De ahí el propósito de Dupuy, que había decidido escribir sobre este «pueblo extraño» (MM: 206): «Para analizar a estos pueblos es menester mirarlos desde su punto de vista y no desde el nuestro» (MM: 205). Es todavía inevitable que incluso Dupuy comparta la primera impresión de casi todos los viajeros: «Parece que se está en un país de niños: todo es alegre, todo sonríe; el traje es pintoresco, las casas lindas» (Pierre Loti se sorprendía del gran número de veces que había usado el adjetivo petit ); «más tarde se conocen los defectos de los japoneses y se ve su falsía; pero cuando se les compara con todo lo que se ha visto en Asia, se siente hacia ellos una atracción de que nadie se ha libertado al llegar a aquel lejano imperio» (MM: 196).
Dupuy dedica muchas páginas a describir la ciudad que tiene ante sus ojos, así como la vida de una imaginaria familia estándar. 79Constata que el japonés es pequeño, «debilidad que yo atribuyo a que se alimenta exclusivamente de arroz y pescado» (MM: 196). En lo que se refiere a la divinización de la mujer japonesa (que se encuentra por ejemplo en Wenceslau de Moraes, cf . infra , § 20), Dupuy es más realista y prosaico: la mujer japonesa es «ya vieja, aunque no tenga más que treinta años», así que «una japonesa de veinte y cinco años está tan vieja y tan ajada por lo menos como una europea de cuarenta y cinco». Según Dupuy, la raza precoz, la alimentación pobre y «los baños de agua casi hirviendo que diariamente toman los japoneses» minan «la lozanía y la juventud» (MM: 200).
Los vestidos femeninos y, sobre todo, la exhibición inocente de las rodillas y de los senos, no turban en lo más mínimo a este católico ibérico, que más bien aprovecha la ocasión para ironizar sobre los europeos en general: «Ha sido preciso que viniesen al Japón los europeos para que en esa exhibición y en otras muchas encontrasen malicia» (MM: 201). Admira que los niños salgan de casa pertrechados con una tablilla con la dirección de su casa y con una moneda, en caso de perderse: le llama la atención que «en ese país se respete ese dinero y no sea esa moneda un aliciente, como sucedería en Europa, donde tanto vago hay a la sombra de su civilización» (MM: 202).
Pero el contacto con los occidentales estaba transformando también el comportamiento de los japoneses, y aquí las impresiones de Dupuy difieren de aquellas que, un siglo después de él, se encuentran en los japoneses actuales:
Un japonés al hablar con un extranjero supone que debe abandonar por completo su cortesía y educación, sin tomar en cambio la cortesía y educación nuestra: eso salta a la vista en cuanto se les trata un poco. Pero entre ellos y entre los que no quieren adoptar nuestras costumbres la cosa varía, y sus saludos y ceremonias llaman muchísimo la atención del viajero (MM: 202).
En este punto Dupuy también describe minuciosamente las recíprocas cortesías de los japoneses.
Las páginas conclusivas ofrecen un cuadro de la que podía ser la vida de los residentes occidentales, dificultada en Japón por el límite de las treinta millas dentro de las que estos estaban constreñidos. La alternativa era o vivir como en «destierro» (reproduciendo los entretenimientos de la madre patria), o tener curiosidad, como decidió hacer Dupuy, sin olvidar que él era heredero de la más antigua tradición europea de contactos con Japón: «Ya que usted es español –le dicen–, verá que el paso de sus compatriotas y de sus hermanos los portugueses por este país en el siglo XVI ha dejado trazas»: le sigue de hecho la lista de las palabras japonesas derivadas del español. 80
En este breve periodo de la clásica vida colonial Dupuy no menciona a los amigos japoneses, pero recuerda a otros diplomáticos, entre los cuales estaba Emilio de Ojeda, segundo secretario de la legación, que a su juicio no era suficientemente valorado por el Ministerio: además de su conocimiento del japonés, Dupuy recuerda «sus premiadas Memorias» (MM: 211) sobre la producción de la seda; 81un tema que, como veremos, apreciaba especialmente.
