Como puede comprobar el lector los itinerarios escogidos son específicos de la historia literaria norteamericana y sobre ella gira todo el estudio, aunque las reflexiones teóricas plantean problemas de carácter general y algunas inquietudes pedagógicas parten de nuestra situación académica y en ella se refractan. Salta a la vista esta posición especialmente en los dos últimos capítulos, en los que la teoría de los géneros es objeto de revisión crítica amplia y se complementa con un muestrario de formas populares concretas de la literatura norteamericana. El contraste resalta así la provisionalidad y versatilidad de los géneros, su justificación social y cultural, así como su función pedagógica. No podemos ignorar que los géneros componen una constelación de múltiples funciones centrales para entender la historia literaria y que su constante renovación y aplicación didáctica constituye de hecho un género propio. La floración espectacular de géneros que muestra la historia literaria y la ductilidad de su transformación formal son pruebas inequívocas de que no estamos ante categorías rígidas de la canalización de la experiencia literaria, sino ante la elaboración misma de procesos o prácticas discursivas sumamente fluidas. Si, como Ralph Cohen sugirió en “Introduction: Notes Toward a Generic Reconstitution of Literary History” ( New Literary History 34.3, 2003), el proceso de absorción y conflicto de géneros es constante su capacidad combinatoria podría dar paso a una aceptación de su ductilidad efectiva. Una expansión de sus efectos desde el terreno textual al social y público es imprescindible. O como afirmaría Stephen Greenblatt en Shakespearean Negotiation s (1987), las distinciones genéricas son simplemente indicios de diferentes tipos de negociación o de circulación entre áreas diversas.
Planteamiento similar adoptamos en el último capítulo, guiado por la experiencia académica norteamericana, sus inquietudes y reservas sobre la influencia de la teoría literaria en la enseñanza, el impacto de los estudios culturales desde hace ya varias décadas y de la pedagogía radical. Es en este capítulo en donde las consideraciones pedagógicas proyectan ciertas inquietudes sobre la situación de nuestros estudios. La incidencia de la teoría literaria en las aulas, la función de las antologías y textos seleccionados o el giro cultural propiciado por los estudios culturales han producido durante varias décadas cambios y reformas pedagógicas que no escapan a una polarización ideológica sostenida. Así lo evidencian algunas llamadas a la unidad nacional a partir de fórmulas pedagógicas experimentales ensayadas con textos multiétnicos o las reticencias y críticas a la pedagogía crítica radical. La visión e ideal educativo perseguido por Peter McLaren mantiene unas propuestas revolucionarias que no sólo evocan las políticas del multiculturalismo radical, sino que acentúa la diversidad y la disensión social y política que compromete el sueño democrático de su credo pedagógico. Estos tres frentes —teoría, multiculturalismo y pedagogía crítica— dejan aflorar la necesidad de propiciar una renovación institucional de la enseñanza de la literatura americana. Sería un gesto de miopía crítica no entrever en este esta pedagogía una orientación decididamente utópica y esperanzadora que Peter McLaren, Henry A. Giroux y Stanley Aronowitz replantean constantemente.
Tal vez deba confesar que también el motivo de este trabajo es intencionadamente pedagógico y utópico; que las escenas primigenias de esta recorrido por la historia literaria norteamericana parten del magisterio intelectual de Javier Coy, de unas lecciones modélicas sobre Henry James que me abrieron las puertas de la literatura norteamericana a partir de lo que puede considerarse realmente fundamental. Durante muchos años su saber hacer profesional y su sensibilidad crítica han guiado mi acercamiento a la literatura norteamericana, a la vida académica española y a colaborar en la fundación y consolidación de la Sociedad española para el estudio de los Estados Unidos. Lo que insinúan los itinerarios de este trabajo sobre compromisos pedagógicos tienen a Javier como centro de referencia.
1 Cf. Gerald Graff, “The Future of Theory in the Teaching of Literature”, Future of Literary Theory , ed. Ralph Cohen, New York: Routledge, 1989, 263-5.
2 . Ver su “Definitional Excursions: The Meanings of Modern/Modernity/Modernism”, Modernism/Modernity 8.3 (September 2001): 504.
3 . Véase Richard Perez, “Emerging Canons, Unfolding Etnicities: The Future of U.S.Latino/a Literary Theory”, Centro Journal XXII.1 (Spring 2010).
I
RECUPERACIÓN DE LA HISTORIA LITERARIA NORTEAMERICANA
La historia literaria de Estados Unidos como proyecto
¿Es recuperable la historia literaria? ¿Es recuperable la historia literaria de los Estados Unidos? ¿Y qué sentido tiene esta recuperación? ¿Y para qué? Por impertinentes o irreflexivas que resultan estas preguntas y tengamos que dudar de la credibilidad de lo que parece un espejismo no tenemos más remedio que compartir el empeño de muchos amantes de la literaria norteamericana y desafiar los maleficios que rondan su historia literaria. Abusando de la opinión autorizada del filósofo Stephen Houlgate (1993: 114) me permito esquivar estas preguntas recordando sus puntualizaciones sobre el reflejo filosófico y la intuición visual. El primero, dice este autor, es un modo del pensamiento que no pretende conocer los objetos en sí mismos, sino simplemente saber que están “ahí”, que los refleja sobre su identidad independiente y que por lo tanto los ve como algo negativo, ya sea como diferentes a sí mismo o sin valor alguno en sí mismo. La intuición visual, por el contrario, los encuentra en sí misma, fundidos con ella en perfecta armonía y por lo tanto no se definirá en oposición a través de la negación de lo que está fuera de ella, sino afirmando la presencia de lo que está fuera de nosotros. ¿Es recuperable la historia literaria norteamericana? ¿Y la historia literaria en general? Optemos por esta segunda opción si queremos dar algo de crédito al sentido de las preguntas o descartémoslas libremente, pues tal vez jamás serán respondidas. Porque ¿no ha sido durante muchos años la historia literaria una garantía pedagógica incuestionable para entender la literatura? ¿No hemos partido del uso y del sentido de claves explicativas procedentes de la historia para su impartición e interpretación?
En verdad pocos conceptos o instrumentos críticos, por cuestionados o denostados que hayan sido, han resultado tan fundamentales como el de historia literaria; y muy pocos pueden sostenerse en nuestra profesión sin referirlos a esquemas de historicidad que les confieran cierta justificación pedagógica. Y no me refiero a aspectos que asociamos a veces ingenuamente con la relación entre literatura e historia, como que la experiencia docente deba supeditar la interpretación literaria a criterios históricos, que la programación responda a esquemas cronológicos, que debamos enmarcar históricamente las obras literarias que explicamos, que expongamos grandiosas concepciones históricas como telón de fondo para nuestros comentarios del texto, o que refractemos en un hecho histórico todas las caras de un proceso textual. Tengo en mente, más bien, esos esquemas de historicidad que auguran una teleología clara de la historia literaria, una percepción de toda esa red de propósitos, causas, intenciones, circunstancias e influencias que determinan históricamente cualquier texto dentro de un universo literario. Y también me refiero a todas esas pautas de interpretación, de lectura de lecturas, de sentido de sentidos y cúmulo de expectativas que como si compusieran un sistema de regresión infinita remiten a lo que entendemos por significado.
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