Joan-Lluís Palos Peñarroya - La mirada italiana

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Con viento favorable, la distancia desde Gaeta podía salvarse en apenas una jornada. Después de haber recibido la bienvenida en el viejo castillo que custodiaba la entrada del Reame, las galeras que transportaban a los virreyes hacia su nuevo destino, se adentraban en la región de la fábula, morada de los dioses y solaz de antiguos emperadores. Nápoles se hallaba en uno de los lugares más hermosos del mundo que, ya desde los tiempos en que era una colonia griega, había ejercido una irresistible fascinación en sus visitantes. Gracias a los virreyes, Nápoles se convirtió en una cantera de artistas que trabajaron intensamente para la corona española, y sobre todo, en el puente a través del cual la gran cultura de Italia llegó a la corte de Madrid y proporcionó la horma para modelar la imagen pública de los monarcas. La mirada italiana.

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Cuadro 1

Virreyes de Nápoles

1505-1507 Gonzalo Fernández de Córdoba Duque de Sessa y Terranova
1507-1509 Juan de Aragón Code de Ribagorza
1509-1522 Ramón de Cardona Conde de Albento
1522-1527 Carlos de Lanuza
1527-1528 Hugo de Moncada
1528-1530 Filiberto de Chalons Príncipe de Orange
1530-1532 Pompeyo Colonna Cardenal Colonna
1532-1553 Pedro de Toledo Marqués de Villafranca del Bierzo
1554 Pedro Pacheco Obispo de Jaén
1555 Bernardino de Mendoza (interino)
1555-1556 Fernando Álvarez de Toledo III duque de Alba
1556-1558 Fadrique de Toledo (interino)
1558 Bartolomé de la Cueva Cardenal de la Cueva
1559-1571 Pedro Afán de Ribera Duque de Alcalá
1571-1575 Antonio Perrenot Granvela Cardenal Granvela
1575-1579 Íñigo López de Hurtado de Mendoza Marqués de Mondéjar
1579-1582 Juan de Zúñiga y Requesens
1582-1586 Pedro Téllez-Girón y de la Cueva Duque de Osuna
1586-1595 Juan de Zúñiga y Avellaneda Conde de Miranda del Castañar
1595-1599 Enrique de Guzmán Conde de Olivares
1599-1601 Francisco Ruiz de Castro VI conde de Lemos
1601-1603 Francisco de Castro (interino)
1603-1610 Juan Alonso Pimentel de Herrera Conde de Benavente
1610-1616 Pedro Fernández de Castro VII conde de Lemos
1616-1619 Pedro Téllez Girón III duque de Osuna
1620 Gaspar Borja y Velasco Cardenal Borja
1620-1622 Antonio Zapata y Cisneros Cardenal Zapata
1622-1629 Antonio Álvarez de Toledo V duque de Alba
1629-1631 Fernando Afán de Ribera III duque de Alcalá
1631-1636 Manuel de Zúñiga y Fonseca Conde de Monterrey
1636-1644 Ramiro Núñez de Guzmán Duque de Medina de las Torres
1644-1646 Juan Alonso de Cabrera y Enríquez Almirante de Castilla
1646-1648 Rodrigo Ponce de León Duque de Arcos
1648-1653 Íñigo Vélez de Guevara Conde de Oñate
1553-1658 García Avellaneda y Haro Conde de Castrillo
1658-1665 Gaspar de Guzmán y Bracamonte Conde de Peñaranda
1665-1666 Pascual de Aragón Cardenal de Aragón
1666-1671 Pedro Antonio de Aragón Duque de Segorbe
1671 Federico Toledo y Osorio (interino) Marqués de Vilafranca
1672-1675 Antonio Pedro Álvarez Osorio Marqués de Astorga
1675-1683 Fernando Fajardo Marqués de los Vélez
1683-1687 Gaspar de Haro Marqués del Carpio
1687-1696 Francisco de Benavides Conde de Santisteban
1696-1702 Luis Francisco de la Cerda y Aragón Duque de Medinaceli
1702-1707 Juan Manuel Fernández Pacheco Duque de Escalona

