De debajo las cejas hasta la punta de mis zapatos se extiende vibrátil, en ausencia del movimiento y del pensamiento, mi pobre cenestesia. Y, ¡oh Dios mío, cuánto calor tiene mi pobre cenestesia! 8
Cenestesia de Autor: ¿la de autor-personaje o la de autor-narrador? ¿Acaso no son el/lo mismo? Sobra decirlo: un juego de pies a cabeza. En este relato Autor, por simple definición, el que trabaja la materia imponiéndole una forma al hacer ( machen ) obra, se encuentra de vacaciones. Su médico le ha aconsejado unos días de reposo para curarse de un benigno estado febril. Paradójicamente, el descanso será tan «intenso» que Autor podrá regresar de inmediato a la Ciudad, símbolo para D’Ors de la heliomaquia que él mismo pretendía impulsar, primero en Cataluña y después en España:
¿Quién, si es ciudadano de estirpe, huyendo de la ciudad se libra de sus impaciencias? ¿Quién, siendo múltiple, escapará a la compañía con cerrar su puerta o recogerse en un rincón de jardín? [...]
Hay quien tiene la llama, hay quien no tiene la llama. Doctor, Doctor, aprende esto para siempre: quien tiene la llama, debe arder. 9
En fin, nuestro personaje descansa justo lo imprescindible para volver al trabajo. Cumple así el modelo de «la filosofía del hombre que trabaja y que juega», desgranada en el Glosari a lo largo de los días y de los años en obsequio a todos aquellos que «l’escolten cantar les hores i dir el temps». 10 Xenius sostenía la complementariedad de trabajo y juego, sin duda bajo los auspicios de Schiller. El trabajo como esfuerzo para construir una obra que solo estaría bien hecha en virtud de la repetición . El juego, en cambio, como espontaneidad que debía coadyuvar hasta al propio trabajo, en calidad de energía necesaria para poner manos a la obra: independiente de la voluntad, por lo mismo que nunca concebió nadie idea alguna solo con quererlo. De todos modos, crear no es sino escapar por un instante a la constricción de las formas establecidas. Ello no quita que la creación se malogre si las energías no admiten encarrilarse en una nueva forma, cuanto más flexible mejor, pero siempre limitadora. A la postre, también el juego se apoya en normas . Ni siquiera la nube-cisne que Autor contempla podrá perder su contorno sin que amenace tormenta.
Como garantía de que ambas vertientes de la actividad humana se complementan perfectamente, Autor no solo se sentirá impelido a regresar a la ciudad, es decir al trabajo, gracias a todo lo aprendido en vacaciones, sino que además su primera visita ciudadana será para un amigo que –contra la aristotélica afinidad de caracteres– se le parece muy poco, pues se inclina hacia el arrebato ( rauxa ) más que a perseverar en el buen juicio ( seny ). 11 No obstante, este amigo es autor como él, solo que se dedica a la pintura. En la estética orsiana eso significaría que, aun sin desdeñar la línea, se decanta por el color. En cambio, aun estando sumido en el tedio del balneario, Autor toma conciencia de que la armonía cromática despierta en él una «emoción geométrica»:
La variedad y riqueza en una multiplicidad de verdores se establece, más que por razón de matiz, por razón de relieve. La mirada en ello se complace, no como ante una pintura, sino como ante una escultura. Un parque –un buen parque, en que la policromía de las flores es modestísima y no importa– es un altorrelieve; y su elemento capital, la cantidad y calidad del aire que hay en la parte alta, entre cada árbol o arbusto y los otros que le sirven de fondo.
[...]
Es casi una emoción geométrica, ya no complacencia sensual. Autor –cosa rara–, en este punto, en el de contemplar las verdores pomposas, es cuando se siente más próximo y más en peligro de la cosa prohibida: de formular un pensamiento. 12
El doctor le ha prohibido todo movimiento, el mental inclusive. Deberá abstenerse de pensar. El dictamen médico no es que lo pensado podría darle quebraderos de cabeza. También sus pensamientos más felices le reportarían un gasto de energía que le conviene evitar temporalmente. Pensar cansa, reza la opinión del vulgo o sabiduría popular. Con todo, la alternativa no consistirá en «soltarse», tal como parece corresponder al instinto –de juego– frente a la vocación –del trabajo–. En el pasaje citado, el verdor del parque suscita en Autor una emoción geométrica que de nuevo roza el pensamiento. Se explica, en parte, por el hecho de que su ángel o ley de su personalidad es el trabajo. Pero solo en parte. Ocurre además que la espontaneidad del instinto de juego como fuente originaria de libertad progresa normalmente hasta cristalizar en formas que contienen su derroche de fuerzas. Y esto le ocurre a cualquiera; porque para todos la razón, facultad de lo abstracto, es adaptativa.
