Mercè Rius - D'ors, filósofo

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Mercè Rius, pone de manifiesto en este estudio que la obra de Eugenio d'Ors conectaba con los debates filosóficos del siglo XX mediante hilos mucho más finos que los percibidos inicialmente. Hoy se ratifica en su creciente estimación, sobre todo frente a aquellos cuya empedernida ignorancia llega al colmo de negarle todavía la credencial de filósofo. A través de esta investigación, la autora trata de mostrar que D'Ors, ni se equivocaba ni obraba de mala fe al considerarse ante todo filósofo. Para ello, realiza un balance de la filosofía orsiana resituándola en un horizonte más vasto tras descubrirle nuevos aspectos, cuyas afinidades con otros autores contemporáneos de tradición europea sugieren el alto nivel y la oportunidad histórica del pensamiento orsiano.

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Corría el año 1911 cuando Xenius elucubraba sobre el segundo principio de la termodinámica, esto es, sobre la tendencia de los sistemas organizados a la entropía. 34 Dicho principio desbarataba aparentemente su concepción del mundo heredada de Grecia: «al principio era el Orden». Con este versículo había enmendado el de Fausto «al principio era la Acción», a su vez remedo del evangélico «al principio era el Verbo». Solo que el descubrimiento de la entropía quebrantaba su impenitente certeza, por refutar la identidad entre el «principio» como origen del universo y los «principios» como leyes de su representación. No había lo mismo antes que después cuando la energía de un sistema se transformaba en calor, pues en tal caso se producían pérdidas y sobre todo desorden . En conclusión, la termodinámica infiltraba la historicidad en una forma de conocimiento que hasta entonces la había descartado por principio.

La historicidad en física aparecía como irreversibilidad : un sistema que no puede volver ya a estados anteriores. Con este motivo D’Ors, en su relacionarlo todo, no se olvidó de citar a Nietzsche acerca de que la voluntad no puede querer hacia atrás. Cierto que la irreversibilidad invierte su signo en los sistemas vivos, que avanzan hacia estados cada vez más complejos. Pero no cabía ignorar que lo logran a base de esparcir desorden a su alrededor: he ahí al «pecado». Por suerte la biología, cuyo recién estatus científico atraía hacia sí el interés de los filósofos (seguramente como aliada frente a las ciencias físicas), alimentaba esperanzas en otra dirección. Una de sus ramas, la genética o estudio de la herencia, veía en la transmisión de genes hereditarios una «constancia» formal mantenida a través del tiempo pese a las variaciones individuales. D’Ors recurría a August Weissman: el devenir no afectaba al «plasma germinal» porque este no se mezclaba con el «plasma somático».

Se me escapa completamente hasta qué punto la biotecnología ha dejado obsoleta la teoría en que D’Ors se apoyaba. Pero por mucho que lo haga no invalida el desiderátum orsiano de flexibilizar la razón para provecho tanto de las ciencias físicas como de las llamadas ciencias humanas. Debía ensayarse un modelo de razón que no permaneciera al margen de la humana contingencia por exceso de rigidez; máxime cuando ya la propia física sabía de lo irreversible. A fin de cuentas, para D’Ors la aproximación entre física e historia no obligaba a despedirse de la reversibilidad como tal, so pena de despedir a la propia razón, caracterizada por el poder de regresar sobre sus pasos. En esto consiste para ella vencer al tiempo. No le niega existencia, pero se le sobre pone con «construcciones» que, aun yendo hacia adelante, se permiten de vez en cuando el volver la vista atrás. Según D’Ors, de los altos en ruta para hacer, deshacer y rehacer se beneficiaría al cabo la propia ciencia. Más allá de la vida y/o la muerte, la razón siempre está «regresando». 35 En el Nuevo Glosario vuelve a aparecer Nietzsche, de incógnito:

«Hay muchas auroras que no han nacido todavía», dice el himno védico. Pero también hay muchos crepúsculos que no han sido sorprendidos por nadie.

