—Habla rápido y conciso. Dime qué ofreces y qué pides. Y habla sabiendo que no hay palabras que puedan alterar mi curso.
—Ofrezco lo que sea que tú me pidas, y a cambio imploro que seas misericordioso.
—¿Que sea misericordioso, dices? ¿Quieres que te perdone la vida?
—No, una vez que esto termine puedes hacer conmigo lo que quieras. Lo que yo pido es…
—Te equivocas, druida –se apresuró a interrumpir el mago en el momento en que se inclinaba hacia adelante–, puedo hacer contigo lo que quiera cuando quiera. Es solo mi inconmensurable piedad, y un poco de curiosidad, debo admitir, lo que evita que no te mate en este preciso momento.
—Es verdad –contestó Avon frunciendo el ceño–, pero si me matas ahora no obtendrás de mí favor alguno.
—Supongo, aunque te sugiero que no juegues con demasiado entusiasmo esa carta. Porque de cualquier forma tus actos no modificarán de manera sustancial el devenir de las cosas.
—Si ese es el caso, mátame ahora y dejemos de perder tiempo –espetó el druida.
Tras aquellas palabras, Maki permaneció dubitativo durante un instante. En un primer momento se lo vio descolocado por el nihilismo desplegado por el druida. Pero luego estalló en una carcajada.
—Definitivamente sigues siendo el mismo, querido Avon. Llevas otras vestiduras, otros adornos, hasta tus facciones se ven más serenas. Pero es evidente que no has cambiado. Tu impaciencia, tu desdén por la vida, tu arrogancia, todo sigue ahí, intacto. Y a mí no me queda más que admitir que siempre te he encontrado fascinante. Entonces –prosiguió el brujo con un incrementado interés por las intenciones del druida– si no es tu vida la que has venido a intentar preservar. ¿A quién quieres alejar de las garras del destino?
—Pido, a cambio de mis servicios, las vidas de los ancianos, los niños y todos los que no te enfrenten ni te hayan ofendido.
Maki soltó otra sonora y macabra carcajada, aún más visceral que la anterior.
—Viéndote con las vestiduras de los druidas esa petición suena casi creíble. Como dijiste, dejemos de perder el tiempo. ¿Qué quieres?
—Lo dicho. Mata a quienes debas matar, pero perdona a quienes no guardan cuentas pendientes contigo.
—¡Rectifico mis palabras! El aire fresco del norte sí te ha cambiado. Tú rogando por vidas ajenas era algo que nunca hubiese esperado escuchar.
—Eso es lo que pido.
Los ojos del hechicero se clavaron inquisitivos sobre Avon, intentando desenmascarar el verdadero rostro detrás de sus supuestas intenciones.
—Está bien –finalizó el mago en el momento en que se llevaba la mano al rostro y acariciaba su desbarbada y granítica mandíbula–, perdonaré a los ancianos y a los niños siempre y cuando no intervengan ni se opongan a mis propósitos.
—Bien –replicó Avon asintiendo con la mirada–.
Maki repentinamente se incorporó. Su silueta, gigante y poderosa, parecía ser la obra de un dibujante demente. Incluso Avon, druida temerario, dio un paso atrás.
—Ahora –dijo con un aire malicioso– para que esta negociación llegue a buen puerto, y si quieres que me muestre magnánimo con los tuyos, deberás cumplir con un encargo.
—Habla –exclamó Avon intentando disimular el terror que lo invadía.
Maki cruzó los dedos y los apoyó contra uno de sus pómulos.
—Recuerdo bien a Sarbon y al druida, pero en la pasada batalla había un guerrero del que nunca había escuchado. Un guerrero formidable, del cual no sé su nombre.
—¿Qué recuerdas de él?
—Tenía el cabello largo y rojo, blandía un mandoble gigante.
—Nial era su nombre.
—Nial… –susurró Maki mientras el recuerdo del escarmiento que había recibido volvía a su vigilia.
—Era un guerrero muy afamado, es llamativo que no hayas oído hablar de él. Era nuestro campeón.
—¿Era? ¿Está muerto?
—Sí, murió la noche siguiente a la batalla por las heridas que tú le causaste.