Por un lado, el individuo canaliza sus energías mediante la razón para que no se malgasten o se vuelvan destructivas; por otro, acomoda a sí lo que le rodea al imponerle sus esquemas racionales. Son las dos caras de una moneda que facilita los intercambios con el medio. D’Ors defendía esta teoría hasta el extremo de calificar a la lógica de «diastasa». Por tanto, la función de los principios lógicos estribaba en facilitar al individuo la asimilación de cuanto le llegaba de la naturaleza externa mediante un proceso de «inmunización», y al mismo tiempo en acondicionar su propia naturaleza interna para que se abriera al exterior saludablemente. Después de todo, no menos que las agresiones procedentes del medio, también la propensión individual a la locura –el recurrente e inevitable deseo de librarse del Yo– supone una amenaza para la vida si no se conforma con la transitoriedad:
Aquel que no sepa de la voluptuosidad que puede haber en una cojera interina y de los placeres herméticos de una pequeña ronquera incipiente, que no aspire a conocer, no, todas las delicias del calambre. Pero quien, en cambio, experimente el triste fastidio de arrastrar siempre por el mundo una misma figura, y de soportar el peso de una misma personalidad, éste, éste, podrá llegar al fondo de la copa misteriosa. 13
En suma, aunque la razón proteja, Autor debe obedecer el veto facultativo al acto de pensar porque el ahorro de energía se justifica plenamente cuando uno está enfermo. Y aun así, como se ha dicho, no tarda en percatarse del error médico. Resulta que no podrá cumplir la prescripción sin tener que esforzarse igualmente, solo que en dirección contraria. Ahora será para frenar el discurrir del pensamiento que, si no, tenderá a progresar imparable al abrigo de las formas aprendidas, porque la razón se envicia en su labor de adaptación. Paradójicamente, en tal esfuerzo por contener lo que le saldría de natural descubrirá Autor la verdadera libertad: «la gracia está en esta limitación de posibilidades, en esta penuria». 14 Se lo barruntaba ya al salir del consultorio médico:
Autor prometía y partía. Picaba en el juego. Más aún que instinto de conservación, había puesto en el cumplimiento fidelísimo, escrupuloso, extremado, de la prescripción facultativa, amor propio. Ahora se vería la fuerza y la extensión mágicas de su voluntad. Aquella vida que llevó a máxima energía en el florecer, el jardín de sus fiebres, ahora alcanzaría, por un tiempo, los límites humanamente asequibles en la extenuada inercia. 15
La libertad no se emplea a fondo allí donde todo parece posible, sino en la capacidad estratégica para sortear dificultades. No pertenece, claro está, al reino natural. Su medio propio es la cultura y, por tanto, el diálogo . Entiéndase que el «diálogo cultural» no se reduce a un simple intercambio de ideas. La Cultura misma se constituye como diálogo –intrínsecamente dialógica. Sin embargo, no cabe negar que el lenguaje, al transmitir los conceptos abstractos por medio de los cuales la razón adapta el mundo a las necesidades humanas, se convierte asimismo en recipiente de formas anquilosadas. Quizá obedezca a esta certeza el terco silencio del héroe de la Oceanografía , quien en su mutismo llega incluso a quedar mal con una atractiva desconocida que reposa en el jardín muy cerca de él y, de más está decirlo, representa una fuerte tentación que vencer. Autor se ha vuelto solitario. Privado del lenguaje, del diálogo sociocultural con el Otro, empiezan a pasarle entonces cosas raras, que afectan incluso a su percepción del mundo. 16 Ni siquiera distingue la vigilia del sueño: «Dormir. ¿Acaba acaso Autor de dormir? Nada sabe de ello». 17 Pero en lugar de rehuir la vaguedad se instala en ella. Metido en la piel del autor-personaje, el autor-narrador, a saber, Eugenio d’Ors, persiste en ironizar acerca de Descartes, esta vez contra el alcance de su duda metódica. No obstante, el retorno a Platón tampoco habrá lugar sin su buena dosis de ironía.
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