AAVV - Las izquierdas en tiempos de transición

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La crisis terminal del franquismo estuvo marcada por la dialéctica entre la movilización social impulsada por la oposición de izquierdas para forzar la «ruptura democrática» y los intentos de parte del personal del régimen de llevar a cabo una «reforma» más o menos limitada. Para contribuir a un mejor conocimiento de una realidad sobre el cambio político en España, el presente volumen recoge aportaciones de distinto carácter sobre las izquierdas en los años setenta. Tras una mirada a los países de la Europa meridional, se aborda el papel y la acción del PSOE, el PCE y la izquierda revolucionaria. Siguen un análisis del movimiento sindical a lo largo de la transición, una visión del particular y complejo panorama de las izquierdas vascas y, cerrando el volumen, tres textos centrados en aspectos específicos de la acción cultural, institucional y movilizadora de las izquierdas en Cataluña.

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El respaldo del que el PCI gozaba entonces en el país era muy fuerte. En las elecciones administrativas del 15 y 16 de junio de 1975, cuando votaron por primera vez los jóvenes de entre 18 y 20 años, el PCI llegó al 33,4% (datos de las regionales) de los votos, con un aumento del 6,5% (frente a las generales de 1972), convirtiéndose además en el primer partido en las principales ciudades (Roma, Milán, Nápoles, Turín y Génova, además de Bolonia). La DC bajó 3,4 puntos porcentuales, pero se confirmó todavía como primer partido, con el 35,2% de los votos. En el mismo año el PCI alcanzó el número de 1.715.000 afiliados. 24

En los meses sucesivos, mientras el país vivía un gravísima crisis económica con una inflación de en torno al 17%, estallaron varios escándalos, el más importante de los cuales fue el «escándalo Lockheed», que involucró a algunos políticos del área del Gobierno por haber aceptado sobornos a cambio de la compra de aviones militares y salpicó al propio presidente de la República, Giovanni Leone. Además, se produjo una ofensiva del terrorismo brigadista, con varios ataques armados a cuarteles de las fuerzas del orden en Milán y Génova y con el asesinato de un alto magistrado en Génova.

Fue en este clima, caracterizado por las expectativas y los temores sobre el sorpasso , en el que los italianos volvieron a votar el 20 de junio de 1976. Con una participación del 93,4%, el PCI conquistó el 34,4% de los votos. Pero la DC se confirmó como primer partido con el 38,7%. En su conjunto, la izquierda (PCI, PSI y DP) alcanzó el 45,5% de los votos para la Cámara, frente al 39,8% de 1972. De las elecciones salió una situación completamente nueva: sin el PCI no había mayoría parlamentaria para sustentar un gobierno. Siguiendo la línea del compromiso histórico y su análisis de la situación económica, el PCI propuso un gobierno de solidaridad nacional con su participación. Frente a la negativa de los demás partidos, la solución que el PCI aceptó, después de muchos debates en su interior y de negociaciones constantes, sobre todo con la DC y los socialistas, fue la de un monocolor demócrata-cristiano liderado por Giulio Andreotti, que en verano estrenó su Gobierno gracias a la abstención de comunistas, socialistas, socialdemócratas, republicanos y liberales. Fue el Gobierno de la «no desconfianza». El PCI se tragó el sapo. Fue un acto de confianza en la capacidad de Moro para llevar a la DC a aceptar que el PCI, que ya permitía con su «no desconfianza» la vida del Gobierno, entrara en un momento posterior en la mayoría y a continuación en un Gobierno de emergencia o solidaridad nacional. El proyecto de Moro no coincidía con el de Berlinguer. En la visión del líder demócrata-cristiano, la entrada del PCI en el Gobierno correspondía a una «segunda fase» que habría tenido que legitimar plenamente a los comunistas para gobernar el país, con lo cual se abriría una «tercera fase» en la que los dos partidos, ambos ahora plenamente legitimados, se alternarían en el Gobierno del país según la voluntad de los electores. Por el contrario, Berlinguer veía en el Gobierno de los tres partidos de masas una especie de solución estable, por no decir definitiva. 25

Con todo, desde el punto de vista comunista, la «no desconfianza» significaba el fin de la conventio ad excludendum hacia el PCI que había caracterizado la política italiana hasta la fecha. Un primer paso hacia el gobierno y al tiempo una novedad que permitió consensuar con los demás partidos del arco constitucional la elección de Pietro Ingrao para la presidencia de la Cámara (tercer cargo en importancia en el Estado) y de siete comunistas para la presidencia de otras tantas comisiones parlamentarias.

