—Miente muy mal.
Estalló en una risotada, y acto seguido se oyó un cristal romperse. Soltó un par de improperios y la voz de un hombre sonó de fondo. ¿Estaba hablando conmigo cuando tenía a su novio delante?
—Siento darle una patada en su inflamado orgullo. —Parecía divertirse.
—¿Sabe qué? —Sonreí de medio lado. Estaba dispuesto a pasarlo igual de bien que ella.
—Dudo que me importe, pero… ¿Qué?
Me recoloqué en la cama, apoyándome contra el cabezal.
—Usted me parece de lo más apetecible. —Al otro lado, la diseñadora se atragantó y tosió. “No se juega conmigo señorita Rivas” pensé—. Desde que la vi, me la imaginé desnuda, sobre la mesa de su despacho, conmigo entre sus piernas. Follándola hasta que no pudiera más.
Respiró profundamente y mi sonrisa de ensanchó. Sabía lo que tenía que hacer para conseguir aquello que quería, y desde que Mirian Rivas osó plantarme cara como lo había hecho, quería devolverle el golpe. De la manera que fuera posible. Pero las victorias no se deben cantar antes de tiempo, y yo lo hice.
—Pues espero que haya disfrutado de su fantasía —dijo con un tono seguro, sin titubear—. Porque jamás tendrá el placer de conocer mi cuerpo. Antes muerta.
Y colgó.
Me quedé estupefacto, mirando la pared que quedaba frente a mí, aún con el teléfono en la oreja y maldiciendo a aquella mujer. Ni siquiera me atraía y mucho menos me gustaba. Es más, compadecía al pobre hombre que tuviera que aguantarla, tenía que ser un santo.
Karina estaba tan espectacular como siempre. Pelo rubio por encima de los hombros, metro ochenta, piernas de infarto y una boca que obraba maravillas. Durante la cena no paraba de hablar de su perra, se llamaba ¿Chanel? Asentía sin prestarle atención. Para ser sincero, Karina no era más que una muesca en mi cabecero, jamás me había interesado más allá de lo carnal. En realidad, nadie me había interesado. Y si tenía una perra o un león marino me era indiferente. Ella parloteaba mientras yo bebía de mi copa para aliviar el hastío que me producía aquella conversación. Era un capullo y no me molestaba en negarlo, no obstante, podría ser aún peor si la llevara a la cama antes de alimentarla tan siquiera. Aunque soportar una charla de Karina me producía un dolor de cabeza insoportable. Sus temas de conversación eran tan pobres que aburría hasta a un niño de tres años. Pero aquella rubia era más inteligente de lo que mostraba, había engatusado a los hombres más ricos y eso no solo depende de un cuerpo, sino también de un cerebro ingenioso, y aunque no fuera algo notable, Karina lo tenía.
Llegamos al hotel en mi Aston Martín DB9, alías Mi pequeño . Subimos en el ascensor que nos conducía directamente a la suite y buscando la manera de callarla, la empotré contra la pared de espejos. Fui subiendo su corto vestido hasta la cadera. Rocé su sexo por encima de la fina tela de su tanga morado. Su cuerpo se estremeció preso del placer entre mis brazos. Apreté mi polla contra su abdomen, haciéndole saber que la charla se había acabado. Empezaba el juego. Gimió, y capturé su boca en un beso. Agarré sus muslos para levantarla del suelo, ella, obediente, me rodeó con sus kilométricas piernas. Seguí besándola a la vez que restregaba mi erección contra su entrepierna húmeda. Las puertas se abrieron y la cargué hasta la cama, donde la tiré sin delicadeza alguna. Ella reía sin parar. Arranqué su vestido sin contemplaciones, convirtiéndolo en añicos.
—Matt —gritó furiosa—. Ese vestido era carísimo.
Intentó incorporarse, pero la frené empujándola de vuelta al colchón. Karina era una de las mujeres más materialista que había conocido en mi vida, y eso que conocía a muchas.
—Te compraré otro.
Se relajó y su sonrisa volvió a su voluptuosa boca, iluminando sus verdes ojos. Levantó su pelvis hasta rozar mi miembro.
