75Véase el análisis de Price (pp. 54 y ss.) y véase también Biehl (p. 548).
76Bookchin, recuérdese, nunca pensó que la alternativa al capitalismo fuera un socialismo de economía planificada orientado al rendimiento y al crecimiento y, menos aún, altamente burocratizado (p. 23).
77Primero en Ecology and Revolutionary Thought y luego en “Spontaneity and Organization”, original de 1971 y luego reeditada en Por una sociedad ecológica (véase arriba, nota 68).
78En Toward and Ecological Society ([1976], Montreal, Black Rose Books, 1980, p. 59; el subrayado es mío), Murray dijo: “La diversidad es deseable en sí misma, es un valor preciado como parte de una noción animada (spiritized) de un universo viviente”.
79Bookchin decía que la historia natural es un proceso acumulativo hacia formas y relaciones cada vez más variadas, diferenciadas y complejas, un desarrollo evolutivo de entidades cada vez más heterogéneas. La naturaleza ha generado –decía– niveles de creciente diversidad en el curso de su propia historia, e igualmente los seres humanos, que cada vez han controlado más su propio desarrollo y están menos sometidos a la selección natural. Cuanta más variedad de hábitat y sociedades, decía, más fácil es que cualquier forma de vida encuentre la manera de desarrollarse. Bookchin ponía ejemplos que a mí me sonaban a lamarkismo y no a darwinismo, como el de una liebre blanca. Pero sus lemas sonaban bien políticamente, como cuando decía que la adaptación daba paso a la creatividad y la implacable ley natural a la libertad, que se pasaba de la naturaleza ciega a la naturaleza libre, que la evolución social no se oponía a la natural, pese a que se la haya colocado en su contra. Sobre la base de su filosofía de la naturaleza, decía también, la ecología social podía comprender mejor el papel de la humanidad en la evolución natural. Todo esto sonaba muy bien, pero yo creía que no era necesario para hacer ecología social. Desde luego, había relación entre dos hechos: lo único que ha convertido a los humanos en explotadores de la naturaleza son las formaciones sociales que les han convertido en explotadores los unos de otros –en eso tenía toda la razón. Pero para evitar la dominación social no necesitamos pensar que hacerlo encaja mejor con cierto tipo de historia natural.
80Durante aquel tiempo, y hasta hoy, cuando acababa muy cansado de discusiones me evadía leyendo novelas, sobre todo de ciencia ficción. Hay que recordar que Bookchin usó la palabra “ecotopia” en “Towards a Ecological Society” (1973), y que Ernest Callenbach la usó luego en su novela homónima de 1975. La influencia de Bookchin también se dejó sentir en Los desposeídos (1974), la gran novela de Ursula K. Le Guin.
81Sobre las fuentes que usó Murray para esta visión, hay que tener en cuenta la ecología de Charles Elton. Véase un buen resumen en Ecología o catástrofe de Janet Biehl (pp. 191 y ss.).
82Sobre el trasfondo de estos movimientos, véase Veysey, L., The Communal Experience. Anarchist and Mystical Communities in Twentieth-Century America (Chicago/Londres, The University of Chicago Press, 1978). Debord no solo se enfrentó a los estadounidense, también acabó expulsando a la sección británica de la Internacional por apoyar al amigo americano.
83Se basa en una crítica muy antigua de 1970 a los situacionistas hecha por Robert Chasse y Bruce Elwell.
84Aquí me detengo más en la ecología porque, creo, la relación de Debord con la geografía ha sido mucho más estudiada. Véase para empezar “Unkown Lands: Guy Debord and the Cartographies of a Landscape to be Invented”, en Vidler, A., The Scenes of the Street and Other Essays (Nueva York, The Monacelli Press, 2011).
85También dice que la ecología siempre está presa del trabajo y que la libertad que procura es una pseudolibertad, un subproducto de la necesidad del trabajo.
86En el mismo texto Lausen aclaraba que los situacionistas no son exactamente cosmopolitas, aunque algunos de ellos sí usaron esa palabra. Probablemente –decía–, son “cosmonautas que osan lanzarse a espacios desconocidos para construir en ellos zonas habitables para hombres no simplificados e irreductibles” (p. 153).
