Ramón del Castillo - Filósofos de paseo

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¿Qué relación hay entre pasear y pensar? Muchos de los filósofos más importantes comparten una pasión: caminar al aire libre. Algunos repiten el mismo recorrido cada día y otros no paran de explorar nuevos caminos; hay quienes odian el campo y quienes adoran los parajes sublimes; unos disfrutan a la sombra de limoneros y otros se ocultan en bosques misteriosos. La Naturaleza nunca será un mero decorado para Nietzsche, Heidegger, Adorno, Sartre y otros grandes pensadores, sino la dimensión fundamental de algunas de sus más famosas ideas.
Esta polémica y delirante crónica de Ramón del Castillo le da un nuevo giro a la historia del caminar, que nos ha cautivado gracias a Rebecca Solnit, Frédéric Gros o Merlin Coverley.

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Filósofos de paseo

TURNER NOEMA

Filósofos de paseo

ramón del castillo

Título Filósofos de paseo Ramón del Castillo 2019 De esta edición Turner - фото 1

Título:

Filósofos de paseo

© Ramón del Castillo, 2019

De esta edición:

© Turner Publicaciones SL, 2020

Diego de León, 30

28006 Madrid

www.turnerlibros.com

Primera edición: enero de 2020

Diseño de la colección:

Enric Satué

Ilustración de cubierta:

Conroy Maddox, Metaphysical Landscape, The Challenge, 1941.

Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial

ISBN: 978-84-17866-96-9

DL: M-1111-2020

Impreso en España

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

turner@turnerlibros.com

ÍNDICE

introducción . El paseo interminable

i Pensadores al aire libre . De Kant a Hegel

ii Sin vuelta atrás . Nietzsche

iii Sendas prohibidas . Heidegger

iv Paseantes mínimos . Adorno

v Ni monje, ni jardinero . Wittgenstein

vi El jardín de la náusea . Sartre

vii Entre bosques y frutales . Fowles

viii Perderse de vista . Walser y compañía

Agradecimientos

Piernas: dos nos quiso dar

el Señor, para avanzar,

que al terruño no quedara

nuestra humanidad pegada.

Al siervo del estatismo

una solo servía lo mismo.

heine1

En la carrera de la filosofía gana

el que puede correr más despacio.

O aquel que alcanza el último la meta.

wittgenstein2

1Heinrich Heine, “Sobre la teleología” [“Zur Teleologie”], traducción inédita de Isabel García Adánez. Llegué a estos poemas de Heine gracias a su extraordinaria edición de Cuadros de viaje (Madrid, Gredos, 2003). La introducción es imprescindible para entender las hilarantes andanzas de Heine (por el Harz, el mar del Norte, de Múnich a Génova) y sus peculiares visiones de lo bucólico y lo sublime. A Heine, no se olvide, le irritaba sobremanera que “a las lindas flores del buen Dios, igual que a nosotros, se las clasifica en cajones y según sus características externas, a saber: según el número de estambres. Puestos a establecer una clasificación sería mucho mejor seguir la propuesta de Teofrasto, que quería hacerlo basándose en el carácter de las flores, o sea, en su olor. Por lo que a mí respecta, tengo mi propio sistema de clasificación de la naturaleza, según el cual divido todo entre lo que se come y lo que no se come” (ibíd., p. 98).

2Ludwig Wittgenstein, Aforismos. Cultura y valor, E. Cecilia Frost (trad.), Madrid, Cátedra, 1980, p. 81.

introducción

El paseo interminable

Desde que Nietzsche proclamara el fin de todo y el principio de no se sabe qué, los filósofos deambulan de aquí para allá espantados por los horrores de la civilización industrial y el fin de la Naturaleza. ¿Cómo reaccionó la filosofía cuando sus escenarios sublimes, sus grandiosos espacios, empezaron a ser explotados como campos de producción o degradados como destinos turísticos? Desde finales del siglo xix, los grandes filósofos presagian el fin del mundo, o al menos del mundo tal como ellos lo conocían, o como lo concebían. La civilización industrial cambió la faz de la tierra y la sociedad, transformando para siempre la relación entre el campo y las ciudades, la naturaleza y la cultura. La Gran Guerra revelará el poder mortífero del progreso y pondrá en crisis todos los fundamentos en los que parecía sustentarse la cultura occidental. Tiempo después, en las primeras décadas del siglo xx, una nueva generación buscará, ansiosa, nuevos referentes y valores que tampoco servirán para evitar la guerra total, el exterminio organizado y la devastación de la Naturaleza. De ahí en adelante, la filosofía deambulará de forma extraña, con sus viejas ilusiones, espejismos y fantasmas, incapaz de afrontar un mundo en el que la diferencia entre la historia y la naturaleza se borraría para siempre.

