Miniaturas dispuestas a ser seleccionadas, a la vista, antes de empezar un taller de la caja de arena en el Centro Albores de Murcia. El hecho de exponerlas ordenadas es una invitación atractiva a interesarse por la técnica, ya que aumenta la curiosidad de las personas (de izquierda a derecha: Rafael Llor, José Luis Gonzalo, Nerea Benito, Cristina Herce, Rafael Benito).
A este respecto, es necesario recordar que Margaret Lowenfeld 2 fue quien diseñó y dio a conocer la caja de arena. No suele figurar entre las psicoterapeutas infantiles más afamadas. Sin embargo, la doctora Margaret fue una pediatra que se convirtió en pionera de la psicología y la psicoterapia infantil. Su interés en cómo crecen, se desarrollan y piensan los niños comenzó cuando, recién doctorada, trabajó ayudando a los habitantes de Polonia, su país de origen, después de la Primera Guerra Mundial. Tras esta experiencia, Margaret se preguntó qué fue lo que les permitió sobrevivir y prosperar a algunos niños (preconizó el fenómeno de la resiliencia antes de que se inventara la palabra) a pesar de sus experiencias traumáticas. Al principio de su carrera se dedicó a la investigación médica (reumatismo infantil y lactancia), pues era de la opinión de que la investigación y la evaluación eran muy importantes en cualquier campo de la ciencia.
Su contribución más sobresaliente está en reconocer que el juego es una actividad importante en el desarrollo de los niños y que el lenguaje es a menudo un medio insatisfactorio para que estos expresen sus experiencias. En consecuencia, Margaret inventó técnicas no verbales que permitían a los niños transmitir sus pensamientos y sentimientos sin recurrir a las palabras. Una de ellas fue la caja de arena, la cual utiliza, como sabemos, bandejas llenas de arena y colecciones de animales de juguete, personas, vehículos, edificios, etc. Estas representaciones en miniatura de objetos de su vida cotidiana en forma de imágenes permiten a los niños retratar sus mundos interiores. La doctora Lowenfeld abrió su consulta en la década de 1920 en el barrio de Nothing Hill, Londres. Creó una sala de terapia en la que dispuso de un mueble con cajones dentro de los cuales guardaba diferentes muñequitos ordenados por categorías. Además, ofrecía a los niños cajas cubiertas con arena en la que estos podían jugar. Pronto los pequeños le dijeron a Margaret que querían hacer «mundos en la arena», siendo los propios chicos los que le pusieron el nombre a la técnica (Lowenfeld, 2004). Para esta autora, el juego en la arena debía ser algo espontáneo. Ella pedía a los niños que representaran lo primero que se les pasara por la cabeza, pudiendo utilizar dos cajas, una con arena seca y otra con arena mojada. Margaret los animaba después a que contaran lo que habían hecho y a que jugaran dentro de la caja.
Una de las mejores aportaciones de Margaret es que no interpretaba el juego de los niños, sino que se interesaba por lo que estos expresaban auténticamente, considerando que ellos eran los expertos en su mundo y no el adulto. Ella aprendía de la observación directa de los mismos niños y de sus acciones tanto como de sus palabras, ya que, como ella dijo, «los niños piensan con sus manos», es decir, a partir de sus experiencias sensoriales. Margaret Lowenfeld siempre estuvo más interesada en descubrir y reorientar las fortalezas de un niño que en diagnosticar sus debilidades o patologías.
Cuando usaba la técnica de los mundos, la doctora Lowenfeld atendía a la propia idea del niño. Por ello, dejaba que la imaginación de este eligiera lo que cada figura o miniatura podía representar. Para un niño determinado, un caballo podía ser un caballo, pero para otro podía ser otra cosa. También pedía a los chicos que dibujaran la caja de arena que habían hecho. Margaret desarrolló sus propias ideas sobre el «pensamiento en imágenes» (Lowenfeld, 2004) de los niños, una capacidad que no se explota en los actuales programas educativos. Personalmente, el modo de trabajar y de considerar a los pacientes como expertos y jefes de su mundo, preconizado por Margaret, me parece que empodera y sitúa a aquellos en un plano constructivo y activo, y les devuelve de alguna manera el control sobre sus vidas. Este es uno de los aspectos más importantes cuando se usa esta herramienta como técnica para sanar el trauma.