87Como recuerda Greil Marcus, para la Internacional Situacionista la cuestión no era la escasez material, sino la abundancia, la prosperidad de la que empezaba a gozarse desde la posguerra. Las privaciones más peligrosas no eran las de la necesidad, sino las de la fantasía. La miseria del deseo. “La pobreza moderna era una pobreza de la pasión, arraigada en la predictibilidad de una sociedad mundial lo suficientemente rica para manejar el tiempo y el espacio” (Marcus, G., Restos de carmín [1989], Barcelona, Anagrama, 1993, p. 185).
88Esa fue, de algún modo, la política que se siguió desde los setenta: en California y en Nueva York los solares se transformaban en jardines comunitarios, se ocupaban espacios y se convertían en parques públicos con neumáticos, flores y arena para jugar (como en la calle 10 o en el People’s Park de Berkeley). Gracias a las presiones de los grupos de ocupación y la colaboración vecinal, los planes de recalificación de algunos de estos terrenos podían suspenderse o, si no, por lo menos posponerse lo suficiente para seguir disfrutando de ellos. Si había suerte, el espacio podía ganarse para el uso comunitario. Bookchin conocía esos experimentos y otros que surgieron en Montreal (en Milton Park y otras urban villages que fomentaban la autogestión), pero nunca separaba la defensa del municipalismo libertario de “la cuestión ecológica”. Como decía en aquellos años, en las charlas que impartió por Canadá: “La crisis ecológica supone fundamentalmente un problema social”, y su solución pasa por la descentralización (citado por Biehl, 2017: 291).
89Quizá no soy capaz de resumir bien qué actitud tenía la Internacional hacia temas tecnológicos concretos, aunque sí me queda claro qué pensaban sobre la transformación de la ciencia y la tecnología en espectáculo. En el escrito de 1968 “Dominación de la naturaleza: ideología y clases” critican con toda la razón las revistas de divulgación científica, ciencia ficción y fantasía que generan un falso progresismo basado “en el vértigo de la novedad de feria”. Como dicen a propósito de una popular revista, “la banda de charlatanes de la increíble revista Planète, que tanto impresiona a los maestros de escuela, encarna una demagogia insólita que se aprovecha de la gigantesca ausencia de una contestación y de la imaginación revolucionaria […]. Jugando a la vez con la evidencia de que la ciencia y la tecnología avanzan cada vez más rápidamente sin que se sepa hacia dónde, Planète arenga a los valerosos para hacerles saber que en lo sucesivo habrá que cambiarlo todo; y, simultáneamente, admite como dato inmutable el 99% de la vida realmente vivida por nuestra época” (citado por Debord, 1973).
90En “Examen de algunos aspectos concretos de la alienación” los situacionistas atacaban la cultura del coche en Estados Unidos: el automóvil, decían, prolifera no como medio de transporte, sino como objeto de consumo. A mediados de los años sesenta, recordaban, un cuarto de las familias de Estados Unidos tenía dos unidades. La facilidad del crédito permitía, además, aumentar las ventas más allá de los sectores más pudientes (citado por Debord, 2013: 211). Sin embargo, después de aportar datos sobre la decadencia de la vida en las ciudades estadounidenses (peligrosidad, insalubridad) no aportaban visiones urbanísticas alternativas. Se limitaban a decir que el modelo estadounidense podría extenderse por Europa (p. 212). Utilizo aquí esta selección de textos más reciente y más accesible, aunque demasiado breve.
91No encuentro muy útil el análisis que Joost de Bloois hace de El planeta enfermo, en “Reified Life: Vitalism, Environmentalism, and Reification in Guy Debord’s The Society of the Spectacle and A Sick Planet”, capítulo 9 de Gandesha, S. y Hartle, J. F., eds., The Spell of Capital. Reification and Spectacle (Ámsterdam, Amsterdam University Press, 2017). Para relacionar biopolítica y espectacularidad, Bloois da demasiadas vueltas complicando las ideas ya de por sí vagas de este panfleto de Debord (Bloois lo llama “modesto tratado”). Dice, además, que probablemente Debord recurrió a la famosa imagen de la Tierra tomada por el Apolo, The Blue Marble, pero no pudo hacerlo porque los astronautas la hicieron un año después de que Debord escribiera el texto. Lo cierto es que, con o sin esa foto de la Tierra, Debord relaciona la consumación de la sociedad del espectáculo con la consumición de la vida planetaria, la sociedad enferma con la vida enferma, la fusión de la historia y de la naturaleza en un solo vertedero. Bloois lo dice de una forma mucho más sofisticada, pero no creo que más clara.
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