Este libro está dedicado a personajes que destinaron largas disquisiciones al futuro de la Humanidad y de la Naturaleza, pero en vez de glosar sus ideas, preferí recrear sus idas y venidas por los parajes que frecuentaron. No considero que los paisajes de su pensamiento sean accesorios. No son simples decorados de su vida ni elementos secundarios de sus visiones del mundo. Al contrario, esta crónica sobre los espacios por los que deambularon puede ayudar a entender mucho mejor algunas claves de su pensamiento.

Esta es una historia sobre filósofos de paseo, aunque al final no he podido evitar hablar de algunos escritores. Si no fuera porque he usado siempre la literatura como un tubo respiratorio nunca habría podido respirar en la pecera de la filosofía. Esta vez me ha pasado algo parecido, aunque luego veremos que hay más razones de peso que el ahogo personal para recurrir a la literatura. Buena parte de esta historia fue escrita antes de publicar el libro El jardín de los delirios, pero solo pudo ser finalizada después.1 Empecé a pensar en los paseos de los pensadores al aire libre hace mucho, inmediatamente después de leer Wanderlust de Rebbeca Solnit.2 En un momento de su gran crónica se menciona, como de pasada, un texto de Edmund Husserl sobre la experiencia del espacio3 y a continuación se empiezan a lanzar críticas a la filosofía francesa, que convirtió el nomadismo en su consigna. Me pareció que esa parte del libro simplificaba un poco la relación de la filosofía del siglo xx con el arte de caminar. ¿Por qué saltar de Husserl a Deleuze? ¿Por qué no dedicar más espacio a pensadores para los que mantenerse andando no era una simple rutina? Quizá Solnit los dejó al margen porque encontró más interesantes las divagaciones de literatos inventivos que las meditaciones de sesudos filósofos. Quizá la filosofía del siglo xx fue demasiado pesada y grave para formar parte de la literatura del caminar. Quizá el arte de caminar solo pueda inspirar un pensamiento ligero, pasajero. Quizá los filósofos solo fabrican discurso y los escritores son propensos al excurso; quizá se toman el paseo como instrucción y no como excursión. Quizá los filósofos solo vagan para meditar. Quizá les da miedo divagar.

Sea como sea, eché de menos a muchos filósofos en el libro de Solnit y pensé que merecería la pena internarse por los terrenos que ella dejó sin explorar. En su libro, es cierto, hablaba de Rousseau y de Kierkegaard, y de Benjamin, claro, pero ¿por qué Nietzsche era mencionado de pasada y Heidegger ignorado completamente? En realidad, no era la única experta que, en mi modesta opinión, dejaba fuera a personajes peculiares. En otros libros muy conocidos dedicados al caminar también encontré otros huecos, por ejemplo, en Andar. Una filosofía de Gros, que sí daba mucho más espacio a Nietzsche, pero que volvía a dejar a Heidegger fuera de escena. Incluso Melvin Coverley, en su excelente The Art of Wandering, no prestaba atención al ceremonioso modo en que Heidegger conectó el acto de caminar y el camino del pensar. Lo divertido de todo esto es que, una vez que empecé a examinar los andares de esos filósofos ausentes, acabé dándole vueltas a las excursiones de otros pensadores cuyos nombres no aparecen en esas crónicas: Hegel, Wittgenstein, Adorno. Me empezó a interesar por qué daban caminatas, vivían en cabañas, callejeaban o hacían turismo por los Alpes. Sentado en un jardín una tarde lluviosa recordé que la repulsión existencial que describió Sartre tenía lugar en un jardín, así que corrí a buscar La náusea en una estantería y al leerla otra vez descubrí un montón de detalles (en la novela y en la vida de Sartre) que no nos enseñaron a percibir cuando estudiamos filosofía.4 Para acabar de liarla, una vez que empecé a imaginar a pensadores al aire libre, moviéndose por jardines, bosques, parques, montañas, alamedas, barrios urbanos o pueblos pintorescos, se me vinieron a la cabeza muchas de sus ideas sobre sobre la naturaleza, la historia, la cultura, el campo, la ciudad, y sobre el propio acto de caminar, claro. ¿Por qué echan a andar los filósofos? ¿Qué descubren ahí afuera que no podrían haber descubierto en un interior? ¿Qué relación tiene su forma de moverse con su forma de pensar? Kant paseaba todos los días por el mismo sitio y de la misma manera. Pasear era una rutina beneficiosa para el ejercicio del pensamiento. Para Nietzsche, en cambio, caminar era una forma de salir de la rutina y de ese modo lograr pensar más intensa y lúcidamente. No paró de moverse por muchos lugares, aunque le gustaba repetir caminos. Curioso.

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