También Pietro Scoppola (1991) valora como defensiva la estrategia del compromiso histórico, 29de la cual subraya la diferencia con los gobiernos de solidaridad nacional, y traza un paralelismo entre la propuesta comunista y la «tercera fase» dibujada por Aldo Moro. En su análisis, las dos líneas compartieron la necesidad de facilitar respuestas al deterioro moral del país. Además, ambas permanecían en la lógica de la «democracia de los partidos». Pero, mientras que el compromiso histórico no preveía la alternancia como objetivo de una democracia finalmente acabada, la «tercera fase» sería un proceso que habría tenido que llevar, después de la plena legitimación recíproca, a la alternancia. Según Scoppola, el principal límite de ambas perspectivas fue el no plantear reformas institucionales de suficiente altura para propiciar la salida de la crisis de la «democracia de los partidos». 30
Silvio Lanaro (1992) trata a Berlinguer de «hombre nuevo» para resaltar su no pertenencia a la generación del antifascismo y del exilio. 31Insiste en la influencia que Franco Rodano tuvo sobre el secretario comunista hasta el punto de reconducir al tomismo el dibujo berlingueriano de la sociedad orgánica, en la cual la mediación y la «comprensión» (palabra clave según Lanaro en el léxico de Berlinguer) borrarían sistemáticamente el conflicto y la propia lucha de clases. 32Atribuye a Berlinguer el error de haber imaginado
una consonanza perfetta fra le subculture «storiche» dei partiti e le domande sociali che essi esprimono, nel postulare una docilità naturale delle istituzioni e nel giudicare insignificante il problema degli uomini chiamati a tradurre in opere un’ipotesi politica. 33
Considera los gobiernos de «solidaridad nacional» como gobiernos del compromiso histórico que, al margen de la buena voluntad, incluso cuando aprobaron leyes de reforma, no consiguieron su eficaz aplicación a la realidad. 34
Guido Crainz (2003) insiste en la percepción del peligro representado por la derecha subversiva que Berlinguer tuvo –y que ubica antes del golpe chileno– y en la renuncia del PCI a parte de su programa para presentarse como partido nacional, a la altura de representar la clave para el cambio de dirección política, necesario a raíz de la grave crisis económica. Su interpretación adelanta a principios de los setenta la crisis del sistema político italiano y de los partidos, de la cual facilita varios síntomas (corrupción, financiación ilícita de los partidos, revueltas de Reggio Calabria y de L’Aquila), y se detiene en los primeros en detectarla (como, por ejemplo, Pier Paolo Pasolini en su denuncia del Palazzo , es decir, de la clase gubernamental). En este mismo contexto observa la contradicción en la cual actuó el PCI, que para entrar en la mayoría tuvo que ser aceptado por los partidos que ya la integraban y, justamente por ello, corrió el riesgo de perder sus rasgos diferenciales y ser percibido como los demás partidos. Prueba de ello son el rechazo por parte del PCI de las críticas a la «clase política» (y del empleo del sintagma), su intento de evitar el referéndum sobre el divorcio modificando la ley y su voto favorable a la ley de financiación de los partidos de 1974, justamente cuando habían estallado varios escándalos con respecto a la financiación ilícita. Del compromiso histórico, además, Crainz critica su corte partidista («politicista» podríamos decir) o, por decirlo de otra manera, la confusión entre la democracia y la «democracia de los partidos»; o, de otro modo aún, la identificación entre las masas comunistas, socialistas y católicas y el PCI, el PSI y la DC. Desde su punto de vista, el principal límite de la política comunista en los años setenta sería el hecho de privilegiar los equilibrios políticos, amoldándose a la lógica de los partidos (especialmente durante los gobiernos de solidaridad nacional de 1976-79). 35
A las aportaciones de los historiadores de la Italia republicana hay que añadir las investigaciones que se han centrado sobre la política comunista de los setenta y el propio Berlinguer a la luz de la documentación procedente de los archivos del PCI. Por la imposibilidad de ofrecer una panorámica al respecto, me limitaré a dos trabajos, que son además los que más se han utilizado como fuentes indirectas para redactar el presente artículo. El primero es la biografía política Enrico Berlinguer (2006), en la cual Francesco Barbagallo insiste sobre la continuidad que la política del compromiso histórico representa con la línea togliattiana del «partido nuevo», mientras que considera poco influyente la elaboración teórica y política de Franco Rodano al respecto. 36Huelga remarcar la aportación de este trabajo, que es bastante más que una biografía del líder comunista. Por el contrario, sí merece la pena apuntar la importancia que Barbagallo atribuye a Estados Unidos y a la Unión Soviética en el bloqueo del proyecto que con los gobiernos de solidaridad nacional habían puesto en marcha Berlinguer y Moro (con el apoyo de La Malfa). 37
