Hay quienes dicen que los combates son, en esencia, metáforas de diálogos. Asumiendo como cierta dicha metáfora, se estaría confirmando la inmanencia natural de Sedian de ser un hombre de pocas palabras.
Los protagonistas no comentaron nada de lo ocurrido aquella noche, pero por boca de Buxo, nadie en el reino tardó en enterarse, con lujo de detalle, lo que había sucedido. Ese había sido el acuerdo tácito entre Sedian y Vricio. Buxo no era un muchacho malintencionado, pero era sabido por todos que era incapaz de guardar secretos.
Aquellos breves instantes en el bosque modificaron de manera sustancial la estructura jerarquía del reino. Si bien Vricio continuó siendo un guerrero respetado y las comparaciones entre los dos no cesaron definitivamente, aquella madrugada Sedian se irguió como el único y verdadero campeón de Eirian.
Capítulo 11
Los vicios del coloso
Concluido el concilio y teniendo la autorización para presentar resistencia a la subyugación del mago, Sedian, Vricio y Leto se dirigieron a Los vicios del coloso , una sombría taberna ubicada en la orilla oeste de la ciudad. Era poco frecuentada y no solía ser lugar de eventos sociales de magnitud. Siempre bajo la sombra de Elixir de la montaña, la taberna más distinguida y popular de la Ciudad Gris. Los vicios del coloso solo albergaba viajeros que por algún motivo habían terminado en las remotas tierras del norte, una estrecha pero fiel clientela que prefería el cobijo de la luz tenue y la madera húmeda a la hora de ahogar sus penas y, en esta oportunidad, a un grupo de guerreros que poca idea tenían de la épica aventura en la que estaban por verse envueltos.
A Sedian, Vricio y Leto se les sumaron otro puñado de guerreros, quienes, habiéndose enterado de la noticia, manifestaron su deseo de unirse a su causa.
Entre estos se destacaban Tarla, la excampeona, y Eric, el herrero. A pesar de su avanzada edad, Eric había optado por respaldar la causa de Sedian y los demás. Había visto a Nial y a Sarbon perder la vida a manos de Maki. Y por la amistad que lo había unido a ellos, no podía permitir que sus hijos compartiesen sus destinos. Sedian y Vricio era todo lo que quedaba de sus viejos amigos. Debía protegerlos.
Se acomodaron todos en una mesa junto a una mohosa columna de roble.
—Una ronda de hidromiel, cantinero –alzó la voz Vricio al momento que elevaba la palma de la mano.
—Agua ardiente para mí –rectificó Eric.
—Y en mi caso, vino. Si es posible –añadió Leto.
Menos de un minuto después, el cantinero, quien no era sordo a las noticias, se acercó con las bebidas. Solo unos tragos bastaron para que todos supiesen que aquella noche el anciano propietario les había dado lo más eximio que su despensa. Si poco en la vida pueden hacer los cobardes, aún menos pueden hacer en la guerra. Pero ofreciéndoles lo mejor de lo mejor al precio de lo peor, el cantinero se permitió sentir, por un momento al menos, el sabor de la redención.
—Cantinero –alzó la voz Leto, el único que aún no había bebido, al momento que levantaba su botella de vino–, ¿podría pedirle que por favor me cambie esta botella por una de Ensueño de Hada?
El cantinero lo miró extrañado.
—Ese vino que sostienes en tus manos es de lo mejor de mi despensa –dijo–, normalmente lo vendería a tres monedas de oro. Ensueño de Hada es un vino mediocre.
—Lo sé muy bien, amigo –replicó el bardo.
—¿Y aun así deseas que te lo cambie?
—Sí. Por favor.
—Como gustes –replicó el cantinero con tono cínico al momento que arrancaba la botella de las manos del bardo. Unos momentos después volvió con la bebida inferior. Leto sintió que las miradas de sus compañeros lo acosaban, incapaces de entender sus acciones. ¿Por qué prefería la mediocridad sobre la excelencia?
