María-Milagros Rivera Garretas - La diferencia sexual en la historia

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Este libro tiene la arriesgada pretensión de ofrecer un pasaje a un lugar en el que apenas ha estado nadie. El lugar es la historia que está más allá de lo social, no en contra de lo social. En el siglo XX, el triunfo del pensamiento de izquierda -un pensamiento masculino espléndido- ha ido llevando a la gente a creer que toda la historia es social. Y, sin embargo, no es así, como han aprendido por experiencia y con padecimiento algunas feministas que, en la década de los setenta, empezaron a escribir historia de las mujeres guiadas, con ilusión, por el paradigma de lo social. Creían que todo cabía en él, también el sentido libre del ser mujer. Pero no cupo. Cupo el estereotipo de género femenino, es decir, cupo lo que en la vida de una mujer tiene que ver con el poder. Pero no cupo todo lo demás: no cupo la diferencia sexual. Porque el poder, importantísimo como, por desgracia, es, no ha ocupado nunca ni la historia entera ni la vida entera de nadie. En el paradigma de lo social no cupo nada o apenas nada del amor, es decir, de lo que hace historia orientado por la metáfora del corazón.

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Por eso, porque ya no se le debía el cuerpo a la ciudad, el cristianismo fue contrario a la guerra por la patria, guerra cuya tragedia la Roma imperial había edulcorado con la insidiosa frase, grabada durante siglos en los monumentos a los muertos en combate, que dice: Dulce et decorum est pro patria mori («Es dulce y honroso morir por la patria»). Por eso, también, el cristianismo ha atraído a muchas mujeres y a hombres con talento político y sin vocación de poder. Por ejemplo, a santa Teresa de Jesús, artista en el poner en palabras la experiencia de ser mujer una mujer, en cuya obra es constante la presencia del cuerpo, sea en la ascesis, en el éxtasis o en la visión, reconociendo de esta manera la divinidad de la materia primera. En realidad, la enorme importancia que tuvo en la teología de la Europa moderna la cuestión de la presencia real de Cristo en la eucaristía, indica que fue esta la mediación histórica viable para salvar lo salvable de la doctrina de los dos infinitos, que sucumbía ante la persecución del Estado moderno. Esta mediación la agrandaron las místicas que defendieron infatigablemente la humanidad de Cristo, tomando incluso bastantes, para corroborarlo, el apellido «de Jesús».

Esto quiere decir que en la Europa cristiana hubo más espacios para significar libremente el sentido de la diferencia de ser mujer y de la diferencia de ser hombre que en el mundo clásico y en la Europa racionalista. Precisamente porque cada cuerpo, cada uno de los sexos, tiene —se dice— un origen divino. Un ejemplo es La Ciudad de las Damas, de Cristina de Pizán (1364–1430), una ginecotopía perfectamente cristiana escrita en 1405, en la que su autora imagina una unidad política nueva y sexuada, habitada solo por mujeres y presidida por la figura de María de Nazaret, madre virgen. 23

No hubo, sin embargo, espacios suficientes, porque la madre siguió desaparecida. Es decir, ni la democracia ni el cristianismo han tenido en cuenta la evidencia de que el cuerpo es un don de la madre, un don de cada madre concreta y personal. 24

La recuperación de la genealogía materna y del orden simbólico de la madre para el conocimiento universitario será, en realidad, un acontecimiento reciente: de los años sesenta del siglo XX, en el contexto del movimiento político de las mujeres. Muchas mujeres llegamos a este descubrimiento (abismal y, a la vez, sencillísimo) después de pasar por el padecimiento de vivir en un cuerpo sin raíz, sin origen, usurpado por innumerables instancias de poder y de dominio que o lo acallaban o transmitían sobre él mandatos contradictorios. El descubrimiento estuvo orientado por el amor femenino de la madre 25, que sobrevivió a la emancipación alentada por las democracias, y, también, por lo que entonces se llamaba la somatización, fenómeno doloroso que las feministas adivinamos que era un síntoma de la usurpación de la autoría del cuerpo por la democracia y por el Dios cristiano. La somatización es una manera de expresar una verdad sobre el cuerpo convirtiéndolo en texto, a falta de palabras para decirlo. El enmudecimiento del cuerpo humano femenino y, probablemente, también masculino libre, ha sido tan grande que algunas psicoanalistas entienden, hoy, que el cuerpo —el hecho de ser las criaturas humanas cuerpo— es el inconsciente. 26

La diferencia sexual no es, pues, una variable más a añadir a una serie de otras variables del discurso políticamente correcto de hoy, variables como género, raza, etnia, clase social, posición en el sistema colonial o preferencia erótica. Se trata más bien de pensar un no pensado, de decir un no dicho, de mirar el mundo entero y decirlo con palabras nacidas de una política que no cancele el cuerpo.

