Las charlas se realizaron entre los noviembres de 2011 y 2013, es decir, cuando Auster preparaba la irregular Diario de invierno , en que se revisaba a sí mismo a partir del estudio de su cuerpo en la que consideraba la última estación de su vida, e Informe del interior , un ejercicio memorístico demasiado personalista: él de niño, adolescente, joven, mirándose al espejo de un hombre ya en la sesentena. Atrás quedaba el escritor magistral de La trilogía de Nueva York , El Palacio de la Luna o El libro de las ilusiones , sobre los que Auster habla aquí en lo que constituye una joya para los amantes de su literatura. La confluencia entre realidad y ficción, la ascendente importancia del erotismo a lo largo de su trayectoria, los elementos metaficticios, su tendencia al collage narrativo…, mil y un detalles aparecen incluso interesantes para quien no haya leído ninguno de sus libros, pues penetran en temas que, en sí mismos, son materia artística de primer orden y que fueron determinados cuidadosamente con la ayuda de la lectora más inmediata de Auster, su mujer la escritora Siri Hustvedt.
Elif Batuman: avatares rusos de una estudiante
Un primer libro de género inclasificable es bien recibido. Elif Batuman, de ascendencia turca, neoyorquina de nacimiento en 1977 y formada académicamente en California, ofrece, en Los poseídos (Seix Barral, 2011), un conjunto de textos llamativos por su frescura, ingenio y pasión literaria con un nexo común: las letras rusas. Al final dirá que es en la literatura donde solo se pueden encontrar respuestas a los enigmas que nos rodean. Y es en lo que se ocupa esta profesora universitaria —cuando escribió el libro estaba en la recta final de sus estudios, lo que se refleja en las pesquisas que expone— cuando va tras los pasos de Bábel, Pushkin, Tolstói y Dostoievski.
La vida de estos autores se mezcla con la de Batuman, que consigue, desde la autobiografía (familia, compañeros, novios, viajes), desarrollar un serio análisis crítico de obras y hacer una crónica de lugares tan significativos como Yásnaia Poliana o las ciudades de Samarcanda y Venecia. El resultado es brillante por su inteligencia y entretenido por su comicidad, pero sabe a poco: la introducción es demasiado extensa para lo que apunta y el primer capítulo, sobre Isaac Bábel, empieza de forma enrevesada, aunque luego se convierte en un texto genial, cuando aparecen las anécdotas de un congreso dedicado al escritor de Caballería roja .
Tomando prestado el título de «la novela más extraña de Dostoievski, Los demonios , traducida anteriormente como Los poseídos », Batuman escribe poseída por aprender ruso y uzbeco y lanzarse a experiencias incluso peligrosas en pos de lograr sus objetivos. Es magnífico cuando ridiculiza el ambiente universitario, se burla de ella misma, propone disparates con gran rigor documental, como que a Tolstói lo asesinaron, y desacraliza la casa veneciana del autor de El idiota . Al libro le sobraría parte de los tres capítulos sobre Samarcanda, pero es el riesgo de un trabajo híbrido que cabe celebrar y nos avisa de que estamos ante una autora muy a tener en cuenta.
L. Frank Baum: la vigencia del mundo de Oz
La vieja historia en que el bien vence sobre el mal. Eso es el territorio del País de Oz. Desde que la pequeña Dorotea llega a ese lugar mágico, llevará a cabo sus dos propósitos que le salen al paso: ayudar a los personajes que lo necesitan y acabar con los malvados. ¿Hay mejor mensaje, realmente imperecedero, para los niños de cualquier época y rincón del mundo? Por eso, y otros motivos más, muy especialmente, claro está, la adaptación al cine que protagonizó Judy Garland, este cuento clásico que conoce todo el mundo pero que no muchos sabrían quién firmó ha llegado a nuestros días en plena forma. Han pasado cien años desde la muerte de su autor, Lyman Frank Baum, que escribió catorce libros relacionados con Oz, pero muchos otros títulos para niños y jóvenes: en total, cerca de sesenta novelas y más de ochenta relatos, a lo que hay que añadir unos doscientos poemas e innumerables trabajos como guionista.
