Joaquín Berger - Las plegarias de los árboles

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Un ancestral hechicero amenaza un bosque sagrado. Los guerreros y druidas que lo habitan optan por enfrentarlo, a pesar de que su rey, temiendo un desenlace terrible, rechaza la idea de combatir. Las Plegarias de los Árboles nos ofrece una épica colisión –ideológica y material– llena de sangre y misterios en la que los bandos enfrentados contarán con una única certeza: si desean triunfar, deberán estar dispuestos a sacrificarlo todo.

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—No –replicó Vricio apretando la empuñadura del arma–, el castigo por entrar bosque de Eloth es la muerte, así lo dictan las leyes de Gálcam.

—¡He vivido siempre en las grietas del inframundo! Hace muy poco que emergí de la oscuridad. No conozco las leyes de los reinos bajo el sol. ¡Tampoco sé el nombre de este bosque ni quién lo gobierna!

Vricio meneó la cabeza y comenzó a enarbolar el mandoble de Buxo.

—Por favor no hagan esto, hay mucho que aún debo hacer antes de partir. Mucho que ver y oler, sentir y escuchar. Te lo pido, valiente guerrero, no me mates.

—Ahorra tus palabras para cuando seas juzgado por tus atroces dioses –sentenció Vricio con ojos fulgurantes.

Finalmente, el nórdico hizo descender su espada sobre la bestia. Pero el eximio acero de La Divina interceptó el golpe y salvó la vida de la criatura.

—¡Sedian! –exclamó Vricio confundido–. ¿Qué haces?

Tras haber desmantelado el ataque de su compañero, Sedian se dirigió al insecto.

—¿Cuál es tu nombre, criatura de los abismos? –le preguntó en la lengua antigua de los animales.

—Ingrath, me he a mí mismo bautizado –respondió, incrédulo, el hombre insecto.

—Vete, Ingrath. Tu vida ha sido perdonada. Pero tendrás que marcharte de este bosque. No eres bienvenido.

La criatura, aún sorprendida, tardó un momento en replicar.

—Gracias –dijo al fin mientras se levantaba trabajosamente–, si nuestros caminos se vuelven a cruzar, prometo saldar la deuda de la que hoy me hago acreedor –y tras haber dicho aquello, desapareció en la espesura del bosque.

Vricio dio un paso hacia al frente, intentado ir tras ella. Pero la sombra del a libélula se interpuso en su camino.

—¿Se puede saber qué demonios acabas de hacer? –preguntó Vricio con un tono calmo pero severo. Él no había comprendido la breve conversación que Sedian había tenido con el insecto–. ¿Por qué evitaste que lo mate?

Sedian no respondió.

—Esa criatura debe morir –continuó berserker–. Ahora te pido que te hagas a un lado. No podemos permitir que se aleje demasiado.

—Le he otorgado piedad. Me atendré a mi palabra –respondió Sedian, lacónico.

—Nos lo ha ordenado Avon, ese insecto debe morir –insistió Vricio, intentando encontrar con la mirada los ojos de Sedian.

—Ya no diré más.

Tras haber hablado, Sedian dio media vuelta y comenzó a retirarse. Pero un grito lo detuvo.

—¡Sedian! –exclamó el berserker pletórico de rabia, ya no tanto por el destino del insecto sino por la displicencia con la que su compatriota lo estaba tratando–, ese monstruo morirá porque así nos lo han ordenado. No podrás hacer nada para evitarlo.

La sombra de la libélula giró el torso y miró a Vricio a los ojos. Acto seguido, desenvainó sus espadas.

—Entonces no queda sino batirnos y que los espíritus del bosque decidan a quién favorecen.

En un primer momento, Vricio se mostró descolocado por la reacción de Sedian. Luego, sonrió. No era un hombre que se acobardase bajo presión. En silencio dejó caer la espada de Buxo y empuñó la propia, la cual había quedado sobre la tierra empapada en sangre de insecto. La adrenalina corría por sus venas. Al fin se presentaba la oportunidad que tanto había esperado, enfrentar a Sedian y demostrar de una vez y para siempre quién era el mejor guerrero de Eirian.

—Que así sea –respondió finalmente al momento que adoptaba una postura de combate.

