1 ...7 8 9 11 12 13 ...19 3. Galanti, G.M., Napoli e contorni , Nápoles, 1829, p. 51.
4. Suárez de Figueroa, C., El Pasajero , Madrid, 1617, p. 87.
5. Capaccio, G.C., Il Forastiero , Nápoles, 1634, edición facsímil a cargo de Luca Torre, 3 vols., Nápoles, 1989, p. 940.
6. Capuano, G., Viaggiatori britanici a Napoli tra ‘500 e ‘600 , Nápoles, 1998, p. 150.
7. Suárez de Figueroa, C., El Pasajero , Madrid, p. 62.
8. Frezza, F., Discorsi intorno ai remedi d’alcuni mali ai quali soggiace la città e il regno di Napoli , Nápoles, 1623, pp. 2-3.
9. Parrino, D.A., Nuova guida de forastieri per Napoli , Nápoles, 1725, p. 356.
10. Sarnelli, P., Guida de’ forestieri della città di Napoli , Nápoles, 1685.
11. Rovito, P.L., Respublica dei togati. Giuristi e società nella Napoli del Seicento , Nápoles, 1984.
12. Archivo Ducal de Alba (ADA), c.73-3.
13. Pacelli, V., Caravaggio. Le Sette Opere di Misericordia , Nápoles, 2ª ed. 1993, pp. 12-15.
Capítulo 2
Un escenario italiano
“Como desde un observatorio privilegiado se puede divisar, a mediodía, gran parte del golfo y de las islas que lo coronan, y a la espalda todas las colinas circundantes y, especialmente, la de Posillipo, los Camaldoni, el Vomero, Capodimonte, Poggioreale, el Vesubio y, más allá, toda la costa que sigue hasta la lejana punta de la Campanella”.
Carlo Celano, Notizie del bello, dell’antico e del curioso della città di Napoli . 14
“...y si fuese menester que vendáis mi casa de Nápoles para socorrer esta necesidad lo haréis, que yo viviré en el castillo cuando pase allá”. (Instrucciones del rey al V duque de Alba). 15
El palacio nuevo de los virreyes de Nápoles
Después de haber contemplado el espectáculo descrito por Carlo Celano, ¿podía alguien tomarse en serio la posibilidad de desprenderse de un edificio situado en este emplazamiento privilegiado? Desde luego, no el V duque de Alba.
Una vez leído el pliego de instrucciones que le fuera entregado junto con su nombramiento como virrey en 1622, don Antonio Álvarez de Toledo supo que un consejo como éste sólo podía provenir de alguien que nunca hubiera estado en Nápoles. Además, por mucho que el monarca se empeñara en designarla como “su casa”, la residencia a la que se refería era, ante todo, el palacio de los virreyes y, por lo que a él respectaba, no tenía la menor intención de venderlo sino que, muy al contrario, estaba decidido a poner los medios para completar, de una vez por todas, su construcción. Por supuesto, lo haría siguiendo su recto entender ya que, si de algo estaba seguro era de que el monarca nunca viajaría a Nápoles.
La figura del V duque de Alba era una de las que Nino Cortese tenía en mente cuando, en la década de 1920, empezó a estudiar, por encargo de su maestro, el gran historiador y filósofo Benedetto Croce, la política cultural de los virreyes españoles en Nápoles. El resultado de su trabajo quedó reflejado en una serie de ensayos en los que sus protagonistas fueron agrupados en dos grandes periodos: los que habían gobernado el reino hasta finales del siglo XVI, caracterizados según él por ser, ante todo, soldados versados en la guerra y los que lo hicieron en la centuria siguiente que, en conjunto, podían ser considerados como mecenas cultos y refinados. 16
Desde luego, no todos los napolitanos que vivieron en las primeras décadas del siglo XVII hubieran estado dispuestos a suscribir esta distinción. Por supuesto, no lo hubiera hecho el secretario de la ciudad, Giulio Cesare Capaccio que, al escribir Il Forastiero , un texto publicado en 1634 que recogía el diálogo entre un ciudadano napolitano y un visitante ávido de información, despachó la biografía del virrey duque de Osuna (1616-1619) afirmando, de manera bastante injusta, que “non mostró di essere altro che soldato”. 17Etiquetar, por otra parte, a todos los virreyes del siglo XVI como simples guerreros, ignorando el fructífero patronazgo cultural que muchos de ellos ejercieron, constituye a todas luces una exageración inaceptable. 18Sin ir más lejos, cualquier balance que aspire a hacer justicia al largo gobierno de don Pedro de Toledo, entre 1532 y 1553, debería incluir entre sus logros el ordenamiento urbanístico de la fachada marítima de la ciudad que comprendía, entre otras intervenciones, la apertura de la gran avenida que todavía hoy lleva su nombre, la construcción en un extremo de la misma de un nuevo palacio proyectado por Ferdinando Manlio o la edificación de la iglesia de San Giacomo degli Spagnoli que años más tarde acogería su propio sepulcro coronado por el magnífico grupo escultórico de Giovanni da Nola. 19
