Mercè Rius - D'ors, filósofo

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Mercè Rius, pone de manifiesto en este estudio que la obra de Eugenio d'Ors conectaba con los debates filosóficos del siglo XX mediante hilos mucho más finos que los percibidos inicialmente. Hoy se ratifica en su creciente estimación, sobre todo frente a aquellos cuya empedernida ignorancia llega al colmo de negarle todavía la credencial de filósofo. A través de esta investigación, la autora trata de mostrar que D'Ors, ni se equivocaba ni obraba de mala fe al considerarse ante todo filósofo. Para ello, realiza un balance de la filosofía orsiana resituándola en un horizonte más vasto tras descubrirle nuevos aspectos, cuyas afinidades con otros autores contemporáneos de tradición europea sugieren el alto nivel y la oportunidad histórica del pensamiento orsiano.

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[...] Y en el cielo, una nube.

Adelanta ligera, graciosa –cisne en un lago–. Como el cisne, se alarga o repliega. ¿Veis? Ha extendido un ala. ¿Veis? Se ha vuelto todo él una bola.

Suavísimo, resbala. Pequeñas, fragmentarias asociaciones de imágenes [...] La glosa ideal es el Glosario ideal. La glosa soñada –seguramente no escrita aún. 1

Con una clara alusión al platonismo («la glosa ideal... no escrita aún») D’Ors plasma en imágenes su concepción de la escritura. El Glosario desea salir a la luz apareciendo a la vista del lector cual sustancia «porosa» que en su flexibilidad se densifica y esponja, como se contrae y dilata en la sombra el tiempo en su «palpitar». Justo así cada glosa dibuja los contornos propios, es decir, su Figura. No se entrega, por tanto, a una libertad incondicional, sino que procede de modo autárquico –con carácter griego.

Y dado que para el conocimiento resulta esencial el «principio de figuración», la escritura no es una simple forma de expresarse, sino un estilo del pensar que enlaza con los orígenes de la mismísima filosofía. 2 Ya en los diálogos platónicos se aprende que las Ideas-Figura deben contemplarse con los ojos de la Inteligencia en vez de usar la mera razón, a la que están atados los hombres del siglo xx. Para nuestro autor, la insuficiencia de la razón procede de su índole abstracta y no de su discursividad, minusvalorada asimismo por los antiguos. En cuanto a la deslumbrante superioridad de la Inteligencia, no se mide por la lejanía que mantenga respecto a lo sensible. En ese aspecto el platonismo de D’Ors no choca con el de Aristóteles, quien estableció en su Ética que una misma facultad ( noûs ) ocupaba los dos extremos del conocimiento: en la cima aprehendía los primeros principios y en la base captaba la inmediatez de las cosas empíricas. Gracias a ello, cada cual podía sopesar con prudencia las circunstancias de sus actos, y algunos privilegiados inteligir incluso los principios que, por lo demás, tenían que regir la vida de cualquier individuo aun si de pocas luces, ya que respondían a una necesidad elemental: la de trazar la línea divisoria entre sensatez y locura.

Tal unión de lo más teórico y lo más práctico D’Ors la extrapola al florecer conjunto de la política y la cultura, pues inspirándose en la mentalidad antigua las piensa a ambas como inseparables. Afortunadamente, por herencia de la Antigua Grecia (el Glosari daba noticia de las excavaciones en las ruinas de Ampurias como refrendo simbólico de sus tesis), en Cataluña arraiga una virtud afín a la phrónesis o prudencia. Es el Seny , nombre genuinamente catalán usado por D’Ors como sinónimo de Inteligencia según él la concibe, orientada en el ámbito del pensar hacia unos principios que renuevan los tradicionales: aparte del principio de figuración, el de participación y el de función exigida. Como logros de su «trabajo» intelectual, D’Ors habría de exponerlos en su obra filosófica mejor acabada, El secreto de la Filosofía . 3 En cambio, las relaciones de la Inteligencia con la sensibilidad hallan su espacio propio en el del «juego» abierto por esta serie de glosas de 1916 que componen la Oceanografía del tedio . Sobre las nubes:

Es una nube... A primera vista, una nube sin nada de particular, una nube cualquiera . Todas las nubes que no mira uno con amor y calma son una nube cualquiera . Solo la atención y estimación traídas a las cosas las individualiza. 4

