Con estos presupuestos, los trabajadores sociales debemos actuar, intervenir, no quedarnos en la descripción de los acontecimientos o como meros gestores de recursos. Siguiendo a De Robertis (1988) en nuestra práctica, hablar de intervención equivale a querer actuar, intervenir en un asunto quiere decir tomar parte voluntariamente, hacer de mediador, interponer su autoridad. Lo que nos hace poner de relieve la voluntad consciente de modificar, por su acción, la situación del ciudadano.
Ahora es el momento de entender por práctica en trabajo social la visión que hizo la Federación Internacional de Trabajadores Sociales y la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (AIETS) en el año 2014 que presentó una nueva definición del trabajo social a nivel internacional, revisando los nuevos marcos de referencia del trabajo de los profesionales, analizando los nuevos retos a los que se enfrentan y teniendo como prioritario el trabajo con las personas que llegan a consulta. Así, teniendo en cuenta estas premisas, se habla de que: 4
El Trabajo Social es una profesión basada en la práctica y una disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo local, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las personas. Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social. Respaldada por las teorías del trabajo social, las ciencias sociales, las humanidades y los conocimientos indígenas, el trabajo social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar (FITS y AIETS, 2014: 1).
En España las trabajadoras sociales comienzan a hacer suya esta definición, que va más allá de una mera conceptualización, para pasar a ser unos principios inspiradores de nuestra práctica. Teniendo en cuenta estas conjeturas, queda claro que los trabajadores sociales apuestan por no quedarse al margen de la situación de sus clientes, que, para intervenir y promover el cambio y el desarrollo local, la cohesión social, etc. debemos utilizar procedimientos estructurados –métodos– que permitan conseguir nuestros objetivos. Cuando los tiempos cambian se hace necesario ajustarse a la realidad social que es variada, compleja y difícil de comprender.
En ese proceso de cuestionamiento comenzaron a abrirse paso algunas preguntas, como dónde buscar alternativas: ¿hay alternativas? Y si las hay ¿son viables en nuestro contexto político-social? Aquí situamos el inicio del debate profesional, por nuestra parte hemos recogido a través de un estudio distintos momentos del proceso de reflexión de los diferentes agentes sociales implicados en la acción social, haciendo especial hincapié en los trabajadores sociales, como principales actores del desarrollo del estado del bienestar en nuestro país y objeto principal de nuestra deliberación en el texto.
Analizamos algunos aspectos de la acción profesional y cómo las prácticas alternativas se hacen viables desde los nuevos postulados. Examinamos de qué manera los trabajadores sociales están orientando su trabajo.
Ofrecemos el análisis construccionista y posestructuralista de la viabilidad de esas prácticas en contextos públicos, base fundamental del desarrollo de nuestro estado del bienestar. En concreto, el estudio se centra en las prácticas narrativas , por ser un enfoque de prácticas posmodernas, en el paradigma de la complejidad, que ofrece al trabajo social una base sólida para construir un nuevo modelo de intervención social, siendo esta una alternativa metodológica muy valorada por los profesionales. Desde este paradigma se plantean distintas opciones, prestando especial atención a la analogía del texto y al pensamiento de Foucault sobre el ejercicio del poder (1988), cuestión esta que representa la base principal del inicio de la reflexión por parte de los profesionales de la acción social. Por lo tanto, esta vía parece dar muchas claves a los interrogantes que se vienen produciendo en el contexto profesional.
De este cambio de pensamiento se destaca una postura que parte de la atribución del profesional como un observador objetivo de sus clientes, que posee un conocimiento técnico sobre la naturaleza humana o sobre las dificultades del usuario. De este modo se marca una jerarquía, pues el profesional «sabe más» que el cliente, lo que genera todo un contexto del déficit, en el que las intervenciones modernas parten generalmente de un diagnóstico que determina la intervención que se ha de seguir y sus objetivos. El profesional, desde este punto de vista, es el único que sabe qué pasos seguir y diseña las intervenciones o estrategias para lograr las metas, por lo general propuestas por él. Por supuesto, es el profesional quien decide cuándo terminar la intervención, salvo cuando las personas dejan de acudir a las citas. Aquí, en el paradigma de la racionalidad moderna, la intervención que en general se tiene es una visión basada en una cadena de ciertos supuestos o conceptos fundamentales, es decir, en la existencia de una realidad separada del observador, susceptible de ser conocida de manera objetiva.
Ahora, tal y como veremos, estos profesionales se dirigen hacia una visión posmoderna que implica una corriente crítica en la academia, que cuestione la naturaleza del conocimiento, y hacia un movimiento filosófico que postule que el conocimiento está construido socialmente a través del lenguaje. No podemos tener representación directa del mundo, solo podemos conocerlo a través de nuestra experiencia de él, y será en ella en la que fijemos nosotros y nuestros consultantes la atención. H. Anderson (2006; 1999) habla del significado que damos a los eventos y vivencias, no al conocimiento científico. El profesional se aleja de las distinciones jerárquicas y desarrolla una práctica más igualitaria, en la que el lenguaje ocupará un lugar central, pues en la crítica posmoderna este más que representar la realidad la constituye.
Es decir, las palabras que utilizamos no solo «reflejan» o expresan lo que pensamos o sentimos, sino que le dan forma en gran medida a nuestras ideas y al significado de nuestras experiencias (Anderson, 1999). La autora cree en la capacidad de la conversación profesional para liberar historias no tomadas en cuenta, en las que se trabaje para suprimir la exigencia del diagnóstico del déficit, y desarrollar y sostener construcciones alternativas en la «práctica»; en las que la transparencia sea la base de la intervención, y en las que se admitan las propias limitaciones y se den prácticas de reciprocidad, entendiendo que la intervención es un proceso bidireccional porque ayuda a mejorar el trabajo y la vida personal.
El debate, la discusión, al igual que otros muchos procesos de estudio, de deliberación de alternativas, se inició disperso y amplio, pero fue dirigiéndose hacia unas prácticas más horizontales entre profesionales y consultantes, tal y como vinimos observando. De entre las distintas vías, el análisis se orientó hacia unas prácticas de mérito literario, como les gusta llamar a sus creadores, White y Epston. Es decir, el camino de transición conduce hacia postulados de intervención posmodernos y posestructuralistas, lo que implica el enfoque de prácticas narrativas, unas «prácticas» donde
el método de trabajo social parte de la herencia secular (los relatos), para que los individuos encuentren alternativas mejores para sus vidas. Por medio de «reescribir» la vida de manera más funcional, a partir de entender la analogía de la práctica como un proceso de «contar» y/o «volver a contar» las vidas y las experiencias de las personas que se presentan con problemas, al evidenciar eventos significados seleccionados contribuyen de forma muy concreta a la co-creación de narraciones nuevas y liberadoras (White y Epston, 1993: 12).
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