De hecho, Baum, nacido en Chittenango, estado de Nueva York, en 1856, después de debutar con una colección de cuentos infantiles ilustrados por el gran pintor Maxfield Parrish, tuvo un primer éxito llegó en 1899, por medio de una antología de poesía disparatada con dibujos de otro magistral ilustrador y caricaturista como W. W. Denslow. Y con este precisamente, al cabo de poco tiempo, publicaría El mago de Oz , que conseguiría tamaño éxito que se adaptaría a la escena teatral de Broadway en los años 1903-1904. El libro ha sido ampliamente traducido y publicado, pero este próximo día 20 [mayo del 2019] El Paseo Editorial pone en las librerías El maravilloso mago de Oz —en una nueva traducción de Óscar Mariscal—, recuperando las ilustraciones de Denslow, para proporcionar al lector la increíble peripecia de Dorothy y su perro Toto, perdidos en el fantástico mundo de Oz, donde conocerán al Espantapájaros, al Leñador de hojalata y al León cobarde. Juntos, emprenderán camino hacia la Ciudad Esmeralda, en que tendrán la esperanza de lograr que el Gran Oz les dé una solución a sus peticiones de mejora personal a través de su poderosa magia.
Ya en el 2016 El Paseo publicó Historias mágicas de Oz , con los dibujos originales de otro de los grandes artistas que colaboraron con Baum, John R. Neill; en esa ocasión, se trataba de una serie de cuentos que preparó el propio escritor con el objetivo, en 1913, de que sirviera de introducción al maravilloso mundo de Oz para aquellos que no lo conocían aún, y en que destacaban algunos personajes menos conocidos, como la princesa Ozma, Jack Cabeza de Calabaza, Tik-Tok el hombre mecánico, el Tigre Hambriento, el rey Nomo y el Caballete. Tres años antes, Baum se había trasladado con su familia a Hollywood, con el ánimo de trasladar sus historias a la gran pantalla; para ello, fundó la Oz Film Manufacturing Company, pero el destino le tendría reservada una muerte cercana: moriría en su casa el 6 de mayo de 1919, a causa de un derrame cerebral.
«Baum, como Shakespeare, albergaba en su cabeza una fiebre por querer, desear, moldear, soñar, que es la que hace que todos continuemos buscando la historia de Oz, y que nos nutramos de ella», dijo el gran escritor de ciencia ficción Ray Bradbury; «Ese autoproclamado mago de Oz tiene una larga genealogía, podría ser desde un chamán hasta el Próspero de Shakespeare y siempre encuentra su par en cada época», afirmó la veterana autora canadiense Margaret Atwood; «Baum era un verdadero educador y los que leen sus libros de Oz a menudo se hacen lo que no eran: imaginativos, tolerantes, despiertos a las maravillas del mundo y a la vida», apuntó el guionista y narrador Gore Vidal. Declaraciones todas estas que remiten a la vigencia de un libro en que se proponía a sus héroes superar pruebas difíciles, venciendo sus miedos y teniendo el coraje para enfrentarse a lo desconocido para, en última instancia, descubrir sus ocultas pero infinitas capacidades.
El hombre de hojalata quería tener amor, el espantapájaros deseaba inteligencia, y el león ansiaba ser valeroso. Baum, con El mago de Oz , les estaba diciendo a los niños y adolescentes que todos poseemos esas cualidades y que, para desarrollarlas, lo único que tenemos que hacer es practicarlas, como nos recuerda Josep Santamaría en el apartado de actividades de una edición referencial de esta obra, la de la editorial Vicens Vives, la cual contó, desde su primera aparición en el año 2000 —el libro se reimprime de forma constante— con las bellísimas ilustraciones de Victor G. Ambrus. Y es que, como vemos, texto e imagen estuvieron de la mano desde el inicio en este caso; y así, en 1939, se estrenó en la gran pantalla la celebérrima adaptación cinematográfica que dirigió Victor Fleming después de un rodaje complicado, con una Garland a la que tuvieron que caracterizar para que no pareciera tan mayor (tenía dieciséis años), que ya era adicta a las drogas y al alcohol, y a la que explotaban trabajando días enteros película tras película.
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