Aun así, la distinción de Cortese, lejos de ser completamente arbitraria, revelaba la fuerte impresión que causaron, tanto en los coetáneos como entre los historiadores posteriores, los aires introducidos por los virreyes a partir de los años del cambio de siglo. El punto de inflexión lo marcó don Fernando Ruiz de Castro, VI conde de Lemos, uno de los exponentes más genuinos de la nueva hornada de gobernantes que en 1599 había accedido a las principales responsabilidades de la monarquía de la mano del valido real, el duque de Lerma, con cuya hermana, doña Catalina de Zúñiga y Sandoval, estaba casado. 20
Tras recibir su nombramiento en enero de 1599, Lemos viajó a Valencia para participar en los festejos de la boda del rey con Margarita de Austria y de su hermana Isabel Clara Eugenia con el archiduque Alberto. Después de acompañar al monarca a Barcelona, donde éste juraría las constituciones del Principado y celebraría cortes a los catalanes, el conde y doña Catalina partieron hacia Nápoles por la vía de Génova, en la misma embarcación que llevaría a los archiduques Isabel y Alberto a su nuevo destino en los Países Bajos. Pareció como si ambas parejas aprovecharan las horas transcurridas en el mar para dar forma a un proyecto común. Al poco de llegar a Bruselas los archiduques se aplicaron inmediatamente a la tarea de recomponer el maltrecho palacio del Coudenberg que tantas resonancias tenía para la familia de los Habsburgo desde que, en su impresionante Aula Magna ordenada por Felipe el Bueno en la década de 1430, el futuro Carlos V recibiera en 1515 el nombramiento de duque de Borgoña y lo traspasara cuatro décadas más tarde a su hijo Felipe. 21Pocas semanas después de su solemne entrada en Nápoles, el día 17 de julio, los condes anunciaban su intención de levantar un nuevo palacio. Una decisión sorprendente si se consideraba que el de don Pedro de Toledo apenas tenía cinco décadas y había sido sucesivamente enriquecido por virreyes de gustos refinados como el cardenal Granvela, el marqués de Mondéjar o los condes de Miranda y Olivares.
Aunque todos hicieron ver que daban por buena la explicación recogida después por el propio Capaccio, según la cual, la iniciativa formaba parte de los preparativos para un posible traslado del rey a Nápoles “come l’istessa viceregina dicea voler procurare”. Y, claro está, en caso de que “Idio facese questa gratia a Napolitani”, el palacio de don Pedro, “magnifico per quel che comportavano quei tempi (...) sarebbe stato troppo angusto per la sua habitatione”. 22¿Pero alguien podía pensar de verdad que Felipe III abrigara alguna intención de seguir el ejemplo de Alfonso el Magnánimo y convertir Nápoles en la nueva sede de su corte? 23Ciertamente, la posibilidad de que el rey abandonara Madrid, una ciudad demasiado cubierta por la sombra de su padre, estaba siendo considerada durante esos meses, en un clima de intensa polémica agitada por los detractores de la iniciativa, por una junta especial nombrada a tal efecto, pero no hay constancia alguna de que la ciudad italiana figurara entre las opciones contempladas. 24Y Capaccio, que podía llegar a ser el más servil y adulador de los escritores, no era tan ingenuo como para dar crédito a un relato que carecía de otro fundamento que no fuera la vanagloria del clan de los Sandoval, estruendosamente representado en Nápoles por la figura dominante de doña Catalina. De ahí que sus palabras, lejos de resultar engañosas, proporcionaran la clave para entender el sentido de un edificio destinado en realidad a conseguir que “gli stessi vicere habitassero con maggior decoro di quello con che all’hora haveano habitato”. 25
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