Hay una magnífica sensación de poder en considerar el pasado como campo propio de los descubrimientos; es decir, en adivinar la existencia de un pretérito posible... ¡Hondo misterio, pero placer no menos hondo! En lo que ya ha sido todavía hay materia con que crear. 36

No puedo terminar mi breve repaso de la obra orsiana sin traer a colación un aspecto esencial que he postergado y que atañe en particular al quehacer científico. Además de trabajar, el hombre juega. No porque sí Xenius tituló «la filosofía del hombre que trabaja y que juega» a la incipiente recapitulación de su pensamiento. El juego entra en todas las actividades humanas, la científica inclusive. Jugamos peligrosamente cuando fantaseamos con liberarnos de la identidad del yo. Pero también juega el investigador que, impulsado por la curiosidad –irrupción del «instinto de juego» en ciencia–, se burla de las reglas aceptadas para imponer en el futuro otras aún no concebidas. A falta de tal impulso jamás progresaría el conocimiento. 37 Y dicho esto de la ciencia cabrá decirlo de los mitos :

A la manera de un ciudadano griego ante sus dioses, así estará [ serà ] el hombre científico del mañana ante los productos de su ciencia. La palabra, tan luminosa, de Goethe: «Se acaba siempre por depender de los fantasmas que uno mismo ha creado», conserva siempre su valor. Mas, ¿por qué considerar aún esa ley como una desventura?... La posición del hombre entero, del hombre que trabaja y que juega, y que sabe trabajar y jugar al mismo tiempo, puede ser bien clara. Él rendirá culto a su Fantasma. Lo obedecerá, mientras el fantasma se sostenga en pie. Pero, a la vez, lentamente, marginalmente , en la sombra , forjará el nuevo Fantasma que debe combatir con aquél, derrumbarlo y reemplazarlo. 38

En resumen, la propuesta teórica de D’Ors se situaba en la misma línea que la de aquellos pensadores con quienes coincidió a principios de siglo en algunos congresos, a los que asistía acreditándose como «representante de Cataluña». Desde Bergson hasta James, la mayoría de ellos buscaba un modelo de racionalidad equidistante de la abstracción, que empobrece lo real, y de lo concreto en demasía que, justo es reconocerlo, nos tiene ahora mismo hundidos en el «individualismo metodológico». Xenius atribuía la buscada equidistancia a las Figuras. Mientras que el concepto se define, la figura solo admite descripción, porque no se constituye dejando a un lado las particularidades –no es abstracta–, sino que las eleva hasta lo universal.

El periodista-filósofo del Glosari se entretenía en destilar de cada anécdota su categoría. Amante de lo eterno como buen platónico, quería que hasta lo efímero perdurase de algún modo. Solo una razón figurativa podía lograrlo. Así, en cada individuo su figura –o personalidad– iba perfilándose a través de su biografía. Esta no se reducía, pues, a una serie de episodios cronológicos. Poseía un sentido , que era la continuidad mantenida pese a los cambios. De ahí a otorgarle reversibilidad había apenas nada. Y D’Ors lo comprendió en su doctrina de la vida angélica: la biografía de las personas con ángel podía contarse del derecho y del revés sin que se alterase su razón de ser. Pero ya muchísimo antes de llegar a conclusiones seudoteológicas, aún a finales del xx, Eugeni Ors i Rovira había escrito, entre otros relatos breves, uno llamado «Los cuatro gatos»:

Este sarcasmo es del cuarto gato, el más joven, y más humorista y más sentimental y más bohemio... ¡Oh, el cuarto gato!... También él se había criado en casa buena: gente ciudadana que veraneaba en el pueblo. Pero a él no le echaron [como a los otros tres gatos]: huyó, herido una y mil veces en su dignidad, por los papeles que los juguetones chiquillos de la casa querían que representase. Su orgullo sufría dolorosamente cada vez que le encasquetaban un cucurucho o le ponían una cuerda al cuello o le hacían rabiar con un ovillo... Antes de la última escapatoria había ya intentado alguna; pero volvía siempre. Amaba aquella quinta. Amaba sobre todo aquel jardín, tal mal cuidado; allí, de noche, entre las extrañas siluetas de los árboles éticos, protegido de la obscuridad, ¡había incubado tantos sueños!... 39

«Amaba sobre todo aquel jardín, tan mal cuidado»... Fue hace un siglo. El autor no había cumplido la mayoría de edad. Vinieron después instantes de gloria. Pero el gato díscolo no se zafó de su destino. La sentencia se ejecutó por exilio voluntario –estaba escrito. Y todo volvería a recomenzar.

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