—¡Ah! Si hubiese sabido esto años atrás, me hubiese ahorrado muchas noches de rabia y lamentos. Estaba seguro de que aún vivía cuando me marché del bosque.
—Estoy seguro de que a él le alegraría mucho escuchar eso –replicó Avon con tono socarrón.
Una sonrisa perversa atravesó el rostro del mago.
—Qué guerrero formidable era ese Nial, y cuánto me costó abatirlo. Llegué a Eloth ya habiendo escuchado de su gran druida y de Sarbon. Pero para mí era como si ese hombre hubiese emergido de las tinieblas con el único propósito de atormentarme. Aún recuerdo sus azotes y cómo, por un momento, creí que moriría bajo su espada.
—Pues ya no deberás preocuparte por él. Como dije, murió hace muchos años.
—¿Ha dejado descendencia?
Anticipando las intenciones del hechicero, a Avon se le cerró la garganta. Pero tras un momento de duda, se recordó a sí mismo que debía atenerse al plan que había trazado.
—Dos hijas, Kiria y Azula, y un hijo que ha heredado sus facultades como guerrero, Vricio.
—Ah, de Vricio sí me han advertido, el centauro del norte . Curioso es que sea el hijo del guerrero de cabellos de fuego que aún hoy protagoniza mis pesadillas.
—Vricio es un gran guerrero y un hombre noble.
—Tráeme su cabeza.
—No tengo la intención de convertirme en un asesino para ganarme tu favor.
—Reconvertirte en un asesino, habrás querido decir.
—Como sea, no mataré a Vricio, es un buen hombre.
—Como gustes, entonces te mantendré vivo hasta el final. Te ataré a uno de los pilares del templo y te obligaré a ver cómo arde la Ciudad Gris y cómo bebo la sangre de hasta el último de tus amados niños nórdicos. –El hechicero esbozó la sonrisa más diabólica que Avon jamás hubiese visto–. Tú me conoces bien, Avon, sabes que cumpliré.
—¡Si quieres ver muerto a Vricio enfréntalo y mátalo en combate! –exclamó el druida enfurecido–. Te recordaba desgraciado, Maki, pero no cobarde.
—No temo a ningún hombre, Avon. Eso también lo sabes. Y créeme cuando te digo que no pienso huir de mi destino. Me he enfrentado a leyendas como Jolicar, Litbrit, incluso el mismísimo Lascanon, el hijo de Dyson y el más temible de los siete Inmortales , lleva sobre su piel cicatrices de mi autoría. ¿De verdad crees que me puedo sentir atemorizado ante la idea de batirme con un insignificante berserker? En absoluto, pero debo ser pragmático. Tener al hijo de Nial fuera de mi mente me ayudará a concentrarme en los verdaderos desafíos que se avecinan.
—¡Patrañas! ¡Eres un cobarde!
Maki se acercó a Avon hasta el punto de que su rostro quedó a solo unos centímetros del druida.
—Cuida tus palabras, mi viejo y cansado Avon, y no abuses de la simpatía que sabes que te tengo. Porque de lo contrario, serás tú quien será fustigado –dijo con voz gélida en el momento en que estiraba su mano y atrapaba el cuello del druida–. Y no estamos debatiendo ni negociando. Tu flamante y benévola idiosincrasia me tiene sin cuidado. No tengo idea de por qué Baris ha depositado su confianza en una basura como tú, y no tengo interés en averiguarlo. Harás lo que digo o no obtendrás lo que pides.
Avon intentó librarse de la garra que lo apresaba, pero le fue imposible. La extremidad del nigromante se había cerrado cual argolla de hielo alrededor de su cuello.
—Vete y cumple lo que te he ordenado –dijo en el momento en que arrojaba al druida al suelo–, matarás a Vricio, porque si no obedeces o me fallas, caerá sobre tu pueblo un tormento que ni el más macabro de los dioses, en su sueño más creativo y libertino, podría recrear.
Avon se reincorporó torpemente. El cuello le dolía, lo sentía quemado. Su rostro reflejaba la furia volcánica y frustración que fraguaba en su interior. Pero no había nada que pudiese hacer más que cumplir la horrenda orden que le habían encomendado. No tenía el poder para derrotar al mefistofélico hechicero. Sin decir más, se retiró en afonía.
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