Chris Wickham - Las formas del feudalismo

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Con una colección de sus artículos más importantes, Chris Wickham se enfrenta a una amplia gama de cuestiones, desde los rápidos cambios en las estructuras económicas al final del Imperio romano y los problemas clave en la sociedad y la economía de la Europa altomedieval, hasta cuestiones igualmente importantes en la historia cultural, como la naturaleza de la memoria histórica y cómo funcionan los chismes en las sociedades medievales (y contemporáneas). Desde su punto de partida inicial en Italia, Wickham extiende su interés al conjunto de Europa basándose en un buen conocimiento tanto de las fuentes archivísticas como de la bibliografía especializada, desde Escandinavia a Castilla y Cataluña. Su trabajo se caracteriza por una compleja síntesis de trabajo empírico y perspectivas teóricas explícitas, que tanto ha reivindicado en sus escritos de reflexión conceptual y metodológica y que ha puesto en práctica en sus numerosas publicaciones, desde los estudios monográficos a las grandes síntesis generales.

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Los nuevos estados germánicos no eran aún feudales. La oligarquía que controlaba cada uno de los estados-sucesores intentaba mantener los mecanismos financieros del Imperio hasta donde podía. Ello, al menos, muestra que ningún aristócrata que aceptara el gobierno germano, más o menos a regañadientes, podía haber actuado con la esperanza de que esto sólo significaría el final de las funciones recaudadoras del Estado. Casi todos los estados de Occidente en el 500 d. C. recaudaban impuestos: los vándalos en África, los visigodos en Hispania y sur de la Galia, los ostrogodos en Italia, los burgundios y francos en el sureste y norte de la Galia. (Por ahora no sabemos nada de Gran Bretaña.) Tal fiscalidad tuvo éxito en la medida de la fuerza interna de los reinos afectados. Los ostrogodos, cuyos mecanismos de gobierno están bien documentados, fueron aparentemente bastante más afortunados en Italia que cualquier emperador desde el siglo IV. No podemos, sin embargo, esperar la misma efectividad en muchos otros lugares. Había una diferencia crucial: la base financiera del ejército. El ejército constituía la principal partida de gasto para el Estado tardorromano, y fuera de Italia (donde estaban ancladas Roma y la burocracia central) casi la única partida realmente importante. El establecimiento político de cada Estado germánico supuso, sin embargo, que los germanos formaban el ejército, y estos nuevos ejércitos estaban basados en la tierra –es decir, en la propiedad de la tierra. El gasto principal del Estado fue suprimido de un solo golpe. La fiscalidad fue aquí inmediatamente sustituida por la renta: la conclusión lógica de los rechazos y evasiones del siglo anterior. Los germanos ocuparon de un tercio a dos tercios de la tierra, según parece; aunque posiblemente no pudieron ocupar todas las tierras del Imperio (en lugar de eso, en Italia las haciendas no ocupadas pagaban impuestos), no es necesariamente cierto que el establecimiento fuera algo de lo que los aristócratas romanos se beneficiaran mucho. No obstante, el balance de la economía cambió. Probablemente es en este punto, como veremos, donde las relaciones feudales se hacen más importantes que las antiguas: era menos fácil evadir los tributos germanos que los imperiales. Y aunque la tributación se mantuvo, su escala fue inevitablemente bastante menor. 21

La fiscalidad siguió siendo esencial para los primeros estados-sucesores germánicos. La concepción global del Estado, asequible a los reyes germanos de los siglos V a VI, implicaba la capacidad de recaudar impuestos; el primer Estado germánico importante que la excluyó no apareció hasta que los lombardos ocuparon la mayor parte de Italia después del 568. Las leyes y los documentos administrativos ostrogodos y visigodos muestran la continuada importancia y complejidad organizativa de los mecanismos de tributación. Pero con el ejército separado de la fiscalidad del gobierno central, el proceso se hizo más marginal. Esto se ve mejor al examinar la fiscalidad de los francos, la que tuvo más éxito (aunque casi la más primitiva) entre los pueblos sucesores en Occidente y la única que presenta una continuidad no interrumpida de desarrollo histórico hasta un período en que el impuesto no se exigía en serio. La evidencia franca es también más significativa, pues a diferencia de la de los reinos godos no se limita a idealizaciones administrativas; tenemos una idea de las reacciones del pueblo ante ella.

