p. 189, n. 24: En el viaje que lo llevó a Japón, Dupuy viajó y se entretuvo con algunos importantes miembros de la Misión Iwakura, donde pudo confirmar que Japón era un ejemplo que estaba convirtiéndose en un peligro, sobre todo para Filipinas.
p. 210, n. 72: Ya en Berlín, Dupuy se encuentra con el coronel Murata Tsuneyoshi, que proyectó y construyó el primer fusil moderno de Japón.
pp. 213 y ss., n. 79: Dupuy es invitado a asistir a unas maniobras militares y a la botadura de algunas naves de la nueva marina japonesa, donde se encuentra con algunos oficiales franceses que habían sido alumnos de su pariente, el constructor naval Henri Dupuy de Lôme ( cf . p. 46, n. 47).
p. 213: Dupuy se da cuenta de que muchos filipinos ( tagalos , súbditos españoles) ejercían como marineros en la marina japonesa.
pp. 218 y ss.: La cristianización del Japón llevada a cabo por el santo navarro Francisco Javier induce a Dupuy a profundizar en el tema de las dos religiones japonesas, budismo y sintoísmo, así como en la política de la época Meiji para favorecer el culto sintoísta y reprimir el budismo y (al menos en la primera fase) el cristianismo.
p. 221: Dupuy está en Japón cuando en 1875 se inaugura la línea ferroviaria Hiogo-Osaka. Las consideraciones sobre el ferrocarril japonés le llevan a una confrontación crítica con el español.
pp. 222 y ss.: El relato de la experiencia vivida en primera persona en la línea de navegación de la sociedad Mitsubishi es sobre todo un capítulo de la historia de la competencia entre las empresas japonesas emergentes y las occidentales ya consolidadas; pero es también una experiencia personal positiva, porque la carrera por los descuentos en los costes de transporte «me proporcionó uno de los viajes más agradables e interesantes que he hecho en mi larga vida de viajero» y le permitió visitar China. En cambio, la comodidad de las naves españolas en la ruta de Oriente dejaba mucho que desear, como ya constató en 1907 el portugués Wenceslau de Moraes, a propósito de las conexiones con la península Ibérica confiadas a la «Mala Española» (es decir, el correo español, expresión tomada del inglés «Indian Mail», al igual que el italiano «Valigia delle Indie»):
¡Ah, el Correo español! Hace quince años aprendí, por experiencia directa, que para tomar un baño a bordo era necesario presentar una solicitud la noche anterior, debidamente justificada , y pagar dos pesetas por tan extravagante petición. Una señora japonesa, apenas llegada a Japón, que había viajado de Lisboa a Manila en una nave de la «Mala» en cuestión, me cuenta que aún sigue en vigor la misma regla. ¡ Hombre , qué tortura! 105
p. 226: El análisis de los datos relativos al comercio nipón-español se muestra una vez más como insatisfactorio, a pesar de estar incluida también la aportación de las Filipinas.
p. 226, pp. 229 y s.: Las referencias al comercio de la seda evocan el interés de la familia Dupuy por la sericicultura; sobre esta se encuentran datos más extensos en otro libro de Dupuy, cf . § 10.
pp. 229 y s.: Como confirmación de la consolidación de la apertura de Japón, Dupuy constata que disminuye el número de extranjeros en Japón, mientras que aumentan los japoneses que se transfieren al extranjero.
p. 232: Temores por el futuro: ¿guerra con Occidente?
p. 234: La mirada de Dupuy sigue atenta la transformación de Japón: en Yokohama ve cómo la mayoría de los habitantes adoptaba las costumbres occidentales, mientras que los samuráis seguían aferrándose a algunas tradiciones, como el típico peinado, manifestando así una adhesión interior al pasado que desembocó en la rebelión de Satsuma.