Capítulo 10

Vricio vs. Sedian

Al ver que sus amigos estaban por enfrentarse, Buxo dio un salto hacia delante e intentó disuadirlos. Pero dos miradas frías cayeron sobre él y lo obligaron a retroceder. Nada podía hacer, el duelo entre los dos mejores guerreros de Eirian ya había comenzado.

Con un movimiento pausado, Vricio introdujo una mano en sus vestiduras, extrajo una falsa oronja y se la llevó a la boca. No le gustaba combatir o entrenar en contra de compatriotas bajo el efecto de hongos psicotrópicos. Temía que, perdido en el trance, pudiese excederse y matar a alguien. Pero ahora la situación lo ameritaba. El dolor que sentía en el vientre era paralizante. Necesitaría de todas sus facultades para vencer a Sedian.

Mith contempló al berserker, sus pupilas dilatadas cual soles de carbón, su masiva musculatura, las sanguinolentas vestiduras, la mirada impiadosa y los tatuajes de runas y dragones que adornaban las pieles que escapaban de su armadura. Qué terrible pesadilla, pensó, tener que enfrentar a este hombre en batalla. Pero, para su sorpresa, Sedian se veía relajado. Su mirada no reflejaba preocupación alguna, como si frente a él no hubiese más que praderas cubiertas de flores y hierba.

Por un largo rato los dos espadachines permanecieron inmóviles, analizándose, esperando. Se respetaban. Ninguno ignoraba el poder y la competitividad de su contraparte. Sabían los dos que se enfrentaban a un enemigo formidable, conscientes de que la más mínima falla sería capitalizada e implicaría una irrevocable derrota, y hasta quizás la muerte. Tampoco ignoraban el hecho de que, si bien solo habría un testigo, aquel duelo resolvería de una vez y para siempre quién era el verdadero campeón de Eirian, porque como bien se sabe, campeón solo puede haber uno. Considérese la relevancia de ostentar dicha posición a sabiendas de que a este correspondía un anillo legendario, esto solo igualado por los cargos de rey y primer druida.

Dicho anillo aún descansaba en los restos consumados de Nial en lo profundo del bosque, y si bien todos los campeones desde su muerte habían tenido el derecho a exigir que sea exhumado, por respeto al difunto héroe, nadie lo había hecho. La posición había sido ocupada durante años por Tarla, la dama Ulfberht . Pero ella había dimitido el honor cuando Sedian y Vricio concluyeron su formación militar, asegurando que sería hipócrita de su parte ocupar el puesto de campeona sabiendo que aquellos muchachos eran sustancialmente superiores a ella. Se ha iniciado la era del centauro y la libélula , había dicho Tarla en un concilio en la armería, será uno de entre ellos quien adueñe el honor de ser el campeón, y anticipó que quien sea el que lo ostente, lo hará por muchos años.

La espera no se prolongó demasiado, Vricio no era de los pacientes ni de los medidos a la hora de la guerra. Apretó los dientes para neutralizar el dolor en su vientre y cargó contra Sedian.

El hijo de Sarbon permaneció inmóvil y agazapado mientras el guerrero corría en su dirección. No fue hasta último momento, cuando Vricio se encontraba prácticamente sobre él, que flexionó las piernas y se escabulló entre el costado y el brazo de su contrincante.

Al ver que su oponente había desaparecido frente a sus ojos, Vricio se volteó rápidamente.

Sedian se hallaba a, por lo menos, seis metros. Con la guardia baja y una postura desenfadada, como si la contienda hubiese concluido.

El hijo de Nial hizo caso omiso de la actitud desinteresada de su contrincante. Alzó su espada y fue nuevamente tras él. Pero mientras corría sintió cómo unas ligeras gotas rodaban por su mejilla. Se detuvo, intrigado, y analizó su rostro con las manos. Tenía un tajo justo debajo del ojo izquierdo, fino y limpio. Estaba fresco, no había sido causada por el insecto. Era obra de una de las espadas gemelas.

—¿Cómo es posible? –se dijo mientras dejaba caer su mandoble–. ¿En qué momento?

Volvió a alzar la mirada, pero ya no había rastros de Sedian. Mucho menos de la bestia. El berserker cayó sobre sus rodillas mientras su sangrante orgullo chillaba de vergüenza tras haber sido derrotado de forma tan categórica. Un movimiento, un único movimiento, era todo lo que Sedian había necesitado para vencerlo. Su acérrimo rival lo había doblegado con una facilidad insultante. Una verdad difícil de digerir para alguien como Vricio.

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