En cualquier caso, Ana de Vega prometió curar a la hechizada. Durante tres o cuatro días, la mulata dio a María «diferentes bebedizos», le proporcionó «medicamentos». 42 Pronto, la enferma comenzó a sentirse mejor, así que ella y sus familiares decidieron regresar a su casa en Huejotzingo para que allí continuara sanando «con mayor comodidad». 43 De esta manera, la familia Sambrano ofreció a la curandera doce pesos a cambio de que siguiera tratando a la enferma, y así Ana de Vega también dejó Puebla por unos días para ocuparse del proceso de curación de su paciente. 44
Ya en Huejotzingo, María volvió a preguntar a la mulata quién le había suministrado el hechizo. Esta vez, Ana respondió con toda claridad: quien había hechizado a María había sido su nuera, Ana de Morales, la esposa de su hijo Francisco. 45 Una vez proporcionada aquella información, Ana de Vega regresó a Puebla.
Ya en plena convalecencia, María refirió a su hijo Francisco lo que su sanadora le había contado. Al escuchar a su madre, este montó en cólera y se dirigió a la ciudad de los Ángeles en busca de Ana, para que ella le confirmara lo que su madre le acababa de comunicar.
Francisco Sambrano visitó a la mulata en su casa. Allí, ella repitió con todas sus letras lo que había dicho a su paciente y no solo eso, sino que aseguró a Francisco que, de ser necesario, ella misma se lo diría «en su cara» a la propia Ana de Morales. 46
El hijo de la familia Sambrano no cabía de furia. Al preguntar a la curandera cómo estaba tan segura de que su mujer había hecho algo así, esta respondió «que era cierto y que no podía decir cómo lo sabía». 47 Poco a poco, Francisco se fue convenciendo de lo que Ana de Vega le iba diciendo, mientras su ira crecía y alcanzaba niveles inimaginables.
Finalmente, la mulata hizo un ofrecimiento fatal: si Francisco quería, ella podía darle unos polvos para matar a su esposa en veinticuatro horas. 48 El enfurecido hijo de María no sabía qué hacer. En realidad, este seguía dudando de que su mujer hubiese podido cometer un acto así, pero su enojo era cada vez más grande y la lógica se le iba turbando. De pronto, en medio de sus cavilaciones, Francisco recordó que cuando él y Ana de Morales habían estado a punto de casarse, su suegra había tratado de envenenarlo, al saber que él quería llevar a su esposa a vivir con él a Querétaro. Entonces, «llevada del amor de su hija», María Damiana, madre de Ana de Morales, había dado a su yerno un bebedizo preparado con «solimán crudo», poción que tuvo a Francisco muy enfermo y al borde de la muerte durante tres años. 49
Este recuerdo convenció a Francisco de que Ana de Morales bien podía haber procedido con María Sambrano, tal como lo había hecho su madre tiempo antes con él. Así que, finalmente, este aceptó los polvos para matar a su esposa, pero en ese momento, el muchacho ya no lo hizo con la sola idea de matarla a ella, sino también a su propia suegra.
