Chris Wickham - Las formas del feudalismo

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Con una colección de sus artículos más importantes, Chris Wickham se enfrenta a una amplia gama de cuestiones, desde los rápidos cambios en las estructuras económicas al final del Imperio romano y los problemas clave en la sociedad y la economía de la Europa altomedieval, hasta cuestiones igualmente importantes en la historia cultural, como la naturaleza de la memoria histórica y cómo funcionan los chismes en las sociedades medievales (y contemporáneas). Desde su punto de partida inicial en Italia, Wickham extiende su interés al conjunto de Europa basándose en un buen conocimiento tanto de las fuentes archivísticas como de la bibliografía especializada, desde Escandinavia a Castilla y Cataluña. Su trabajo se caracteriza por una compleja síntesis de trabajo empírico y perspectivas teóricas explícitas, que tanto ha reivindicado en sus escritos de reflexión conceptual y metodológica y que ha puesto en práctica en sus numerosas publicaciones, desde los estudios monográficos a las grandes síntesis generales.

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Lo que nos interesa aquí en nuestra valoración de la importancia de la fiscalidad no es su peso absoluto, junto con un cálculo de qué perjuicio ocasionó a la productividad de la economía, que es lo que se hace generalmente (fue alto, y probablemente causó perjuicio, pero menos de lo que piensa Jones), sino cuál fue el peso relativo de la fiscalidad sobre el pago de rentas. El primer punto es que el impuesto se estableció sobre todos los grandes propietarios de tierra, y ellos no pagaban renta. Los propietarios campesinos representaban una proporción no determinable del Imperio, pero probablemente constituían un porcentaje considerable, tal vez todavía fueran numéricamente dominantes en algunas provincias marginales –un sector de la población no sin importancia incluso en Italia, donde las haciendas eran probablemente las más grandes. Donde los campesinos tenían que pagar impuestos y renta, no hace falta decir que es difícil estimar la relación proporcional entre los dos, pero nos sorprende bastante el tener algunas cifras. Las dos más detalladas son del siglo VI y nos permiten obtener proporciones casi exactas: una en un registro fiscal completo de Antiópolis en Egipto de quizá el 527, otra de una cesión del Estado a la Iglesia en Rávena del 555 aproximadamente. Las cifras de Antiópolis nos muestran que los gravámenes en especie y en dinero representaban entre un cuarto y un tercio de los rendimientos brutos medios, y por tanto, entre la mitad y dos tercios del excedente total obtenido normalmente de los tenentes en Egipto (el 50 por ciento era la renta más común, el terrateniente pagaba los impuestos aparte). El impuesto, por tanto, es equivalente a más de dos veces la renta. En Rávena la proporción impuesto/renta está explícita en el texto, pues el señor tiene que recaudar ambos y traspasar el impuesto; la proporción es 57/43. Y ello es mucho. En el siglo VI los señores obtenían menos de la mitad del excedente. Por supuesto que no podemos decir hasta qué punto son representativas las cifras, pero Italia y Egipto no están ciertamente entre las provincias en donde la renta se considera como ligera; incluso si el impuesto era más alto en Egipto que en cualquier otra parte, como es posible, la relación entre impuesto y renta no debería verse como inusual. El predominio cuantitativo de la recaudación de impuestos en el Imperio, incluso donde se oponía a la renta, está tan claro como probablemente nunca lo esté, dadas las cifras que generalmente tenemos a nuestra disposición para el Bajo Imperio. Los campesinos independientes pagaban al menos los promedios perfilados en estos textos (las cifras de Antiópolis son tanto para propietarios como para tenentes) y a menudo más, pues el texto de Rávena es para tierra de la Iglesia parcialmente privilegiada. En tales niveles, más de una cuarta parte de los rendimientos brutos se irían en impuestos –como conjetura, a menudo más de la mitad del excedente (esto es, tras la simiente y la subsistencia), y con seguridad, más del cien por cien en los años malos. Las cifras son excepcionales, pero no hay razón alguna para no tomarlas en serio; algún impuesto puede no haberse pagado nunca, pero, igualmente, se sabe que los recaudadores corruptos extraían en otros lugares más de lo teóricamente establecido. Sin embargo, debemos preguntarnos cuándo se impusieron esos niveles de tributación. El registro de Antiópolis, si la fecha es correcta, precede al aumento de los impuestos que se llevó a cabo para pagar las guerras del reinado de Justiniano, y probablemente representa un nivel de tributación típico durante algún tiempo. Por otro lado, los niveles de tributación a principios del siglo IV, al menos en Egipto, eran probablemente algo más bajos. El aumento de un ya alto impuesto sobre la tierra hasta estos niveles extraordinarios comenzó a ocurrir casi con certeza a finales del siglo IV con el comienzo de las guerras, y en el caso de Egipto con el crecimiento de la población de Constantinopla; quizá sólo entonces los impuestos comenzaron a superar a la renta. 14

