Chris Wickham - Las formas del feudalismo

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Con una colección de sus artículos más importantes, Chris Wickham se enfrenta a una amplia gama de cuestiones, desde los rápidos cambios en las estructuras económicas al final del Imperio romano y los problemas clave en la sociedad y la economía de la Europa altomedieval, hasta cuestiones igualmente importantes en la historia cultural, como la naturaleza de la memoria histórica y cómo funcionan los chismes en las sociedades medievales (y contemporáneas). Desde su punto de partida inicial en Italia, Wickham extiende su interés al conjunto de Europa basándose en un buen conocimiento tanto de las fuentes archivísticas como de la bibliografía especializada, desde Escandinavia a Castilla y Cataluña. Su trabajo se caracteriza por una compleja síntesis de trabajo empírico y perspectivas teóricas explícitas, que tanto ha reivindicado en sus escritos de reflexión conceptual y metodológica y que ha puesto en práctica en sus numerosas publicaciones, desde los estudios monográficos a las grandes síntesis generales.

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Tenemos que preguntarnos cuándo ocurrió esto y, además, cómo sabemos que ocurrió. Puesto que la plena fuerza del cambio radica en su efecto sobre las estructuras sociales, a través de los cambios en esas estructuras podemos ver cómo se produjo. Ciertamente, el cambio no fue puramente cuantitativo, es decir, el peso relativo del impuesto y de la renta; tal afirmación sería extremadamente mecanicista, al reducir un completo sistema a un reflejo de una serie de relaciones estadísticas (no descubribles). El hecho de que el impuesto llegase a ser menos importante económicamente que la renta se convierte de nuevo en algo obviamente crucial, pero la clave para el cambio reside, en su mayor parte, en cómo se produjo esto y qué nos muestra sobre las relaciones entre los terratenientes y el Estado. Por otro lado, sería igualmente erróneo buscar el momento del cambio a través de un análisis de las intenciones o de la ideología del propio Estado, ya que, como veremos, éste se mantuvo en su forma romana tanto como le fue posible, hasta la caída de los carolingios. Podemos ver mejor el cambio a través del control que tuvo el Estado sobre las relaciones sociales.

El dominio del Estado como modo antiguo se expresaba directamente a través de su organización de la estratificación social. La fuerza explotadora en el Estado romano fue el poder público; el estatus era importante precisamente porque regulaba el acceso a este poder y así, en sus niveles más altos, a los recursos de la fiscalidad –al igual que, en el otro extremo, la obligación de pagar. Ya hemos visto que el Estado controlaba esto último mediante la adscripción del campesinado; ciertamente esto escapó al control de los estados germánicos. Pero la pérdida del control del Estado sobre la aristocracia hizo el proceso más evidente. En el siglo IV, jerarquía y estatus eran conceptos legalmente reconocidos, vinculados directamente en sus niveles más altos a la posesión de oficios del Estado (o a cualquier posesión de oficios senatoriales, teóricamente parte del Estado, pero quizá ya parcialmente alejados del control gubernamental). Las categorías más directamente vinculadas a la riqueza en sí misma eran extremadamente imprecisas (por ejemplo, honestior y humilior ); fue la red de títulos oficiales, las categorías más útiles para el Estado, lo que estratificó la sociedad aristocrática. En el siglo VI, aparte quizá de en la Italia ostrogoda, ya no se dio. La complicada terminología utilizada para la posesión de oficios y la jerarquía senatorial en la época tardorromana habían desaparecido. Gregorio de Tours utiliza la palabra senator para cualquier gran propietario romano. Incluso las rivalidades, de apariencia muy romana, por los oficios de la ciudad que describe en sus historias, se mencionan sobre todo en términos de relaciones de poder y patrocinio de los grandes propietarios. 23 Los terratenientes ambicionaban oficios y estatus, es cierto, y ello estaba en manos de los reyes, pero el oficio no se buscaba porque comportase una relación intrínseca con el Estado: su valor estaba más en la tierra que llevaba consigo. De modo creciente, el estatus se convirtió en algo sin sentido cuando se separó de la propiedad de tierra, y la propiedad de tierra trajo consigo un estatus independiente de la intervención real. Sólo los más poderosos de los carolingios pudieron conceder a sus hombres oficios y poder sin darles tierras, e incluso entonces sólo en el gobierno central. Incluso los gobiernos más fuertes perdieron la implicación directa del Estado sobre el estatus y su control. El cambio puede expresarse simplemente en términos materiales: un funcionario del siglo IV, a menos que fuera excepcional y personalmente rico, conseguía más de su cargo en términos de riqueza y estatus que de la propiedad de la tierra. Desde el siglo VI, sin embargo, esto sólo era cierto en tanto que los oficios comportaban tierras; a la larga ambos llegaron a ser lo mismo.

