EL COMPROMISO HISTÓRICO, LA AUSTERIDAD Y EL EUROCOMUNISMO
Debido a la enfermedad de Luigi Longo, Berlinguer había sido elegido secretario general del PCI en marzo de 1972, con ocasión del XIII Congreso del partido. Entre finales de septiembre y octubre de 1973, a raíz de los acontecimientos de Chile, 8Berlinguer lanzó en tres artículos que aparecieron en Rinascita la propuesta de un «nuevo y gran compromiso histórico». 9Esta propuesta correspondía a su análisis de la fase política interna e internacional, al tiempo que se insertaba en el cauce de la tradición del comunismo italiano. El líder comunista consideraba que una mayoría parlamentaria y gubernamental progresista del 51% habría producido una peligrosa ruptura en el país de la cual hubiera podido aprovecharse la derecha subversiva. Además de lo ocurrido en el Chile de Salvador Allende, no hay que olvidar la «estrategia de la tensión» y el ascenso de la derecha neofascista desde el 4,4% de 1968 al 8,7% en las elecciones de 1972, a las cuales se había presentado como MSI-Derecha Nacional, incorporando a los monárquicos. Tampoco hay que olvidar que fue justamente a partir del otoño de 1973 cuando se manifestó, con la subida del precio del petróleo, la tremenda crisis económico-financiera que llevaría a Berlinguer a hablar de «crisis del sistema imperialista y capitalista mundial» en su informe al XIV Congreso del PCI, en 1975. 10Para salir de la crisis, solucionar los problemas del país y derrotar al neofascismo, Berlinguer valoraba como necesaria la formación de un bloque social entre clase obrera y clases medias, al cual habría tenido que corresponder una alianza estratégica en el plano político entre los tres partidos de masas (DC, PCI y PSI). Estratégica, también, por la gradual superación del capitalismo a través de la introducción de elementos de socialismo en la economía y la adopción un nuevo modelo de desarrollo. Una tercera vía entre la socialdemocracia de los países noreuropeos y el socialismo «real» de los países del bloque soviético. Una vía que había de tener en su base la austeridad. Por lo menos, esta era una de las concreciones del compromiso histórico que el secretario comunista habría explicitado en enero de 1977. En sus palabras, se trataba de aprovechar la «auténtica novedad histórica» en la cual «las viejas clases dominantes y el viejo personal político» sabían que ya no estaban «en condiciones de imponer sacrificios a la clase obrera y a los trabajadores italianos», sino que tenían que pedirlos. Y esto suponía el reconocimiento implícito de que era la clase obrera «la nueva fuerza dirigente de la sociedad y del Estado». Una clase obrera que podía aceptar hacerse cargo de estos sacrificios solo si los tres objetivos de interés general (sanear la economía nacional, poner en marcha la recuperación productiva y elevar el nivel de empleo) se insertaban en el camino de la gradual salida de los mecanismos y de la lógica que habían regido el desarrollo italiano de los últimos veinticinco años, así como de sus pseudovalores, para introducir «por lo menos algunos de los fines, valores y métodos propios del ideal socialista». Lo que pedía la política de austeridad, en fin, era un nuevo modelo de desarrollo «tanto contra la demencia consumista como contra el intento de cargar los costes de la salida de la crisis solo sobre las espaldas de la clase obrera y de los trabajadores». 11
Con el compromiso histórico Berlinguer volvía a proponer la línea que había caracterizado la política togliattiana en los años del paso del fascismo a la República (y concretamente desde su regreso a Italia en marzo de 1944) y en los primeros años republicanos (1945-47) con los gobiernos de Unidad nacional y la perspectiva de «democracia progresiva». 12Subyacente a esta propuesta estratégica estaba una cultura política en la cual se advertía la fundamental aportación de Franco Rodano, el líder del pequeño grupo de católicos-comunistas incorporados al PCI en la segunda posguerra, que consideraba compatibles y, más aún, convergentes la moral católica (solidaria, centrada sobre el bien común, la idea de la política como servicio, el rechazo del individualismo y del consumismo burgués) y la moral comunista. 13Una visión, es preciso añadirlo, que asumía y valoraba como positiva la presunta actitud antimoderna del catolicismo social a raíz de su declinación anticapitalista.
La propuesta de Berlinguer tomaba en serio las amenazas representadas por las derechas subversivas y proponía como respuesta una ampliación de la democracia; se dirigía fundamentalmente a la DC, en la cual, después de la derrota del MPL, consideraba improbable una ruptura que separara las corrientes de izquierda de las de derecha; además, se proponía solucionar el problema del agotamiento de todas las anteriores fórmulas de gobierno (centrismo y centro-izquierda) y de la falta de mayorías estables en el plano parlamentario; finalmente, si bien de una manera más implícita, por su influencia sobre el movimiento obrero ofrecía cierto control de la conflictividad social a cambio de un nuevo modelo de desarrollo en el cual estuviesen presentes «elementos de socialismo». Con todo, se trataba de una propuesta que se dirigía a los partidos y que no valoraba lo suficiente ni la sociedad civil ni los cambios que se habían producido en ella a partir de 1968. Prueba de esto fue la actitud que el partido tuvo frente al referéndum sobre el divorcio y la gestión que inicialmente hizo de aquel enfrentamiento cultural y político.