pp. 237 y ss.: Dupuy acompaña con simpatía la trágica suerte del rebelde Saigo Takamori ( cf . p. 235, n. 115), en parte porque la asocia con un recuerdo de Estados Unidos, evocado pocas líneas después. De hecho, sus contactos con los diplomáticos conocidos en Japón continuaron también a partir de 1883 en su nuevo destino en Washington, donde se reencontró con Karl von Struve, que había sido embajador ruso en Japón y que había adoptado al hijo del desafortunado Saigo Takamori, criándolo en su familia conforme a los preceptos de la religión ortodoxa.
pp. 241 y ss.: Dupuy comparte con otros ibéricos la animadversión hacia los holandeses, a quienes acusaban de haber instigado al shogun a perseguir a los cristianos (en realidad, a los católicos) y de haber participado directamente en «la horrible matanza de Shimabara» ( cf . p. 242, n. 140).
p. 244: Hablando de la revisión de los tratados injustos, Dupuy regresa una vez más al viaje que realizó junto a algunos miembros de la misión Iwakura, pues también él había confiado en su revisión; es más, incluso fabula con su vuelta a España con motivo de su ratificación, y su espíritu de viajero le lleva a pensar en un viaje «por Siberia y el desierto de Gobi». Sin embargo, no tuvieron lugar ni la revisión de los tratados, ni el aventurero viaje por tierra desde Japón a España.
p. 247: Los acontecimientos en Asia, en particular la primera guerra sino-japonesa, son los eventos que le llevan «a publicar estos estudios» (p. 264), mientras que, respecto a la ocupación de Formosa, comparte la opinión de los residentes, según la cual el ejército japonés, pese a estar diezmado por la enfermedad, «había tratado muy bien a los indígenas indefensos y había pagado cuanto consumió».
pp. 255 y ss.: Los dos meses transcurridos en China (gracias a los fabulosos descuentos de las compañías de navegación que se hacían la competencia entre sí) permiten a Dupuy formular un análisis acerca del enfrentamiento entre China y Japón: a su juicio, la debilidad de China depende de su falta de organización. Y describe ampliamente las impresiones que corroboran este análisis.
p. 259: Al final de la comparación entre China y Japón, Dupuy vuelve sobre «el motivo y excusa de este libro»: la influencia que Japón terminará por ejercer sobre Filipinas. En su opinión, no bastará con unas pocas leyes para convertir a los filipinos («que llamamos indios de Filipinas») en otros tantos japoneses. Reconoce que España ha hecho mucho por Filipinas, pero debe hacer más si no quiere perderlas. Con estas palabras de incitación a la acción se cierra el libro de Dupuy.
c ) Una elaboración que duró desde 1874 a 1895
Ha llegado el momento de contextualizar el texto de Dupuy publicado en este volumen. En la Embajada española de Berlín, en 1895 –es decir, unos veinte años después de su estancia japonesa–, Dupuy retomó sus anotaciones para completar el libro sobre Japón iniciado y suspendido en varias ocasiones. Lo cierto es que el momento era propicio para una iniciativa editorial semejante, porque la victoria de Japón sobre China había avivado el interés general por Japón. Con esta nueva publicación 106Dupuy se proponía difundir el conocimiento de Japón entre los españoles y, en particular, llamar la atención del Gobierno sobre un estado asiático que había entrado en el grupo de las grandes potencias: en efecto, España necesitaba reforzar sus relaciones comerciales con Japón, pero necesitaba también guardarse de él para tutelar las islas Filipinas. En el anterior libro de 1877 había dicho que «el Japón era un ejemplo, y podría llegar a ser un peligro»; en 1895 –tras su victoria en la guerra sino-japonesa– Dupuy constataba que «el ejemplo continúa, el peligro ya ha llegado, y será mayor cada día» (EJ: 10).
Al igual que el diplomático portugués Wenceslau de Moraes, 107también Dupuy sentía que Asia estaba liberándose del yugo colonial y que el ejemplo japonés podía ser contagioso: «Más peligrosas que las armas del Mikado han de ser las ideas que irradien de un país asiático constitucional, tan cercano a nuestra preciada colonia; de un país orgulloso por sus progresos, ebrio por su triunfo, y con una población que ya no cabe en las islas que puebla» (EJ: 11).
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