c ) El Japón Meiji, entre el sol naciente de hoy y las nubes del mañana
Al finalizar su estancia en Japón, Dupuy recogió con espíritu crítico sus impresiones acerca de tres temas: 82la ruptura de Japón con el pasado, su proceso de transformación en curso, que podría tener desarrollos no solo positivos, y por último los recuerdos personales de los dos años vividos en el país del sol naciente. En todas estas valoraciones Dupuy no se identifica con aquel Japón casi idolatrado por Wenceslau de Moraes, ni asume la actitud de superioridad eurocéntrica de Pierre Loti: es un diplomático que examina con equilibrio los diversos aspectos de cada cuestión, a pesar de que en algún momento el eurocentrismo también se apodera de él.
El primer tema abordado –la ruptura con el pasado– está relacionado con el brusco cambio que la europeización estaba imponiendo, y también en la historiografía sobre Japón: lo que hasta entonces se sabía sobre este país se encontraba ya superado. En particular, era un error, que no tenía sentido seguir manteniendo, la concepción de un dualismo de poderes, «uno temporal y otro espiritual, que el uno ejercía el Taicun y el otro el Mikado» (MM: 221). Las páginas de Dupuy sobre este tema constituyen una síntesis de las creencias erróneas sobre Japón comúnmente existentes a mitad del siglo XIX (MM: 215-225) y presentes también en los libros escolásticos españoles, a los que Dupuy dedica una crítica específica en otro escrito. 83
El segundo tema –la transformación en curso– coloca en el centro de atención la rápida y radical mutación de Japón, indicando las luces, pero también las sombras:
Una sed de reforma se ha apoderado de los hombres que gobiernan el Japón, y las instituciones que nos han costado siglos de experiencia y ríos de sangre adquirir, las adoptan y las adaptan a un país que pasa de un salto del feudalismo al régimen constitucional. Todo lo que es moderno y todo lo que es occidental es admitido ciega e irreflexiblemente [sic] por gobernantes que creen que basta un decreto o creen que basta la ley escrita para que todo un pueblo varíe sus creencias y su modo de ser (MM: 225).
En 1875, cuando Dupuy publicaba estas líneas, era difícil prever cuánto de esas normas estaba llamado a convertirse en algo real. En cambio, sí era posible ver en poco tiempo en qué medida dichas normas fueron eficaces y hasta qué punto fueron recibidas de forma capilar.
En particular, Dupuy fue uno de los pocos observadores que pusieron el acento en algunos rasgos de la modernización japonesa que muy pronto terminarían conduciendo a la degeneración de la época militarista:
En los dos años que en el Japón he vivido he seguido paso a paso las transformaciones; he visto muchas mejoras y muchos adelantos; pero he visto también una raza cegada por el orgullo de su valer, del que tienen una idea muy errónea. He visto y presenciado las luchas interiores de los partidos que quieren gobernar, unos marchando adelante de una manera desalentada, queriendo volver otros a las prácticas feudales, y otros llegar a las modernas, sin reñir con tradiciones, pero obrando con poca y con mala fe (MM: 226).
Otras observaciones son más eurocéntricas porque son expresión de la pulsión hegemónica de Occidente y no reconocen el deseo de autonomía soberana de los japoneses, al interpretar como un retraso su defensa de las tradiciones nacionales y, por tanto, al reflejar claramente el sentimiento común de las potencias occidentales de la época:
He visto la inutilidad de los esfuerzos de la diplomacia europea para conseguir la apertura de un imperio que se dice civilizado, y que se comunica con el mundo por sólo cinco puertos, y prohíbe la circulación por el interior sin grandes formalidades; he visto el orgullo de un pueblo que, conservando la tortura en sus instituciones jurídicas, pretende ejercer jurisdicción sobre los súbditos de naciones que han sufrido en sus Códigos las reformas traídas por el cristianismo, por Beccaria y por la Revolución Francesa (MM: 226).
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