Como se ha dicho, la idea de Berlinguer y del PCI era la de facilitar la aceptación de los sacrificios que la crisis económica imponía a los trabajadores a cambio de reformas que marcaran un nuevo modelo de desarrollo, un modelo marcado por la austeridad. Una especie de desarrollo sostenible, anticonsumista, que el líder comunista no consiguió explicar y que muchos se empeñaron en malinterpretar. Y que, en todo caso, poca posibilidad de aceptación tenía en los sectores sociales no protegidos por el Estado de bienestar, sobre todo jóvenes en el paro, licenciados sin ocupación a quienes el PCI no representaba y que a partir del movimiento en las universidades de 1977 (sirvan de ejemplo los incidentes de febrero de 1977 en la Universidad La Sapienza de Roma, cuando el sindicalista comunista Luciano Lama fue atacado por grupos de estudiantes) se lanzaron contra el PCI identificándolo, junto a la DC, como pilar del sistema, del orden y del statu quo . De la protesta estudiantil y juvenil se apoderó el movimiento de la autonomía obrera, que trató al PCI de enemigo, a la vez que este trataba de squadrista al nuevo movimiento estudiantil. El movimiento de protesta cogió al PCI en una posición delicada. Entre finales de 1977 y principios de 1978, al darse cuenta del desgaste que suponía su ubicación, el partido pidió un gobierno de emergencia del cual formase finalmente parte. Por consiguiente, Andreotti dimitió en febrero. Moro pidió al PCI más paciencia, concediéndole la entrada en la mayoría. Sin embargo, el nuevo Gobierno, también monocolor, liderado una vez más por Andreotti y sin ministros que pudiesen representar el cambio de orientación auspiciado por los comunistas, tuvo que tomar posesión en el dramático clima determinado por el secuestro de Moro. Fue un Gobierno de «solidaridad nacional» al que, sin otro remedio, el PCI sostuvo hasta el 7 de enero de 1979, cuando Berlinguer anunció en la Dirección el paso del partido a la oposición.

El 31 de enero 1979 Andreotti dimitió. En el XV Congreso, el 30 de marzo de 1979, Berlinguer afirmó que el PCI se habría quedado en la oposición de cualquier gobierno que lo excluyese. En las elecciones, otra vez anticipadas, del 3 de junio del mismo año, el PCI perdió casi 4 puntos porcentuales (cerca de 1,5 millones de votos), y bajó al 30,38%. La DC perdió el 0,4%, con lo que se quedó con el 38,30% de los votos. En noviembre de 1979, Berlinguer anunció el fin de la política de compromiso histórico y la nueva línea de «alternativa democrática» sobre la base de una alianza con los socialistas. Estos, sin embargo, con el ascenso en la secratería de Bettino Craxi en 1976 ya habían empezado a acercarse a la DC para una reedición del centro-izquierda y a exasperar la conflictividad con los comunistas. Pero esta sería ya la historia de los años ochenta, y los setenta, como se ha dicho, se habían acabado con el asesinato de Moro.

LAS VALORACIONES DE LA HISTORIOGRAFÍA

Sin la pretensión de ofrecer un panorama exhaustivo de las interpretaciones de la política de los comunistas italianos en los años setenta y del compromiso histórico, sí merece la pena apuntar las más significativas. Según Paul Ginsborg (1989), el compromiso histórico fue una propuesta inicialmente defensiva que a continuación se convirtió, concretamente a partir de 1976, en estratégica. El historiador británico (pero italianizado desde varias décadas) insiste en la convergencia entre moralidad católica y comunista, así como sobre la austeridad. Reconoce a la propuesta comunista dos méritos: haber puesto en el centro del debate político la cuestión comunista y haber salvaguardado la democracia italiana impidiendo su deriva autoritaria. Al mismo tiempo, apunta los siguientes defectos: la errónea valoración de la DC, que ya no era la de 1945 por haberse instalado en el Estado y por representar al partido conservador y del capitalismo italiano; la escasa capacidad de la austeridad para interpretar la tendencia consumista de amplios sectores de la población italiana después del boom económico de los sesenta; el carácter verticalista del encuentro entre PCI y DC, ambos no demócratas en su funcionamiento interno, que permitía pensar en un encuentro entre «dos iglesias»; el carácter indefinido de la «tercera vía» y de la gradual introducción de elementos de socialismo en la economía, que, si por un lado no dejaba claras las diferencias con el modelo socialdemócrata y el soviético, por otro no distinguía entre las reformas de estructura y las sencillamente correctivas del sistema. 26En pasajes posteriores de su historia de la Italia republicana, Ginsborg añade un elemento interpretativo de gran importancia cuando apunta otra consecuencia que el compromiso histórico de los años de los gobiernos de solidaridad nacional tuvo en la fractura que se produjo entre PCI y mundo juvenil urbano y universitario. A raíz del ansia por demostrar su plena fiabilidad y responsabilidad como partido de gobierno, el PCI, que había votado contra la Ley Reale que en 1975 había introducido medidas represivas muy discutibles desde el punto de vista del Estado de derecho en materia de orden público, votó en 1976 a favor de su prórroga; una actitud que facilitó la explosión del movimiento juvenil de 1977, el cual tuvo al PCI como principal blanco. 27Además, Ginsborg reprocha al compromiso histórico la infravaloración de los socialistas. 28

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