No hay duda de que los reyes merovingios exigieron un impuesto sobre la tierra durante largo tiempo. La fiscalidad y sus problemas son un motivo común en las obras de Gregorio de Tours a finales del siglo VI, y en las vidas de santos del siglo VII. El recaudador de impuestos de Teodeberto I, el romano Partenio, fue asesinado por la multitud de Tréveris a la muerte de su rey en el 548. Los intentos de Chilperico I para imponer nuevos y crecientes impuestos le trajeron una sublevación en Limoges en el 579 y (dice Gregorio) la muerte de sus hijos en la peste de 580. El propio Gregorio defendía en el 589 la exención de impuestos de Tours que sus predecesores habían logrado para la ciudad, pero el obispo de Poitiers en el mismo año consideró necesario que los registros de impuestos de Poitiers se revisaran para rectificar la sobreimposición de viudas y huérfanos. El impuesto, entonces, todavía se sentía como gravoso. Era también algo universalmente impopular. Los obispos intentaron lograr la exención para sus ciudades, y los abades hicieron otro tanto para sus monasterios, generalmente con éxito. Las vidas de santos del siglo VII lo subrayan: no sólo la creciente tributación excita la cólera de los santos, sino cualquier fiscalidad. Sin embargo, las esquemáticas referencias que poseemos nos indican que los niveles de fiscalidad habían caído dramáticamente desde época romana hasta situarse por debajo del diez por ciento de la cosecha. Globalmente, el predominio económico de la fiscalidad se había desvanecido. Y la toma de postura popular ante la legitimidad de la fiscalidad estaba también cambiando completamente; incluso un nivel de fiscalidad tan relativamente bajo como éste era inaceptable. Los merovingios eran fuertes e impusieron tributos mientras pudieron, esto es, a lo largo de la mayor parte del siglo VII al menos. Pero no pudieron ocultar el hecho de que la tributación no tenía ya ningún otro propósito más que el exagerado enriquecimiento de los reyes; esto, en efecto, debe explicar su creciente pérdida de legitimidad. Apenas había ya en qué gastarlo. El ejército se estableció en la tierra; la administración (excepto el propio mecanismo de recaudación de impuestos) era rudimentaria con respecto a los niveles romanos; las vastas tierras fiscales que controlaban los reyes eran suficientes para sus necesidades cotidianas. Lo único para lo que servía el sistema fiscal era para entregarlo como dones, en particular como exenciones a la Iglesia, y obtener una ganancia política a corto (o largo) plazo. Pero al hacer esto, los merovingios estaban ya hablando el lenguaje de las relaciones sociales feudales. El impuesto sobre la tierra se convirtió simplemente en una parte de los recursos del fisco, igual que un dominio o un portazgo; los merovingios los concedieron indiferentemente. En el período carolingio todo lo que quedaba del impuesto sobre la tierra era una serie de fragmentos con diferentes nombres regionales, como el impuesto sobre el ganado ( inferenda ) pagado en Maine y Poitou en los siglos VII y VIII, o el osterstopha (un tribuno anual) de Alamania y Renania, o el «tributo de un cuadragésimo», el tributum quadragesimale en la Galicia (exvisigótica) del siglo X: sus orígenes se perdieron para el recuerdo. 22

* * *

Lo que acabamos de ver, de hecho, son las líneas maestras de la historia de la fiscalidad del Bajo Imperio Romano en Occidente. En el resto de este apartado intentaré retroceder y describir lo que sucedió en términos más generales, estructurales, antes de trazar una impresión sobre los modelos iniciales de la formación social feudal que surgió a principios del período medieval.

El primer punto que se debe destacar es que no estamos ocupándonos de la mera sustitución de un modo de producción por otro. El modo antiguo coexistió con el modo feudal desde el siglo IV al VIII; esto es, la extracción del excedente se producía en dos procesos separables, mediante el impuesto y la renta, el uno destinado a un poder público distante (mediatizado a través de las ciudades, al menos mientras duró el Imperio), el otro a un señor más inmediato, aunque a menudo ausente. Las relaciones del campesino con el Estado y el señor eran fundamentalmente diferentes, pudiendo describirse la diferencia en términos de oposición entre lo público y lo privado, en los niveles de la propiedad y las finanzas, y también de lealtad, interés y obligación. Ambos modos coexistieron entonces –de modo antagónico– en la misma formación social. Lo que sucedió, como he dicho, fue simplemente que el equilibrio cambió; el modo dominante se trasladó del antiguo al feudal.

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