Frente a la Ley n. 898 Fortuna-Baslini, que en 1970 había introducido el divorcio en la legislación italiana, los obispos –de acuerdo con Pablo VI– y gran parte de las organizaciones católicas y de la DC se habían movilizado para derogar dicha ley por medio de un referéndum según lo previsto en el artículo 75 de la Constitución. El referéndum suponía un enfrentamiento entre la DC y el PCI justamente cuando los comunistas acababan de proponer una alianza estratégica con los demócrata-cristianos. A esta preocupación el PCI añadía el temor, por un lado, a una fractura de la sociedad italiana entre laicos y católicos y, por otro, a una derrota de los divorcistas. Por lo tanto, había intentado introducir unas reformas de la ley de divorcio que evitaran el referéndum. 14No lo consiguió y el 12 de mayo de 1974 los italianos votaron. El resultado fue muy distinto de las expectativas de los católicos tradicionalistas y de las derechas, así como de los temores del PCI, puesto que el 59,1% de los italianos se expresó en favor del mantenimiento de la ley. 15Fue un claro síntoma de la madurez alcanzada por la sociedad civil, gracias también a la actividad del movimiento feminista, que pocos años después, en 1978, conseguiría la ley sobre el aborto. 16
Lo que el PCI no valoró (o no entendió) entonces fue que, si la ola del 68 había producido sus efectos en la sociedad civil, en la cultura y en la mentalidad y, por el contrario, tardaba (o tardaba más) en impactar sobre la política y los equilibrios de fuerza entre los partidos, algún problema debía tener la política. Y concretamente el propio PCI, que los tenía por dos razones diferentes y opuestas entre sí. La primera serie de problemas surgía del hecho de que el PCI formaba parte del sistema político que el movimiento del 68 había cuestionado radicalmente. No solo formaba parte de él, sino que se esforzaba por autorrepresentarse como pieza clave de aquel sistema para legitimarse. La segunda serie de problemas surgía de la Guerra Fría y de la fuerte vinculación que el partido había tenido (y mantenía) con el PCUS, la Unión Soviética y su bloque. Problemas de los cuales Berlinguer era muy consciente y que se propuso solucionar empezando a marcar distancias respecto al comunismo soviético. Lo hizo a partir de enero de 1973 auspiciando la superación del bipolarismo y de los dos bloques; 17lo hizo en febrero de 1976 en Moscú con ocasión del XXV Congreso del PCUS; lo hizo, sobre todo, lanzando el «eurocomunismo» 18que marcaba distancias con el comunismo oriental y asiático, al tiempo que confirmaba el cambio de actitud de PCI y PCE (bastante menos del PCF) en relación con el proceso de unificación europea; 19lo hizo con la entrevista que el Corriere della Sera publicó el 15 de junio de 1976, en la cual Berlinguer afirmó sentirse más seguro bajo el paraguas de la OTAN 20y pocas semanas después con su intervención en la Conferencia de Berlín de los partidos comunistas europeos; volvió a hacerlo en Moscú el 2 de noviembre de 1977, con ocasión de la celebración de los setenta años de la Revolución bolchevique. 21Sin embargo, las críticas al sistema soviético se produjeron al encontrarse el PCI en el umbral del gobierno, quizá demasiado tarde para no transmitir la sensación de un cambio oportunista o meramente táctico. No era así, porque se trataba de una línea que venía de lejos y que tenía por antecedente la «vía italiana hacia el socialismo» elaborada por Togliatti. Pero el partido recibía financiación de la URSS 22y había en él sectores filosoviéticos e incluso estalinistas que ralentizaron la marcha hacia una más completa autonomía de la URSS. Sea como fuera, la toma de distancias respecto al país soviético no convenció a Estados Unidos, cuya actitud contraria al ingreso de representantes comunistas en el Gobierno de un país de la OTAN tampoco cambió con la presidencia de Jimmy Carter. Si durante las administraciones republicanas de Nixon y Ford habían sido Kissinger y el embajador en Italia, John Volpe, los más decididos adversarios de esta solución, no hubo cambios sustantivos durante la Administración demócrata de Carter, con Brzezinski y el nuevo embajador en Roma desde 1977 hasta 1981, Richard N. Gardner. Es más, el 12 de enero de 1978 el Departamento de Estado lo reafirmó de una forma clara, justamente a solicitud de Gardner: los Estados Unidos eran contrarios a la participación de los partidos comunistas en los gobiernos de la Europa occidental. Un mes antes el PCI había pedido su entrada en el Gobierno. 23
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