Ciertamente, en el momento de recibir el nombramiento, todos habían recibido indicaciones detalladas sobre lo que de ellos se esperaba. Cosa bien distinta es que tuvieran los medios y, sobre todo, voluntad de hacerlo. La altivez era mala compañera de la docilidad y, con no poca frecuencia, en Madrid había quien se desesperaba viendo el grado de libertad con el que podían llegar a actuar los virreyes. Aun así, dio la impresión de que algunos principios básicos fueron siempre respetados independiente de la personalidad y los intereses del ocupante del cargo en cada momento determinado. Al menos esto es lo que dedujo el clérigo y escritor inglés John Gailhard, que visitó la ciudad en los años centrales del siglo XVII. Ignoramos de donde extrajo la información pero, desde su punto de vista, estaba claro que “gli Spagnoli governano Napoli sulle base de queste poche regole”. La primera consistía en mantener una buena relación con el Papa, no solamente por motivos religiosos o de vecindad sino, y sobre todo, porque podía causarles no pocos problemas, “fomentando e sostenendo le insurrezioni”. La segunda en atizar las divisiones entre nobles y popolo y aun entre los nobles entre sí, ya que si los napolitanos estuvieran unidos podrían facilmente echarlos del reino; a fin de cuentas “aunque la grupa del caballo napolitano presenta muchas desolladuras, escribió, si pudiera concentrar todas sus energías conseguiría descabalgar de su silla al caballero” ( anche se la groppa del cavallo napoletano presenta molte scorticature, pure, se potese dar fondo a tutte le propie energie, riuscirebbe a sbalzare di sella il cavaliere ). La tercera pasaba por favorecer que los grandes patrimonios recayeran en manos de mujeres que pudieran ser casadas con nobles españoles”. 6Sorprendentemente, estos maquiavélicos consejos no hacían referencia alguna al que casi todos consideraban la principal dificultad del gobierno: la inestabilidad derivada de las grandes diferencias económicas entre sus habitantes.

Esplendor y miseria

Nápoles era la cabeza de una superficie organizada en doce provincias encajadas entre el Tirreno y el Adriático, los Abruzzo y el estrecho de Mesina: la Terra di Lavoro, los dos Principados, Citra y Ultra, la Basilicata, las dos Calabrias, Superior e Inferior, la Terra di Otranto, la de Bari, los dos Abruzzo, Citra y Ultra, el Condado de Molise y la Capitanata. Un conjunto de territorios que Plinio había bautizado, a la vista de la feracidad de su naturaleza, como la Campania felix . fig. 1.6

Si damos crédito a un observador del principios del Seiscientos, esta condición no había cambiado mucho desde la Antigüedad: “ninguno de cuantos reinos comprende el mundo tiene menos necesidad de lo ageno, ni quien mas envíe fuera de lo propio”, escribió en 1617 Cristóbal Suárez de Figueroa, que conocía bien el territorio por haber servido en varias de sus provincias. “Despacha almendras, nueces y anís hasta para Berbería y Egipto; azafrán para muchas partes; sedas para Génova y Toscana; aceite para Venecia y otros lugares; vinos para Roma; caballos y ganado diverso para diversas provincias. Apulia es el granero de Italia”. Aunque por encima de todas destacaba la Calabria, que bien podía considerarse el epítome de las riquezas naturales de Italia. Producía dátiles, algodón, cañas dulces, maná, almáciga, minerales de sal inexahustos, vinos de muchas diferencias y todos buenos, frutos de todas suertes, caballos de excelente raza, seda de toda perfección. El ganado, menor y mayor, pastaba en la Apulia en invierno y, como en Extremadura, ascendía en verano en búsqueda de los pastos frescos en los Abruzzo. 7

A pesar de esto, la carestía en el reino es tan grande, había escrito diez años antes, en la primavera de 1607, el agente de Fernando I de Médici, “que comunidades enteras vienen a Nápoles y andan por las calles gritando: pan, pan, y han llegado tantos pobres que quiera Dios que no estalle la peste porque las personas mueren por las calles y no se toma ninguna medida”. En el discurso que un observador local, Fabio Frezza, dirigió al duque de Alba al inicio de su gobierno en 1623, éste era presentado como el más grave de los problemas que padecía la ciudad ya que “no puede haber en general cosa más odiosa a la multitud que los nobles y los grandes disfruten de tantas delicias y tengan tantos entretenimientos”. Si no deseaba tener que hacer frente a los disturbios callejeros, la primera preocupación de un virrey tenía que ser la de garantizar el aprovisionamiento de sus habitantes. 8

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