Idris apretó los dientes y bajó la mirada.
—Así será, maestro –alzó la voz Megisto en el momento en que se alejaba y, desde la oscuridad de sus vestiduras, le enseñaba a Idris la más mefistofélica de las sonrisas–. Así será.
Finalizado el concilio druida, mientras la gente se desconcentraba lenta y silenciosamente, las miradas de Vricio y Sedian se encontraron. Los dos sabían que a pesar de sus diferencias tendrían que, una vez más, pelear hombro con hombro. La situación así lo exigía.
Su relación siempre había sido difícil. Quizás por sus tajantes diferencias, o quizás por sus axiomáticas similitudes. Ambos eran muy respetados y considerados los guerreros más diestros de Eirian. Orgullosos, parcos y de caracteres difíciles. Primogénitos de leyendas. Con el pasar de los años entre los dos se había trazado una rivalidad antológica.
Vricio era arrogante y severo, siempre con el pecho inflado y la frente en alto. La clase de hombre que hace temblar el suelo bajo sus pies, no por nada lo apodaban el centauro del norte . Pero a pesar de su prepotencia, también exhibía nobleza. Era leal a sus amigos y respetuoso de los ancianos y las tradiciones druidas, incluso a pesar de considerarse agnóstico. Solía participar en bailes y fiestas, y era muy popular entre las damas, casi todas las mujeres del reino habían tenido a este magnífico berserker durmiendo en su lecho. Vricio era un guerrero que los niños, jugando sobre las calles de tierra y blandiendo sus inofensivas espadas de madera, imaginaban encarnar.
Sedian, por su parte, rara vez era visto y se mostraba siempre silencioso y enigmático. Prácticamente no se sabía en qué invertía su tiempo, un hermético gusto por la poesía soñadora era una de las pocas singularidades que se conocían sobre él. Y, si bien no se comportaba de forma altanera como Vricio, solía mostrase displicente y distante con la mayoría de los habitantes de Eirian, trato apático que se extendía a prácticamente todos, con excepción de un estrecho grupo de afectos, los ciudadanos más veteranos y los niños pequeños. Ambos eran hijos de legendarios guerreros y tenían prácticamente la misma edad. Pero a pesar de estas coincidencias nunca habían trabado amistad, a diferencia de sus padres Sarbon y Nial quienes habían sido grandes amigos. Su excelso poder, más allá de destacarlos sobre el resto, prácticamente los había condenado a la rivalidad. Siempre eran comparados, y a la gente de la Ciudad Gris le encantaba especular y debatir acerca de quién era el mejor y el más poderoso. Muchos creían que la fuerza cruda y la granítica constitución de Vricio lo convertían en el más temible berserker del norte. Mientras que otros aseguraban que Sedian, con su la velocidad y exquisitez técnica era, y por mucho, el mejor guerrero de su generación. Este claro contraste de estilos no solo intensificaba su rivalidad y la volvía más interesante, sino que además opacaba sus similitudes: excelsos atributos intangibles de corazón y mente.
Estos debates acerca de la supremacía de uno sobre el otro no eran completamente especulativos. Muchas veces los dos guerreros habían blandido sus espadas el uno contra el otro. La mayoría de estos combates había tenido lugar durante su adolescencia. Pero había existido una colisión con ellos ya convertidos en adultos. Esta había tenido lugar tres años antes del segundo ataque de Maki el Inmortal .
En aquella oportunidad, Avon, el oscuro e inflexible druida, los había convocado para realizar una sangrienta tarea: aniquilar una bestia oriunda de las montañas de Morth.
(Tres años antes del concilio en el templo de Titbiz)
—Una bestia ha descendido de las montañas de Morth. Merodea por el bosque y se alimenta del ganado campesino. Mátenla –les ordenó Avon a Vricio, Buxo y Sedian a las puertas de la armería de la ciudad.