La cantidad relativa de fiscalidad varía, si bien después de Diocleciano fue siempre alta. Pero el predominio cuantitativo o casi de la fiscalidad como un modo de apropiación del excedente debe haber integrado por sí mismo el Bajo Imperio en una única formación social, a pesar de las considerables diferencias regionales. La fiscalidad coexistió con otros modos, es cierto –acabamos de ver su íntima coexistencia con la renta, el modo feudal–, pero pronto tuvo más peso que ellos. Y esto se ve incluso más claramente en términos cualitativos; el impuesto, y a través de él el Estado, llegó a dominar la estructura completa de la economía. Las relaciones sociales de producción estaban alineadas no con los intereses del señor, sino con los del Estado. Esto se muestra mejor por el interés del Estado en atar a los campesinos a la tierra. Los señores habían intentado someter a los tenentes de esta manera a principios del Imperio, mediante la esclavitud por deudas y la renovación forzosa de arrendamientos, probablemente con algún éxito a pesar de la intermitente hostilidad del Estado. (La hostilidad resultaba quizá sorprendente puesto que a menudo se planteó el mismo problema en las tierras del Estado.) Cuando al Estado le interesó obligar a los campesinos a permanecer donde estaban y someterles a impuestos, lo hizo mediante masivos embates legislativos. No es que los propietarios campesinos y los coloni más independientes estuvieran a menudo adscritos en la práctica por tales leyes; del mismo modo, con leyes similares que adscribían a los artesanos a sus profesiones, hubo una desbandada general. Pero no hay duda sobre la seriedad del intento por parte del Estado, al menos en su cúspide, por ejercer un control sobre la mayor parte de los estratos de campesinos sometidos. Es posible incluso que el Estado del siglo IV ejerciera algunas veces más control sobre las vidas de los campesinos dependientes que algunos señores. Es menos fácil determinar exactamente cómo habría afectado esto al proceso productivo. Ciertamente el Estado impuso prestaciones de trabajo, que sólo eran muy raramente requeridas por los señores en el mundo romano. Pero en general el efecto pudo haber sido leve. Es importante recordar que, aparte del modo esclavista, todos los modos explotadores precapitalistas se basan en la agricultura campesina; el proceso de trabajo del campesinado, e incluso sus fuerzas productivas, no se ven necesariamente afectados por los cambios en la apropiación del excedente (y por tanto las relaciones sociales de producción), aunque el modo de producción en su totalidad será diferente si se dan tales cambios. Como veremos, los campesinos intervinieron ciertamente en la lucha por determinar la cantidad de excedente que estaban obligados a entregar, y a quién, pero los señores y el Estado rara vez tuvieron gran efecto directo sobre cómo organizaban realmente los campesinos el cultivo de la tierra hasta el comienzo del capitalismo agrario (aunque a veces podían controlar la localización del trabajo –como en el cultivo de la reserva–, los tipos de cereal, etc., que en algunas circunstancias podían producir un avance tecnológico). 15

La fiscalidad dominaba la economía y era la base económica para el Estado. Nada en el sistema económico tardorromano escapaba a los brazos del Estado. El comercio de larga distancia, por ejemplo, fue en gran medida dependiente del Estado como cliente, al igual que estuvo fuertemente condicionado por las regulaciones y a menudo por las requisas que servían a los intereses del Estado. Jones lo muestra muy claramente, y su análisis, aunque subestima el tamaño del comercio tardorromano, sigue siendo válido. El comercio y el Estado continuaron manteniendo una estrecha relación, esto es, de dominio del Estado, hasta el período carolingio y más allá; el patrocinio del Estado siempre podía proporcionar a un mercader una riqueza mucho mayor que algo tan corriente como el beneficio comercial. 16

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