—Uno debe tener cuidado con el buen vino –dijo, sonriente, al momento que le daba el primer sorbo a su Ensueño de Hada –. Una vez que se paladea la excelencia, nada inferior te satisfará. El buen vino es mezquino, costoso y esquivo para los hombres del bosque y el laúd, como yo. No serán muchas las situaciones en las que accedas a él, beberlo significaría arruinar el disfrute de todos los otros alcoholes. Yo prefiero quedarme con los vinos mundanos, porque siguen siendo dulces y suaves, y siempre están prestos a llenar tu copa.
El comentario de Leto generó sonrisas en los rostros de Vricio y Eric. No así en el de Sedian.
—Está muy bien, amigo bardo –dijo el herrero encogiéndose de hombros–, cada cual disfruta a su manera. Mis pulsiones son distintas, pero lo que dices es lógico. ¡Yo jamás podría rechazar un vino de excelencia! –exclamó riendo–. Pero no te juzgaré. Allá tú y allá yo.
—¿No te intriga conocer el sabor de la exquisitez? –preguntó Sedian sin poder contenerse–. Estás por alistarte en una batalla en la que puedes morir, ¿no te perturba la idea de dejar el mundo sin haber saboreado lo mejor?
—No pienso en la muerte ni en que pueda morir –replicó el bardo con tranquilidad–. Y por supuesto que me intriga. El asunto es que, si yo lo aceptase ahora, por estar este cantinero dispuesto a obsequiarlo, en el futuro viviré añorando su sabor. No quiero eso. Si yo hoy probase lo que me ofrecen, este vino que disfruto ahora mañana se sentirá cual vinagre. No puedo pagar una buena botella, probablemente nunca pueda. En mis futuras visitas a las tabernas no haré sino añorar aquella vez cuando bebí de lo mejor, y me sentiré un miserable.
—Somos distintos –concluyó Sedian y no habló más sobre el tema. No quería prolongar un debate sobre vinos cuando había cosas más importantes de las que hablar. Pero no se identificaba con el bardo, él prefería que sus momentos de disfrute fuesen escasos pero reales. Jamás podría disfrutar un vino mediocre sabiendo que en la despensa de la cantina había uno mejor. No era una cuestión filosófica o de actitud, sino de naturaleza.
Los nórdicos se regalaron algunos minutos para disfrutar sus bebidas y distenderse. Luego, comenzaron a discutir lo que debían discutir.
—¡Ah, qué horrenda tarea ha caído sobre nosotros! –dijo Leto echando la cabeza hacia atrás y contemplando el gastado techo, entre cuyas grietas se vislumbraba el abovedado cielo nocturno y sus magníficas estrellas–. Cómo me gustaría que fuese solo un sueño maltrecho, y que todo pudiese ser sanado con un dulce despertar.
—Pero no lo es –exclamó Vricio antes de hacer una breve pausa y darle un sorbo a su hidromiel–. Este desafío ha cruzado nuestro camino y deberemos hacerle frente. No será sencillo, de eso no hay duda. Somos pocos y no contamos con el apoyo de los druidas. Pero aun así debemos encontrar la forma de triunfar sobre Maki.
—Tendremos que ser muy astutos si queremos tener una oportunidad de vencer –acotó Tarla mientras asentía con la cabeza.
—Tampoco contamos con una estrategia –agregó Eric–. Y es imperativo que tracemos una, y buena. De lo contrario, escasa oposición significará nuestro acero frente a la elaborada hechicería de nuestros adversarios.
Las miradas de todos los presentes se posaron sobre Sedian. Desde que había derrotado a Vricio tres años atrás, se había alzado como el gran referente bélico del reino. El indiscutible campeón. Debía ser él quien liderase a las fuerzas de Eirian en contra de Maki. Pero al parecer él no lo creía así. No acusaba recibo de la implícita presión de sus compañeros, obviando las miradas que lo acosaban. Permanecía silencioso y ensimismado. Oculto detrás de sus ojos.
—¿Nos sugieres algo, valiente Sedian? –inquirió Eric, el herrero–. ¿Se te ocurre alguna ingeniosa estratagema o algún plan que nos pueda ayudar a derrotar a nuestro enemigo?
Читать дальше