El segundo es el trabajo al que se ha hecho ya muchas veces referencias, Berlinguer e la fine de comunismo (2006), en el cual Sivio Pons destaca una segunda dimensión internacional del compromiso histórico (la primera es la que se refiere al impacto del golpe chileno), que identifica con «su vinculación con la idea de la distensión como factor gradual pero suficientemente dinámico de cambio». Una idea que Pons considera como forzatura por tener en su base no unos hechos, sino un desafío que apostaba por la posibilidad de que un cambio en las reglas del juego bipolar asignara al comunismo europeo un importante papel en la política internacional. 38Por el contrario, no hubo ni cambio de las reglas, ni superación del bipolarismo, ni consolidación de la distensión. Ello decretó la derrota del proyecto eurocomunista berlingueriano, que Pons reconstruye e interpreta como complementario al compromiso histórico, como su vertiente en el plano de la política exterior.
Al margen de los historiadores, son muchos los políticos que han dejado un testimonio autobiográfico o una reflexión más distanciada (por lo menos en las intenciones) sobre los acontecimientos del periodo. De entre ellos merece la pena recordar la reconstrucción de la historia del comunismo italiano que Lucio Magri –uno de los fundadores del grupo Il Manifesto– nos ha dejado en su Il sarto di Ulm (2009), donde insiste sobre el análisis equivocado que Berlinguer hizo de la DC y considera un gravísimo error la participación del PCI en los gobiernos de «solidaridad nacional». En su valoración, no fue el asesinato de Moro lo que provocó el fin del experimento y de la marcha del PCI del Gobierno, sino que este proyecto ya había fracasado antes. Es más: pasó justamente lo contrario, puesto que el secuestro y el asesinato de Moro provocaron la continuación de los gobiernos de solidaridad nacional. 39
CONSIDERACIONES FINALES
La propuesta política que Berlinguer hizo en los años setenta tuvo tres vertientes, complementarias y coherentes entre ellas. En el plano de la política interna, propuso el compromiso histórico. En materia de política económica, la austeridad. En el plano de la política exterior, el eurocomunismo.
La primera fue la más elaborada de las tres, se insertó en el cauce de la tradición togliattiana y pareció entonces ofrecer una solución concreta al bloqueo político de la situación italiana. Bloqueo gubernamental y crisis económica, junto a la extraordinaria fuerza organizativa y electoral del PCI, consiguieron poner el compromiso histórico en el centro del debate público como «cuestión comunista». Sus límites fueron los derivados de tener en su base una lectura catastrofista de la situación económica mundial, de no evaluar correctamente la naturaleza de la DC y de minusvalorar el papel y la aportación de los socialistas. Sobre las relaciones con los socialistas, hay que añadir algunas consideraciones. Dividido en corrientes, frágil en su estructura, débil desde el punto de vista electoral, subalterno de hecho al PCI desde la posguerra, el PSI tenía una imagen muy mala a los ojos de los comunistas. Sin embargo, al fin y al cabo, lo que obstaculizó la posibilidad de entendimiento no fue ni la fragilidad del PSI, ni su orientación socialdemócrata, sino su actitud más laica y libertaria, su sensibilidad para los derechos civiles: temas sobre los cuales el PCI llevaba un retraso importante (como demuestra, por ejemplo, su actitud frente al divorcio). Craxi vino después y su ascenso en el PSI fue también la consecuencia de la actitud que los comunistas habían tenido históricamente con ellos. Al hilo de lo dicho anteriormente, puede añadirse que en el trasfondo de la cultura política del PCI de Berlinguer había una infravaloración de los procesos de secularización que habían afectado a la sociedad italiana y, al tiempo, una valoración negativa de esta. 40Volviendo al compromiso histórico, su principal debilidad radicó en el desfase con los procesos sociales. Un desfase y una distancia que se acentuaron en los meses de la no desconfianza, cuando el PCI se encontró en posición delicada y entre dos fuegos.
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