Silvia Bleichmar - Psicoanálisis extramuros
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Pero, la represión, por otra parte, es definida en algún momento por Freud como el elemento que produce la disociación entre el afecto y la representación, de manera que es la represión la que va a posibilitar que un afecto quede mal emplazado o quede ligado a otra representación, en la medida en que, justamente, es a través de la libre circulación de cargas del inconciente que pueden volver a reunirse en el inconciente la carga y la representación, aunque se reúnan de una manera espuria. Hay una larga y vieja discusión en psicología respecto a si hay sentimientos reprimidos o no. Para Freud, no los hay, salvo en sentido descriptivo. Dice en la metapsicología que sólo podemos decir que hay un sentimiento o un afecto reprimido por après-coup , es decir, cuando lo volvemos a reconocer porque emerge en otro lugar que el que suponíamos que debía estar y entonces decimos que estaba reprimido.
En el inconciente, el afecto es carga. Lo único que se puede hacer con el afecto al reprimirlo es suprimirlo; la represión es algo que cae sobre las representaciones, mientras que sobre el afecto lo que recae es la supresión, es decir, su descualificación y la transformación en cargas que circulan entre las representaciones en el inconciente. Cuando el afecto reemerge en la conciencia, puede hacerlo de dos maneras: no ligado a una representación, es decir, en forma pura, y ese es el modelo de la angustia. Por eso, podemos definir la angustia como el afecto que emerge en la conciencia descualificado, sin ligazón con una representación. Esto es fundamental para el problema de la simbolización: el afecto es algo que aparece desligado de una representación y que sólo puede ser definido a través del cúmulo de sensaciones que el sujeto experimenta y que están a mitad de camino entre lo psíquico y lo somático, por eso tiene características de palpitaciones, de nudo que aprieta en la garganta, de algo que molesta en la panza, de algo que produce sudoración de las manos, de algo que produce un corte de la respiración, porque, en realidad, es el afecto descualificado no ligado a una representación.
Cuando la carga se liga a una representación estamos en el terreno del sentimiento, del afecto cualificado, y ahí es donde ubicaremos el miedo. Esta es la diferencia entre angustia (carga descualificada que emerge) y miedo (afecto ligado a una representación); es una forma de simbolización mayor que posibilita la relación entre el afecto y la representación, es decir, el miedo es aquello que permite una simbolización, ya que el sujeto sabe a qué le teme. Volviendo al problema de la disociación entre el afecto y la representación, digamos que jamás la catarsis sería la emergencia de un afecto puro, sino el emplazamiento de un afecto que se liga a un tipo de representación. En tal sentido, ninguna cura analítica está exenta de un aspecto catártico, no hay ninguna cura analítica donde de algún modo no se revivan afectos que queden ligados a representaciones y, al reemplazarse, determinan determinadas emociones. Y así como es impensable una cura sin reviviscencia, sería impensable, en cuanto a los objetivos de una cura, que no se supere la reviviscencia, yendo a la búsqueda de la perlaboración. Por eso, la catarsis no es el núcleo de la cura. Esto es muy importante, no se trata simplemente de quitar el tapón y que aparezcan las cosas.
Veamos cómo se relaciona lo que acabo de mencionar con la problemática del síntoma. Desde Freud en adelante, en las psiconeurosis de defensa, el síntoma es definido como un momento aislado de cierto acontecimiento traumático que al mismo tiempo se esclerosa, se aísla del conjunto de la vida psíquica. Tengan en cuenta que cuando Freud describe esto, todavía no tenía trabajado el concepto de inconciente y por eso no puede plantearse que en realidad este aislamiento del conjunto de la vida psíquica no es algo fortuito en los seres humanos, y que no se da solamente con el síntoma, sino en toda la vida anímica, en la medida en que siempre hay un espacio que está aislado del conjunto de la vida psíquica. Pero lo que sí podemos retomar es esta idea de esclerosamiento, de algo que permanece idéntico, de algo que se mantiene igual a sí mismo. La compulsión de repetición se relaciona con esto; al no poder incluirse en una cadena significante de la vida anímica queda un elemento del existente aislado que insiste buscando su ligazón, su inserción en una cadena simbólica que le otorgue un sentido.