—¿Quieres que te folle? —Agarré su cara, apretando sus mejillas. Karina era amante del juego duro, un juego que a mí me encantaba.
Asintió frenéticamente, sin parar de moverse bajo mi peso.
Su tanga recibió el mismo trato que su vestido. Me quité la americana, y la camisa, me bajé los pantalones junto con el bóxer hasta la rodilla. Rompí el envoltorio plateado del preservativo y cuando estuve listo, la penetré sin miramientos.
—Sí. Sí. Sí… —chillaba como una posesa.
Clavé mis dedos en sus caderas, manteniéndola inmóvil. Comencé el ritmo atronador, mientras ella gritaba y gemía, sin contenerse. Algunas veces se le escapaba una risilla aguda, la cual al principio me gustaba, o me parecía lo suficientemente graciosa para aceptarla, después de varios encuentros comencé a odiarla, por lo que la penetraba aún más fuerte, callando su risa para que los sustituyera con un grito.
Agarré su pelo entre mis dedos, y tiré de él para pegar mi boca a su oído y susurrarle:
—¿Te gusta?
—¡SÍ! Matt… no… pares —jadeó como pudo.
La embestí con brío y las paredes de su vagina me apretaron. Su cuerpo se convulsionó, preso de un orgasmo demoledor. Yo no me detuve, busqué mi propio placer hasta que después de cuatro empellones más terminé corriéndome. Caí sobre ella y esperé a que mi respiración se normalizara para salir de su interior y dejarla en la cama, para meterme en la ducha. Solo.
Cuando volví a la habitación, Karina dormía plácidamente. Resoplé y me serví un whisky . Me acomodé en uno de los sillones del salón de la suite, cogí mi móvil y sin comprender porque escribí un mensaje:
"¿Cuánto cree que tardaré en hacerle cambiar de opinión?"
Dejé el iPhone sobre la mesa, dando un largo sorbo al Jhonnie Walker. No esperaba respuesta, pero la obtuve en seguida.
"¿Hacerme cambiar de opinión? ¿Sobre qué? Si lo dice por lo de capullo, le aviso que es misión imposible. Y usted no es Tom Cruise, así que ahórrese las molestias."
Me reí al leer su contestación. La diseñadora parecía tener respuesta para todo, y aquello me picaba la curiosidad.
Miré la hora; las doce y media de la noche.
Volví a teclear:
"Lo digo, señorita Rivas, por saber cuánto tiempo tardará en dejarse follar."
Vacíe mi copa sin dejar de mirar el móvil.
"Eso depende de quién me folle."
Mi risa se hizo más estridente. “¿A esta mujer es imposible dejarla callada?”, pensé y escribí:
"YO."
Llené de nuevo mi vaso, sin querer separarme del teléfono. Di otro trago al whisky y el aparato vibró.
"Antes muerta. Y haga el favor de dejarme en paz."
Tragué todo el contenido de mi copa y con un suspiro de frustración, dado que acaba de encontrar la primera mujer que me rechazaba, tecleé:
"Ya veremos. ;)"
Con una sonrisa, a la cual no le encontraba explicación, me metí en la cama. Miré el móvil varias veces antes de dejarme dormir. No hubo respuesta.
Me desperté solo. Karina sabía que no me gustaba despertar en compañía. Lo primero que hice fue comprobar la bandeja de mensajes. Ninguno de la mujer de zapatillas verdes.
No comprendía por qué empecé aquel juego. Ni siquiera me apetecía llevármela a la cama, o puede que sí… No, definitivamente, no quería acostarme con aquella mujer insufrible. Lo que sucedía es que consiguió dañar mi orgullo, y mi venganza sería seducirla, demostrarle que podía tenerla a mis pies. Cruel, pero eficiente.
Para despejar las ideas me di una larga ducha, me vestí con ropa de deporte y decidí disfrutar de una mañana de gimnasio, y para ello no tuve que salir de la suit, dado que tenía uno privado. Puse música a todo volumen y comencé mi rutina al ritmo de Up in the air .
Estaba levantando las pesas, cuando en el cambio de canción oí mi móvil sonar.
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