Se adivina en semejantes palabras que la recuperación del talante griego no resultará nada fácil. Cierto que el aprecio orsiano de la individualidad se dirige al principio de inteligibilidad en ella encarnado, conforme a la doctrina clásica de la Idea-Tipo. Pero fue también el griego Sócrates quien enseñó que la conciencia no tiene marcha atrás, que aquello de lo que uno se hace consciente jamás le abandona. Y desde la antigüedad mucho ha subido el caudal de la humana conciencia. Lo advierte el comienzo del libro al anunciar su propósito mediante la justificación del título:

Pero el mar, que parece a un contemplador frívolo la igualdad y la monotonía supremas, ofrece al buzo que en él profundiza el prestigio de mil espectáculos en el templo mágico de la serena diversidad. «Estéril llanura», llamaron al mar los antiguos. Pero los modernos han visto en él un teatro para los más interesantes dramas de la vida, para los más opulentos y fastuosos. Los modernos saben Oceanografía. 5

Los hombres del xx poseen un saber científico que quizá custodie sus innegables vínculos con la sabiduría antigua, pese a la contemporánea desafección por la Idea. Y prosigue: «Autor analizará aquí la Oceanografía del tedio. Sabrá cuán rico es y múltiple aquello que ha parecido igual y monótono al profano y al distraído». 6

Autor, la inicial en mayúscula, es el nombre del protagonista de esta narración cuyo desarrollo casi se agota en una tarde, porque ni más ni menos que una tarde es lo que dura su estancia en el jardín de un balneario al que ha ido a descansar por prescripción médica. Nótese que el pasaje citado indica el desdoblamiento entre el autor-narrador y el autor-personaje, algo bastante habitual si no se viera enseguida reforzado por un intercambio de papeles. El autorpersonaje permanecerá todo el rato en silencio dando así carta blanca al autor-narrador para decir en su nombre cuanto le apetezca. Ahora bien, precisamente por ello, el autor-personaje nunca actúa de portavoz efectivo del autornarrador, pues en tal caso debería hablar.

Por otro lado, tampoco se escenifica ahí el célebre diálogo consigo mismo que, desde Platón, caracteriza al pensamiento. Se nos ofrece, al contrario, la transcripción de unas experiencias cuyo sujeto es tomado por objeto de observación, lo cual significaría para un filósofo que no estamos frente al sujeto propiamente dicho ya que este, desde Descartes, es el Yo fundador de sentido:

Yo no pienso. Luego, yo existo. Si yo pensara, ya mi existir no me parecería tan seguro. Podría ser yo objeto de una ilusión. Pero, ¿qué ilusión, allí donde no hay representación siquiera? Yo existo; porque si no existiese, como tampoco pienso, ¿qué? 7

No se trata, por tanto, del yo pensante. Y si no piensa –como Descartes pensaba– no es un yo. Esto daría motivo suficiente para llamarle «Autor», en tercera persona. Pero hay más, como que en la filosofía orsiana el sujeto nunca se justifica por sí mismo, sino en condición de autor de una obra bella. Esto es, cuando logra engendrar una Obra-Bien-Hecha, que D’Ors define según el modelo clásico de obra bien acabada, cuyo secreto está en la forma . Luego la descripción de las experiencias subjetivas en la Oceanografía tendrá muy poco que ver con el análisis de estados anímicos o con la reflexión reglamentada de la res cogitans . Antes bien, presta atención a la res extensa . En cierto modo, la auténtica protagonista de la novela es la cenestesia de Autor:

Esta pareja de cabos agudos de calzado, allá, lejos, en el extremo de la chaise-longue , es mía, soy yo. Si alguien viniese y escupiera sobre estas puntas de botina, me ofendería [...] Así, yo termino donde ellas. Yo termino en dos estuches de cuero, vagamente ojivales, guarnecidos de falsos agujeritos.

Pero, en el otro extremo, de la parte de la cabeza, no termino . Como mis ojos pueden ver de ellos para abajo, pero no de ellos para arriba, yo, de ojos para arriba, soy infinito. Soy infinito, o termino en los ojos, como queráis. Si alguien, sin que yo pudiera, por sombra, por ruido o por tacto, advertirlo, escupiera sobre el extremo de mis cabellos, extendidos sobre la almohada, yo no me podría ofender.

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