Satisfecha con todo lo que estaba ocurriendo, la mulata curandera entregó a su cliente dos papelitos con polvos de efecto distinto. El primero de ellos decía «Polvos para poder matar con ellos dentro de veinticuatro horas dados por Ana de Vega». El segundo: «Polvos dados por Ana de Vega mulata, para templar el rigor de los primeros». 50 Pero, además, la curandera no solo dio a Francisco dichos polvos, sino que entregó al furioso muchacho dos misteriosos objetos. Se trataba de dos piecitas que Ana señaló que serían de gran utilidad si Francisco se decidía a usar los polvos. Aquellos dos objetos encantados eran, por un lado, una quijadita con un colmillo y un diente y, por otro, una pieza en forma de corazón con dos ojuelos. La curandera explicó que todo aquello servía para que quien lo llevara consigo saliera libre de todo peligro y riesgo. 51
Francisco recibió todo eso y, ya más tranquilo, comenzó a observar con mayor detenimiento la casa de la mulata. El hijo de la familia Sambrano descubrió que en ella vivían, además de la curandera, un criado indio ladino a quien Ana llamaba Pablo; una muchachita que Francisco no supo si era nuera o hija de la mulata y también una anciana que parecía enferma. 52
Pero más allá de los habitantes de la morada, Francisco también reparó en varias otras cosas que llamaron su atención. Entre ellas, el muchacho descubrió que en los huecos «de una madera que sustentaba la casa había muchos manojos de cabellos y otras cosas (...) [también] un cajoncillo colgado que no sabía qué tenía dentro», y además, Francisco encontró «una cajuela llena de muchos botes y diferencias de medicinas y otras cosas». 53
Después de su larga e intensa visita, Francisco se despidió de Ana y volvió a rogar a la curandera que siguiera curando a su madre, «que él se lo pagaría como lo había comenzado a hacer». 54 Tras la entrevista con la mulata, el hijo de los Sambrano había quedado convencido de una cosa: aquella mujer «tenía virtud natural para obrar dichos efectos [así como] (...) sabiduría bastante para el uso y la aplicación de las dichas cosas». 55 Es decir, de la misma manera que había ocurrido con el doctor González Parejo, Francisco Sambrano terminó por reconocer en Ana de Vega una autoridad particular.
Poco tiempo después, la mulata regresó a Huejotzingo para seguir curando a la enferma. Esta vez, Ana le dio «algunas ayudas» con las que la purgó; acto seguido, María «echó varios gusanos en sus evacuaciones» y la madre de Francisco aseguró sentir mejoría. 56
El hijo de la enferma seguía dando vueltas a la causa que había afectado a su madre. Por ello, exigió a Ana de Vega que le dijera dónde había ocultado el hechizo su mujer. Entonces, la curandera le pidió que la llevara a un «escritorcillo» de su esposa para abrirlo juntos. Efectivamente, Francisco aceptó abrir el mueble de Ana de Morales y, dentro de un cajoncito, encontraron «un moño de cabellos de la dicha su mujer envuelto en papel (...) [y] una como tripita seca con unas puntadas de pita cosidas a ella». 57
Allí estaba; en palabras de Ana de Vega, aquella tripa cosida era la depositaria del hechizo. Fue entonces cuando la curandera ordenó proceder con el ritual. En ese mismo momento, Ana pidió a Francisco que quemaran el hechizo en el patio. De esta manera, la curandera, el hijo de María, su padre y el mozo mestizo prendieron un brasero en aquel lugar. Ana de Vega se colocó frente a la hoguera y con gran teatralidad comenzó a dirigir el rito. La mulata arrojó la tripita al fuego y poco a poco esta se calentó y se comenzó a incendiar. Cuando esto ocurrió, la curandera empezó a dar gritos y a pedir a los testigos que se alejaran del fuego y del humo para evitar que los polvos que quedaban en el hechizo ahora pudieran matarlos a ellos. 58 Desde su lecho de enferma, María también observó la escena.
Una vez que la tripa se consumió, Ana de Vega exclamó que aún había más hechizo en el escritorio de la mujer de Francisco Sambrano, por lo que la mulata pidió a este último regresar al mueble para seguir inspeccionando en su interior. Esta vez, la curandera encontró otro «papelito con dos cueritos que parecían ser de carne seca», 59 así como un papel con unas adormideras.
Frente a dichos objetos, Ana explicó que ambos tenían hechizo. En aquel momento, Francisco volvió a dudar, pues recordó que él mismo había comprado con su mujer las adormideras en Querétaro, pero cuando le dijo esto a la mulata ella lo reprimió y le dijo que no, que aquello era hechizo y que había que guardarlo rápidamente. 60
Convencido de la maldad de su mujer, Francisco salió de casa de sus padres hacia la suya. En ella encontró a Ana de Morales, a quien el joven Sambrano increpó furioso, acusándola de haber querido matar a su madre. Tras las recriminaciones de su marido, Ana de Morales rompió en llanto, negando todo con desesperación. En medio de aquella escena, Francisco siguió gritando y refirió a su esposa todos los objetos sospechosos que él y la curandera habían encontrado en su escritorio.
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