¿Puede aplicarse esta técnica con todos los pacientes? La caja de arena es un procedimiento seguro, creado para facilitar la expresión y externalizar los contenidos psíquicos, indicado cuando el uso de la palabra no está disponible para los pacientes o esta puede ser potencialmente retraumatizante. El papel del terapeuta es fundamental para transmitir seguridad y regulación emocional. No obstante, como toda técnica, tiene limitaciones. ¿Cuándo está contraindicado utilizar la caja de arena? Respuesta: cuando el paciente no quiere. También conviene tener precaución o no utilizarla: (1) con pacientes que no hayan desarrollado la teoría de la mente; (2) que abusen de sustancias y no cuenten con un apoyo psicosocial externo; (3) pacientes que presentan una alta inestabilidad emocional; (4) personas con trastorno mental como esquizofrenia y otras psicosis, si no presentan eutimia y no diferencian entre lo externo y lo interno (fantasía); (5) quienes muestren hipersensibilidad al tacto con la arena o rechazo a esta; (6) personas que necesiten atender primero a un problema o crisis personal que requiere un previo afrontamiento en el mundo real; (7) mujeres y niños víctimas de violencia de género o que se encuentran en una situación de desprotección (deben estar en un entorno de convivencia seguro).
Debemos tener presente que hay pacientes que han podido tener experiencias negativas, adversas e incluso traumáticas con la arena o en un lugar donde existe este elemento natural. Por ello, tenemos que ser cuidadosos porque se puede convertir en un catalizador de recuerdos emocionalmente intensos e incluso traumáticos. Recuerdo a un niño cuyo padre pereció ahogado en un silo de arena en el que trabajaba. Solo pudimos usar la caja cuando creamos un vínculo seguro y pudimos hablarlo. Ninguna técnica sustituye a la empatía. En caso de duda, siempre es mejor optar por otras técnicas. La adecuación de estas a las necesidades de cada cliente es fundamental. No debemos dejarnos arrastrar por la fascinación y el encantamiento que producen la caja y las miniaturas. Como todas las técnicas, tiene sus alcances y limitaciones. Para saber más, consulte el libro La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia (Benito y Gonzalo, 2017).
En psicoterapia, lo primero y más importante de todo es partir de esta premisa: sentimos un profundo respeto por nuestros pacientes. Muchos de ellos han convivido con personas que han traicionado su confianza, menoscabado su seguridad e infligido malos tratos. Por ello, la relación terapéutica debe ser reparadora en este sentido, priorizando el mantenimiento de la «armonía relacional» (Benito y Gonzalo, 2017) con nuestros clientes por encima de las técnicas psicoterapéuticas. El terapeuta pide siempre permiso a los pacientes para cualquier intervención que se proponga hacer.
Para introducir la caja de arena, la misma sala de terapia, bien organizada e iluminada, con su estantería de miniaturas a la vista, es ya, de entrada, una atractiva e implícita invitación a los pacientes a jugar con estas en la arena. Tenemos que ser capaces de ofrecerles una explicación de qué es la caja de arena y en qué puede ayudarlos, adaptando nuestro lenguaje a sus necesidades. Nunca forzamos a los pacientes a hacer nada, ni siquiera de manera sutil, aunque sí podemos animarlos. Damos seguridad a los que se muestran más inhibidos y calma a los que puedan sentirse más ansiosos. Es importante explicitar que no existe juicio alguno y que buscamos justo lo que los pacientes construyan en la arena.
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