Autores Varios - Europa global, Europa social
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A pesar de las diferencias en los puntos de partida nacionales, los articulistas de este libro apuntan hacia una agenda convergente de reforma social y económica en la UE, que responda a los desafíos comunes internos y externos a los que se enfrenta todo el continente. Algunos países europeos ya están desarrollando plenamente esa agenda. Otros tantean el camino en mayor o menor medida.
Dado que los países de la UE están llevando a cabo una significativa convergencia de políticas, tiene sentido incentivar y profundizar la extensión de las buenas prácticas a nivel nacional. Este libro tiene como objetivo analizar las cuestiones que debería abordar esa agenda, ayudar a darles forma y contenido, y mostrar cómo la UE podría acelerar la puesta en marcha de las reformas por parte de los países miembro. La Europa global puede ser una Europa social.
¿Un modelo social para Europa? [*]
Anthony Giddens
El sistema de protección social vigente en Europa se considera con frecuencia la joya de la corona, quizá la principal característica que confiere a las sociedades europeas una calidad especial. En mayo de 2003 dos de los intelectuales europeos más reconocidos, Jürgen Habermas y Jacques Derrida, escribieron una carta pública sobre el futuro de la identidad europea a raíz de la guerra de Irak. Las «garantías de seguridad social» del Estado del bienestar, «la confianza de los europeos en el poder civilizador del Estado» y su capacidad de «corregir los ‘fallos del mercado’» sonaban ciertas. [1]La mayoría de los observadores que simpatizan actualmente con el proyecto de la Unión Europea estarían de acuerdo. El «modelo social europeo» (MSE) se ha convertido en una parte fundamental de lo que significa Europa.
Busquen «ESM»[siglas en inglés de «modelo social europeo»] en Google y aparecerán nada menos que ¡11.200.000 resultados! Tal abundancia quizá refleje el hecho de que, como tantas otras cosas relacionadas con la UE, el MSE es esencialmente un concepto controvertido. Pero a pesar de ser tan importante, en cierto sentido la idea resulta ser escurridiza cuando tratamos de definirla con alguna precisión. Además, lo que se considera tan específicamente europeo resulta que también lo comparten otros países no europeos.
Se ha dicho que el MSE no es solo un modelo, no es sólo social y no es sólo europeo. [2]Si esto significa tener instituciones del bienestar eficaces y limitar las desigualdades, entonces existen otros países industrializados más europeos que algunos Estados del Viejo Continente. Por ejemplo, Australia y Canadá superan a Portugal y Grecia, por no mencionar a la mayoría de los nuevos socios comunitarios tras la ampliación. El MSE no es puramente social dado que, a pesar de su definición, depende sobre todo de la redistribución y la prosperidad económica. No es un modelo único porque existen grandes divergencias entre los países europeos en términos de sus sistemas de prestaciones sociales, sus niveles de desigualdad, y así sucesivamente.
Por tanto, circulan muchas definiciones diferentes del MSE, aunque todas ellas confluyen en la idea del Estado del bienestar. Daniel Vaughan-Whitebread, por ejemplo, enumera no menos de quince componentes del MSE. [3]Probablemente deberíamos concluir que el MSE no es un concepto unitario sino una mezcla de valores, logros y aspiraciones, que varían en la forma y el grado de realización de un país europeo a otro. Mi lista estaría formada por:
Un Estado desarrollado e intervencionista, cuantificado en términos de nivel del PIB que suponen los impuestos.
Educación obligatoria y gratuita hasta el final de la educación secundaria.
Un sistema de prestaciones sociales robusto que proporciona, en un grado considerable, una protección social eficaz a todos los ciudadanos, especialmente a los que más lo necesitan.
La limitación, o la contención de las desigualdades, entre ellas, las económicas.
Los «agentes sociales», los sindicatos y otras organizaciones que promueven los derechos de los trabajadores, tienen un papel clave en el sostenimiento de estas instituciones. Cada característica tiene que ir acompañada de la expansión de la prosperidad económica general y la creación de empleo.
En la base del MSE aparece un conjunto general de valores: compartir los riesgos de forma amplia a lo largo y ancho de la sociedad; contener las desigualdades que podrían amenazar la solidaridad social; proteger a los más vulnerables a través de la intervención social activa; promover la consulta en lugar de la confontración en el puesto de trabajo; y proporcionar un marco generoso de derechos de ciudadanía social y económica para la población en su conjunto.
El pasado y el futuro
Más o menos todo el mundo, tanto los partidarios como los detractores, está de acuerdo en que el MSE se encuentra en estos momentos bajo una gran presión, o incluso en declive. Sin embargo, deberíamos empezar poniendo la situación en contexto. Algunos hablan de los años sesenta y setenta como la «Edad de Oro» del Estado del bienestar, cuando había un buen crecimiento económico, bajos niveles de desempleo, protección social para todos, y cuando los ciudadanos podían sentirse mucho más seguros de lo que lo están hoy en día. Desde este punto de vista, el MSE ha recibido «ataques» de fuerzas externas, especialmente las asociadas con la liberalización, y ha sido progresivamente debilitado o parcialmente desmantelado.
La realidad es más compleja. Para países miembro como España, Portugal, Grecia y la mayoría de las adhesiones posteriores a la Unión Europea, no hubo nunca una Edad de Oro, porque las prestaciones sociales eran débiles e inadecuadas. Incluso en aquellas naciones con sistemas del bienestar avanzados, la situación estaba lejos de ser dorada en esa Edad de Oro. Fue un tiempo dominado por la producción en masa y las jerarquías burocráticas, en el que los estilos de gestión eran a menudo autocráticos y muchos trabajadores estaban empleados en cadenas de montaje. En aquel periodo pocas mujeres podían trabajar si querían hacerlo. Sólo una proporción minúscula de jóvenes entraba en la educación superior o en cursos de extensión para adultos. La gama de servicios sanitarios que se ofrecían estaba muy por debajo de la que existe ahora. Se jubilaba a los mayores sin contemplaciones a la edad en que tenían que abandonar el trabajo. Generalmente el Estado trataba a sus clientes como sujetos pasivos en lugar de hacerlo como ciudadanos activos. Algunos de los cambios en los sistemas de prestaciones sociales en los últimos 30 años han tenido como fin corregir estas deficiencias y, por lo tanto, han sido necesarios y progresistas.
El mundo, por supuesto, ha cambiado radicalmente desde la «Edad de Oro». El MSE y la UE en sí misma fueron en gran medida productos de un mundo bipolar. La «economía mixta» y el Estado del bienestar keynesiano sirvieron para distinguir entre Europa Occidental y el liberalismo de mercado estadounidense, por un lado, y el comunismo soviético centrado en el Estado, por el otro. La caída del muro de Berlín –el 11 de septiembre europeo– [4]cambió de manera más o menos completa la naturaleza de la UE, y dio lugar a problemas de identidad que todavía siguen sin resolverse, y que se reflejaron en el rechazo por parte del pueblo francés y holandés a la constitución propuesta para la UE.
La desaparición del keynesianismo en Occidente y el colapso del comunismo soviético se derivaron en gran medida de las mismas tendencias: una globalización que se intensificaba, el surgimiento de un orden de información mundial, el hundimiento de las manufacturas (y su transferencia a países menos desarrollados), junto a la aparición de nuevas formas de individualismo y poder por parte del consumidor. Éstos no son cambios que iban y venían; su impacto persiste hoy en día.
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