensaje. Aunque eso no quita que no piense que es un capullo, y además, de los grandes.
Las palabras se le atoraban unas con otras. Estaba borracha. Sonreí por el genio de aquella mujer. Su aspecto de niña buena, poco tenía que ver con la realidad. Y picado por la curiosidad, pregunté:
—¿Y también piensa que estoy bueno? —utilicé el tono seductor que sabía gustaba a las mujeres. Todas caían.
—La verdad señor Bennett…—dudó unos segundos—. Me parece más atractivo Golum.
Esa vez no me contuve, me reí a carcajada limpia. Jamás me habían dicho nada semejante. Y me resultaba gracioso, dado que aquella mañana, la misma mujer que me estaba diciendo que prefería a un Hobbit deforme antes que a mí, me había devorado con la mirada.
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