En el caso de las sociedades católicas, la importancia del libre albedrío en la toma de decisiones para controlar las pasiones del alma y los apetititos del cuerpo fue crucial en la constitución de hombres y mujeres que, al menos en teoría, tuvieron que hacer examen de conciencia y asumir sus responsabilidades cotidianas. Esto habría sido esencial en la construcción de sujetos que se vivieron a sí mismos como personas en aquel contexto cultural.
EL BARROCO NOVOHISPANO Y LAS MUJERES COMO PERSONAS
La sociedad novohispana del siglo XVII no fue idéntica a su homóloga peninsular. Las realidades americanas y mestizas de un orden económico, político y social que se había originado apenas un siglo antes imprimieron a dicha realidad particularidades que la hicieron distinta a la realidad europea. Por otro lado, lo que en España fue una época de crisis económica y moral, en este lado del mundo fue un periodo de recuperación material y de optimismo, al menos para el proyecto criollo que comenzaba a florecer, tomando la estafeta de aquello que en Europa estaba en plena decadencia y llegando a su fin. 24
Es decir, mientras que en España las guerras, el hambre, las pestes y la pobreza habían tenido efectos terribles y habían provocado una importante baja demográfica en muchas regiones, en la Nueva España el siglo XVII, por el contrario, fue un momento de repunte poblacional e inicio de un periodo de recuperación y estabilidad económicas. Tras un siglo XVI que había diezmado a la población indígena, que había cimbrado y transformado por completo el antiguo orden de la sociedad prehispánica en aras de la fundación de un nuevo reino hispánico y católico, el siglo XVII significó el comienzo de un nuevo capítulo en la consolidación política y cultural de la sociedad virreinal. 25
Ahora bien, no obstante las grandes diferencias entre un universo y otro, de este lado del mar, las culturas barroca y tridentina fueron centrales en la articulación de las relaciones sociales y culturales que dieron orden y sentido a la vida cotidiana. Si bien los sentimientos de confusión, desencanto, suspicacia y pesimismo que imperaban en la sociedad de la península no se vivieron así en la sociedad barroca y tridentina novohispana, lo cierto es que el disimulo, el encubrimiento, la hipocresía y el engaño sí formaron parte importante en el entramado de las relaciones cotidianas de esta sociedad. Y es que, como la peninsular, la novohispana fue una sociedad católica, jerárquica y estamental en la que las personas fluctuaban a lo largo de un amplio espectro de identidades que las hacían oscilar entre la persona y los diversos personajes que debían representar durante el transcurso de su vida. Porque además, a todos aquellos elementos ya presentes en el orden político, social y cultural español, se sumaba otro componente significativo: el de la calidad de las personas. 26 Este último elemento materializaba esa identidad compleja que tenía que ver con la combinación de muchos aspectos entre los que se encontraba el origen indio, español o africano de cada sujeto.
Efectivamente, en un universo cultural así, el fenómeno de la construcción de las identidades personales, del sujeto, la persona y la individualidad no fue simple. En distintos momentos de su existencia, muchos hombres y muchas mujeres de muy diferentes orígenes, sectores, oficios, condiciones y calidades tuvieron que preguntarse por quiénes eran y las respuestas que obtuvieron no fueron siempre las mismas. En ocasiones, los sujetos tuvieron que preguntarse sobre su propia identidad en aras de actuar y conseguir mejores condiciones para subir de posición, moverse con mayor libertad e incluso sobrevivir. Como pasa siempre, en aquella sociedad, las identidades personales no fueron estáticas, sino más bien dinámicas y cambiantes, y así, un sujeto que en cierta época de su vida se presentaba y actuaba como indio en otro momento podía hacerse pasar como mestizo o incluso como español. Las identidades también podían fluctuar de situación en situación y, así, un mismo sujeto podía pretender presentarse a sí mismo como mulato y preferir que lo vieran como indio en otra circunstancia. Más allá del engaño o la simulación como estrategia de supervivencia, también es probable que los propios sujetos creyeran en la multiplicidad de sus identidades al justificarlas a partir de diferentes detalles presentes en sus propias historias de vida. 27
Ahora bien, en el caso de las mujeres y de la construcción cotidiana de sus identidades individuales, de la construcción de ellas mismas como personas y de la actuación que tenían que desempeñar de diferentes personajes, el universo fue rico y complejo. Ciertamente, como se verá en las próximas páginas, en la Nueva España la cultura católica que predominó entre toda la población estableció modelos de comportamiento femenino ideal que todo el mundo conocía. A pesar de la enorme diversidad de mujeres que existió en la Nueva España –indias, mestizas, negras, mulatas, españolas, monjas, seglares, casadas, viudas, doncellas, solteras, vírgenes o amancebadas, por mencionar solo algunas de las identidades femeninas de aquella sociedad–, estas tuvieron que actuar dentro de un margen cultural que creaba ciertas expectativas en torno a lo que significaba ser mujer y a lo que debía ser la vida de las mujeres.
En realidad, es obvio que ninguna mujer pudo mantenerse completamente al margen de dichas expectativas; en ese sentido, es probable que algunas mujeres hayan tenido que aprender a actuar o a ser de acuerdo con lo que se esperaba de ellas o, al menos, que se hayan esforzado en lograrlo. Al mismo tiempo, es muy posible que muchas otras hayan conocido aquellos modelos, valores y representaciones de lo femenino y que no se hayan preocupado gran cosa por cumplir con ellos, actuar en consecuencia o parecerse a estos. No obstante, entre esos dos polos seguramente hubo una amplia gama de posibilidades; es decir, entre las mujeres que intentaban cumplir con el modelo ideal y aquellas otras que vivieron más bien despreocupadas por él, la mayor parte de la población femenina novohispana habría tenido que encontrar un punto medio para mirarse y construirse una identidad personal particular. El proceso de construcción de dicha subjetividad se habría dado en un ejercicio de cotejo cotidiano, en el que muchas novohispanas seguramente encontraron grandes inconsistencias y contradicciones entre su propia realidad y los estereotipos femeninos defendidos por la cultura católica.
Es decir, en la Nueva España, lejos de que los modelos de virtud femenina se cumplieran al pie de la letra o de que estos se pudieran ignorar por completo, la mayor parte de las mujeres de aquel reino tuvo que negociar con el discurso hegemónico y desarrollar así su propia identidad. El desarrollo de dicha personalidad habría supuesto el surgimiento de estrategias y mecanismos cotidianos que permitieron que muchas mujeres vivieran más de acuerdo con su propia realidad, más cómodamente y con una mayor tranquilidad espiritual, material y emocional. Cabe suponer que la búsqueda de aquellos mecanismos de supervivencia cotidiana habría sido un factor muy importante en el incremento de una conciencia personal que habría permitido que las mujeres descubrieran qué necesitaban y qué las hacía distintas a otros y a otras.
En pocas palabras, en la sociedad novohispana la construcción de la individualidad femenina, o mejor dicho, la construcción de las mujeres como personas, habría estado definida por un proceso cotidiano que habría involucrado una negociación constante entre los discursos de la cultura católica e hispánica predominante de la época y las propias realidades y experiencias personales que cada mujer tenía en su vida diaria.
Ahora bien, la autoobservación que las mujeres realizaron en su cotidianidad seguramente se dio en ámbitos muy diversos. Sin embargo, es evidente que una de las dimensiones privilegiadas para vivir aquel ejercicio de inspección personal y de introspección fue la corporal. La relación que las mujeres tuvieron con su propio cuerpo en la vida cotidiana habría sido un escenario fundamental en la construcción de una conciencia individual, así como en la construcción del yo interior femenino en aquella época.
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