LA POLÍTICA DE LO SIMBÓLICO: SENTIR Y DECIR LA VERDAD DEL CUERPO SEXUADO

Un descubrimiento gigantesco de una parte del movimiento político de las mujeres del último tercio del siglo XX fue que el sentido libre del ser mujer u hombre no se obtenía mediante la revolución social, ni tampoco oponiéndose a ella. Intentando vadear este abismo —un abismo que nos dejaba huérfanas de padre—, esas mujeres cayeron en la cuenta de que para decirse y decir el mundo libremente les hacía falta otra política. Esta otra política fue naciendo entre mujeres que no se reconocieron como el segundo sexo del libro —publicado en 1949— que había hecho famoso Simone de Beauvoir (1908-1986) en la generación inmediatamente anterior. 27Nació, pues, entre mujeres que no buscaron tanto su liberación como su libertad. La liberación trata de erradicar toda constricción histórica sufrida por un ser humano. La libertad, en cambio, fue entendida por estas mujeres como la capacidad de transformar la relación con las constricciones históricas que una no puede o no quiere erradicar. 28

Esta nueva política nació en los grupos de autoconciencia. 29Los grupos de autoconciencia aparecieron espontáneamente en muchos lugares del mundo en los años sesenta y setenta del siglo pasado: en los Estados Unidos, en América Latina, en Europa occidental..., también en España, a pesar de la dictadura que sufrió durante casi cuarenta años. Eran pequeños grupos de mujeres que nos reuníamos casi siempre en nuestras propias casas o en pequeños locales, pues no teníamos dinero ni patrocinio de nadie.

Nos reuníamos para hablar de nosotras, de nuestro ser mujeres, y, hablando de nosotras, interpretar el mundo. Por eso se les llamó también «grupos de palabra». Fue así como se tomó conciencia de la importancia de la propia experiencia, más allá de las posiciones ideológicas (no en contra de ellas); las posiciones y compromisos ideológicos estaban muy bien, pero las chicas jóvenes de entonces veíamos que consistían sobre todo en principios que luego se cumplían poco en la vida.

Fue en los grupos de autoconciencia donde se empezó a hablar de la diferencia sexual, y donde se vislumbró la existencia de otro orden simbólico (el que sería el orden simbólico de la madre, al que dedicaría Luisa Muraro un libro espléndido en 1991). 30De ese otro orden simbólico se empezó a hablar en un grupo que había en París, fundado en 1968 por la psicoanalista Antoinette Fouque, llamado Psychanalyse et Politique. También en París aparecería pronto la que sería la gran escritora del feminismo de la diferencia, la filósofa Luce Irigaray. En 1974, Luce Irigaray defendió y publicó su tesis doctoral titulada Speculum. Espéculo de lo otro, mujer. 31Esta tesis doctoral revolucionó el psicoanálisis al introducir en él la diferencia sexual femenina. Le valió a Irigaray el ser expulsada de la Sociedad psicoanalítica francesa y marginada de la universidad; pero su influencia en el movimiento político de las mujeres fue muy grande enseguida.

Los grupos de autoconciencia fueron muy importantes en Italia: con Carla Lonzi (1938-1982), sobre todo desde los años sesenta. En Italia, a la práctica de la diferencia se le dio enseguida un corte político radical, menos psicoanalítico que en Francia, aunque el vínculo con esta teoría estuviera también presente. Esto se hizo primero en el grupo DEMAU o DEMAUP (Demistificazione autoritarismo patriarcale), fundado en Milán en 1966, y en Rivolta femminile, fundado en la misma ciudad en julio de 1970 por Carla Lonzi y otras, mujeres que tenían entonces más de 30 años y actuaron políticamente «a pesar del 68», creando también una editorial. 32Luego, en la Librería de mujeres de Milán, una cooperativa fundada en el centro de esa ciudad por la jurista Lia Cigarini, con otras, en 1975; entre ellas la filósofa Luisa Muraro, que había sido expulsada de la universidad en el 68. Luisa Muraro fundó con otras en 1984 la comunidad filosófica femenina Diótima, en la Universidad de Verona. 33En Inglaterra, Victor Seidler es un gran pensador de la diferencia sexual masculina, de la diferencia de ser hombre, en la Universidad de Londres y en los grupos de autoconciencia masculina que él contribuyó a fundar. 34

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