Para la mayor parte de Occidente ello sitúa el momento de cambio en el siglo V, lo cual no es sorprendente, aunque sí inconveniente, pues es con mucho el siglo más oscuro del período tardorromano. El siglo V fue el momento en el que se fracturó el poder del Estado sobre las relaciones de producción, al menos en la Galia. (En Italia el cambio se produjo más tarde, con las guerras de los años 535-605.) A partir de entonces, la propiedad privada de la tierra ya no fue un medio para conseguir poder; fue el poder mismo. Hemos visto que los terratenientes evadieron impuestos y que esto provocó que los recursos, y por tanto, la atracción, del Estado se agotaran; vino un tiempo en el que lo intentaron no sólo mediante la manipulación de su posición en el Estado, sino directamente mediante su posición como terratenientes. No sabemos el momento exacto –durante más de un siglo los historiadores han estado buscando un momento equivalente, como entre el feudalismo y el capitalismo, sin éxito–, pero creo que puede considerarse implícito en el decreto de Valentiniano del 444 y en los discursos de Salviano, que de modo significativo, a diferencia de los de Libanio, dejan de hablar de la posesión de oficios cuando pasan del tema de la fiscalidad al de la evasión. No podemos ir más allá. 24

En este punto tenemos que volver al problema de las causas subyacentes. Está claro que el cambio no fue inevitable, pues no ocurrió en Oriente. La propiedad de tierra a gran escala estaba, es cierto, probablemente más extendida en Occidente que en Oriente, y se expandía independientemente de los problemas de tributación, al renunciar a sus tierras los campesinos propietarios cuando la desgracia les golpeaba en forma de malas cosechas o de guerras; la balanza entre el Estado y la propiedad privada de la tierra se desequilibró en contra del Estado. Por otro lado, las principales familias aristocráticas eran más poderosas en el Estado en los siglos IV y V en Occidente que en Oriente; tenían más interés en él, aun cuando este interés se utilizase de modo creciente en sus intereses privados. Repetimos los puntos antes señalados: las guerras inclinaron la balanza al desafiar la dirección del Estado; el Estado tenía menos ventajas para la aristocracia como protector y fuente de beneficios, y su hegemonía ideológica, como el núcleo natural e inevitable de actividad política, fue cuestionada. Como la posesión de la tierra (el modo feudal) era ya el elemento más sólido en la sociedad romana, la aristocracia pudo refugiarse en ella.

Con la aristocracia vacilante, el campesinado tuvo también la oportunidad de reaccionar, apuntalando las acciones u omisiones de la aristocracia. Para cuando llegaron finalmente los asentamientos germánicos, el predominio de la imposición tributaria estaba ya fracturándose. Sin embargo, debe ponerse de relieve que esto no es una explicación de por qué el Imperio fue reemplazado por los estados-sucesores germánicos; ello fue ante todo un problema político y militar (aunque tuvieran algo que ver en ello los ingresos disponibles para el ejército romano, al igual que la preparación de los campesinos romanos que servían en él). Es, más bien, una explicación de por qué, cuando ocurrió, los estados-sucesores fracasaron al tomar la forma del Estado romano en microcosmos, como en teoría pudieron haberlo hecho fácilmente y como quizá lo hicieron los ostrogodos en Italia durante un tiempo. 25 Las jerarquías germánicas en cada reino estaban ciertamente bastante romanizadas (en términos sociales, si no culturales) para aceptar tal sistema. Fue porque los mecanismos de imposición de tributos, la base del modo antiguo, estaban ya fracasando, por lo que los ejércitos germánicos acabaron en la tierra. Las aristocracias germánicas excluyeron del poder estatal a muchos miembros de la aristocracia romana, y por lo tanto a menudo los reemplazaron como patronos, pero también se establecieron, en consecuencia, no como oficiales, sino como grandes propietarios. El impacto de la guerra había puesto al descubierto las contradicciones existentes en el corazón de la sociedad romana de Occidente, y un modo consiguió el dominio sobre el otro. Los motores de una tal coyuntura no son desconocidos en otros lugares: Rusia en 1917 presenta algunos paralelismos.

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