Muchas veces hemos repetido, en el MCEP y en las reuniones de Reencuentros Internacionales de Educadores Freinet (RIDEF), que existe una férrea voluntad de hacer de las teorías y sus prácticas pedagógicas una especie de esperanto de la pedagogía. Las aportaciones de investigaciones en los campos pedagógico y psicológico han ido consolidándose en el mundo escolar con la red de técnicas y trabajos cooperativos. Es en el seno de los congresos, encuentros, stages …, donde se practica una verdadera formación permanente para los maestros y se descubren los trabajos y las investigaciones que estos realizan. Son los espacios que hemos de aprovechar los maestros, el lugar donde encontrar los mecanismos básicos para impulsar una verdadera investigación educativa. Se trata de hacer de nuestra práctica educativa aquello que propone Élise Freinet:
La escuela, dice F.V. en el número de noviembre de L ’ éducation publique , tiene mejores cosas que hacer aparte de transmitir el saber. Lo realmente grande no es el saber; no es tampoco el descubrimiento, es la investigación. El espíritu no es un granero que se puede ir llenando, es una llama que hay que alimentar; no es el conocimiento poseído, ni la ciencia aprendida y asimilada, sino una actividad siempre despierta que se plantea sin descanso nuevos problemas, inventa, combina y organiza los acontecimientos según relaciones aún no apercibidas (Freinet, 1975: 84).
1.Carta de H. Almendros a F. Z., La Habana, 19 de mayo de 1974.
2.Carta de H. Almendros a Alejandro Tarragó, La Habana, 13 de septiembre de 1963.
3.Carta de Eliseo Gómez Serrano a Nicolau Primitiu Gómez Serrano, Alicante, 5 de mayo de 1939.
4.Carta de María Cuyàs a F. Z., La Habana, 20 de agosto de 1975.
5.Manuel B. Cossío: «El maestro, la escuela y el material de enseñanza», conferencia pronunciada en Bilbao en 1904 (cit. en Xirau, 1945).
El final de tu carta me ha traído recuerdos ya lejanos. Ya ves si soy viejo. Conocí a Luis Bello en su viaje por las escuelas de España (Bello, 1926-1929). Pasó por Villablino y estaba yo allí trabajando en la escuela de la Institución Sierra Pambley. Recuerdo aún que lo acompañé, pasado Laitariegos, hasta Cangas de Narcea… ¡Qué tiempos aquéllos! 1
Al terminar sus estudios en la Escuela Superior del Magisterio, Almendros y María Cuyàs se marchan, en 1926, a trabajar en las Escuelas Sierra Pambley de Villablino (León). Era este un pueblo rodeado de breñas y minas, entonces la «meca de la ilustración» por aquellas tierras de León. Un amigo de don Francisco Giner de los Ríos y don Manuel Cossío, don Francisco Fernández Blanco de Sierra Pambley, decidió emplear su fortuna en alfabetizar las tierras leonesas. Por sus ideas, propias de una burguesía culta que se siente continuadora de los «ilustrados», ve con cierto optimismo las posibilidades de la ciencia y la educación como guías de la conducta humana e instrumentos transformadores de la realidad. Y fomenta la creación de escuelas desde su fundación para atender a aquellos alumnos que muestren interés por el saber; son escuelas de formación administrativa, agraria e industrial.
Las escuelas de la Fundación Sierra Pambley eran en aquel momento una de las experiencias educativas más relevantes de la ILE. Y sobresale como su característica más importante su inmersión en el contexto de su sociedad. En estas existían tres modelos educativos: el mercantil, el agrícola y el industrial. Destacaban por ser experiencias innovadoras, siendo la Cooperativa Lacianiega la primera que elaboró en España la manteca fina y diversas clases de quesos: camembert, gruyère, petit suisse … En el trabajo agrario introdujeron nuevas máquinas segadoras y aprovecharon los saltos de agua para la producción de energía eléctrica. El sistema escolar de aquellos centros era muy específico: cada tres años se convocaban exámenes de ingreso en los que se pedía a los aspirantes saber leer, escribir y las cuatro reglas. El número de plazas oscilaba entre veinticuatro y treinta y ocho según la modalidad de la escuela. Los que superaban la prueba y eran admitidos conservaban su plaza hasta el final de la promoción, teniendo derecho a material y enseñanza de forma gratuita. Los horarios eran de cuarenta y ocho horas semanales y cada centro disponía de su propio programa de materias. No se usaban libros de texto en ninguna de las escuelas. Los alumnos escribían las lecciones desarrolladas en clase por el maestro y redactaban un verdadero «libro de vida». Además, todas las escuelas tuvieron una biblioteca específica de aula para completar la enseñanza y fomentar la lectura del alumnado, y algunas de ellas estaban abiertas al público de la localidad.
Eran escuelas que anteponían la inteligencia a la memoria, utilizaban abundantes recursos didácticos y daban importancia al juego y a las excursiones, junto con el trabajo en el campo y el estudio del medio rural. Seleccionaban a los alumnos más aventajados para que pudiesen estudiar una carrera, lo que benefició sobre todo al alumnado femenino. Fomentaban un clima liberal en las clases, aunque sin dejar de lado una disciplina rigurosa, que nunca se concretó en castigos corporales. Buscaban la continuidad en el tiempo y enseñaban el cultivo científico de la tierra.
La llegada del matrimonio Almendros-Cuyàs a Villablino había estado precedida de cierta agitación social seguida de cerca por Cossío. Bullían en la zona dos instituciones ligadas a la escuela: la Liga de los Amigos de la Escuela y la Cooperativa Lacianiega. En ambas instituciones, Almendros y María tuvieron que actuar conciliadoramente, interviniendo en nombre de la Fundación y como informantes de Cossío, siempre teniendo presente su teoría de lo inseparable de la función docente y la acción social. Se trataba de intensificar el pragmatismo de esta escuela y de que la gente viera en esta acción un intento de mejorar las realizaciones prácticas. No hay que olvidar que Almendros era especialista en Ciencias por haber cursado esta rama en la Escuela Superior del Magisterio. En una carta de María Cuyàs sobre su estancia en Villablino nos decía:
En la época que nosotros trabajamos allí, había interés en el pueblo por que se preparara a los muchachos, que eran muy solicitados para trabajar en las grandes empresas de Madrid (Gancedo, Rodríguez…) pertenecientes a capitalistas oriundos de la región. Los maestros recibíamos frecuentes y muy valiosas visitas de inspección y orientación de profesores enviados por la Institución. Recuerdo a Azcárate, J. de Caso, por cuyo libro sobre el lenguaje Almendros tuvo siempre un gran aprecio. 2
No sabemos cómo se decidió Almendros a trabajar en estas escuelas, pero nos inclinamos a creer que lo hizo a instancias de Cossío, el cual tenía el encargo de los Sierra Pambley de orientar a aquella fundación escolar. De don Manuel Bartolomé Cossío guardó siempre un gran recuerdo Almendros, y en 1963, en una conferencia en La Habana, decía:
Yo conocí a Cossío. Tuve relación con él, trabajé con él. Era un carácter admirable. Cordial, sencillo; dechado de aquella humilde y profunda elegancia de ánimo de los hombres de la Institución. Y era hombre de noble vida de trabajo y de estudio, de honda sabiduría con que a todos regalaba en su trato, en su conversación sorprendente, en su invariable actitud de corrección ejemplar, llevada a una profunda sensibilidad humanista de sabio y de artista. Todos sabéis que nadie antes que él, ni como él, hizo el apasionante y riguroso estudio del arte del Greco, y que nadie después ha superado. 3
Читать дальше