En Vida y muerte en psicoanálisis (17), Laplanche retoma el caso de Emma descripto por Freud, para demostrar que el traumatismo se produce en dos tiempos. Hay un primer episodio traumático, en el momento en que la muchacha —una joven hístero-fóbica cuyo síntoma era una dificultad para entrar sola a comprar a las tiendas— no tiene la menor idea de qué es la sexualidad, entendida en el sentido de genitalidad. A la edad de 8 años fue dos veces sola a comprar golosinas. La primera vez, el pastelero le había tocado los genitales a través de la tela del vestido. Luego vuelve por segunda vez y eso es lo que ella se reprocha, como si con eso hubiera sido ella la que provocó el atentado. Pero lo que desencadena su fobia es otro episodio acontecido a los doce años. Esta sería una segunda escena . Cuenta la joven que, a esa edad, entró a una tienda a comprar algo y vio a dos empleados riéndose entre ellos, ante lo cual echó a correr presa de susto. Allí —plantea Laplanche— se constituye el traumatismo, se resignifica lo anterior que tenía un contenido sexual reprimido y se establece de alguna manera la emergencia sintomal. La idea de que los dependientes se ríen de ella es un síntoma paranoico que da cuenta de algo que fue a la búsqueda de lo que los antiguos, los patriarcas del psicoanálisis, llamaban traumatofilia.
La repetición en sí misma no amplía el conocimiento que el sujeto tiene acerca de su propio inconciente ni acerca de sí mismo. Esto es como la vieja discusión, en política, acerca de la praxis; la praxis en sí misma lo que ha demostrado es que los pueblos pueden repetir sus errores 20, 30 y 50 veces a lo largo de los años. Lo único que posibilita la transformación es la reflexión sobre esa praxis. De manera que en el sujeto psíquico es lo mismo: el sujeto repite, pero repite a la búsqueda de una significación capaz de transformar esa vivencia traumática. Pero, en la medida en que se repite, el traumatismo se engarza en series traumáticas cada vez mayores y se va cristalizando el síntoma. Esta repetición que caracteriza el síntoma se podría considerar como el llamado a la búsqueda de sentido. Y allí es donde aparece el problema de la simbolización: la función de los terapeutas es responder a esa búsqueda de sentido. Es decir, otorgar formas de simbolización y de significación que desanuden las simbolizaciones espurias o las simbolizaciones que no han logrado insertarse en las cadenas psíquicas para organizar nuevas formas de significación que rompan la compulsión de repetición.
¿Qué es lo que liga una simbolización? Hay dos teorías para responder a esta pregunta: una plantea que una simbolización puede ligar dos representaciones; la otra dice que una simbolización puede ligar un afecto y una representación. Tomen el ejemplo clásico del caballo en el pequeño Hans (18), del miedo al caballo de Juanito. Juanito le tiene miedo al caballo, ahí no hay una relación entre el afecto y la representación. Esto se dio cuando Juanito pasó de la angustia al miedo, él tenía un afecto flotante y en el momento en que lo consolidó en el caballo como atacante pudo establecer una relación entre afecto y representación y logró una simbolización, patógena o no, pero la hizo como pudo. A partir de eso se desencadena la fobia de Juanito. Pero, cuando empieza el padre, ayudado por Freud, a trabajar con Juanito, ya no va ligando un afecto y una representación, sino que lo que va ligando son series de representaciones para que se produzca la transformación del afecto porque la única manera de resituar el afecto es trabajando sobre las representaciones. Entonces, cuando el padre le dice: “Es en realidad a mí a quien tienes miedo, porque el caballo representa ese papá que te puede atacar porque tú lo odias por amar a mamá”, en ese momento se reubica el afecto de Juanito. Supongamos que a lo largo de todo el análisis terminó diciéndole eso y además le dijo: “Y no me puedes odiar porque en realidad también me amas”. Entonces, tomando estos modelos de las construcciones posibles de hacerle a Juanito, ¿qué es lo que estamos haciendo? Estamos reubicando las redes de representaciones para que la posición del afecto varíe, porque sólo operando sobre la representación se produce la transformación del afecto. Y acá viene otro problema: sobre la representación sólo se opera mediante la palabra, porque la representación es lenguaje y, entonces, el otro expresará aquello que lo perturba y nosotros responderemos con palabras simbolizando lo perturbante.
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