A pesar de que no tenían la mejor relación, era bastante habitual que los druidas invocasen a Vricio y Sedian para que trabajasen en conjunto. Resultaban sumamente efectivos y, si bien la animosidad entre ellos era evidente, funcionaban bien como equipo. Ambos completamente seguros de la competencia de su dupla.
En aquella ocasión se les había sumado Buxo, un guerrero joven y de corazón ardiente, primo de Cruth y buen amigo de Vricio. Similar a este último en algunos aspectos, aunque de condiciones bélicas sensiblemente inferiores.
A pesar de que tanto Avon como Sedian habían estado en desacuerdo con su participación, tras el visto bueno de Baris, quien consideraba que sería positivo para el novicio codearse con guerreros expertos, no les quedó más remedio que aceptarlo dentro de la misión.
Tres días y sus respectivas noches tardaron los nórdicos en dar con la bestia que se les había ordenado eliminar. La tarea no fue sencilla. Habiendo caído ya las primeras nieves del otoño, el suelo se hallaba tapizado en blanco. Seguir huellas se les hizo imposible. Pero los eirianos contaban con una infinidad de recursos a la hora de moverse por los bosques. La rastrearon guiándose por sus instintos y conocimientos. Silenciosos y abocados, los tres guerreros no dejaron escapar detalle: ni marcas en los árboles ni el nerviosismo de los animales ni siquiera un aroma fuera de lugar. Intentaron predecir sus movimientos, y lo consiguieron. Poco antes de la madrugada del cuarto día, encontraron a la criatura.
La infernal imagen que reflejaron sus pupilas aquella noche sería una que jamás conseguirían olvidar. La bestia que tanto habían buscado estaba frente a ellos, y era espantosa. Asemejaba un insecto, con todos sus cuernos y tenazas, pero tenía el tamaño de un oso adulto. Y para dramatizar aún más la primera impresión que Vricio, Buxo y Sedian tuvieron de ella, la encontraron a mitad de su cena, devorando a un lobo mientras la luz de luna estallaba sobre su caparazón y lo hacía brillar en tonos azules y violáceos.
Ninguno de los tres pudo evitar ser gobernado por el asco al vislumbrar tan atroz criatura. Era un monstruo emergido de los abismos más profundos y antiguos de las montañas de Morth. Una bestia desgraciada que, habiéndose hartado de los alimentos infectos que las nieves eternas ofrecían, había desertado de su morada.
A pesar de su sobresalto inicial, los guerreros rápidamente recuperaron la compostura, empuñaron armas y comenzaron su avance.
—Escúchame, Buxo –exclamó Vricio al momento que sujetaba a su compañero por el brazo con tal fuerza que por un momento el muchacho creyó que le rompería los huesos–, si en algún momento te invade el temor o la inseguridad quiero que retrocedas. No intentes probar tu valor y posiciónate detrás de mí o de Sedian si te encuentras agotado o herido.
—Tus palabras me ofenden –replicó Buxo con una sonrisa que evidenciaba confianza–. Soy un guerrero yo también. Si me retraigo en las batallas jamás me volveré fuerte como ustedes.
Sedian optó por no intervenir en la conversación sostenida por sus compañeros. Pero desde el silencio se adhería a la opinión del muchacho. De nada serviría intentar preservar a un guerrero en formación. Los fundamentos de Buxo aún no estaban cimentados. Para bien o para mal, debía forjarse en el calor de la batalla o morir intentándolo. Una línea de pensamiento que podría percibirse como cruel, pero Sedian sabía que quien elige el camino del guerrero debe volverse inmune a la crueldad, porque solo eso encontrará.
Al divisarlos, la criatura se incorporó. Para sorpresa de los eirianos, contaba con una morfología que recordaba a la de un hombre. Se paraba erguida y sus proporciones asemejaban –en mayor o menor medida– a las de un habitante del sur. Pero fuera de su silueta, en nada se equiparaba a un humano. Tenía cuatro brazos finalizados en tenazas, una cabeza de escarabajo, y un exoesqueleto de textura metálica.
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