Joaquín Berger - Las plegarias de los árboles

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Un ancestral hechicero amenaza un bosque sagrado. Los guerreros y druidas que lo habitan optan por enfrentarlo, a pesar de que su rey, temiendo un desenlace terrible, rechaza la idea de combatir. Las Plegarias de los Árboles nos ofrece una épica colisión –ideológica y material– llena de sangre y misterios en la que los bandos enfrentados contarán con una única certeza: si desean triunfar, deberán estar dispuestos a sacrificarlo todo.

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—No guardamos asuntos con ellos –replicó, tajante, el hechicero.

Cuando los mercenarios habían perdido toda esperanza de ver a su amo verter sangre nórdica, este extendió su largo brazo con la palma abierta. Unos segundos después, un gigantesco rayo de tormenta, negro, azul y plateado cayó sobre la cabaña de los campesinos. Su entera propiedad se redujo, en una fracción de segundo, a un cráter humeante sobre la roca andina, enrojecida por el impacto. Nada quedó de las ovejas, la cabaña o el humilde matrimonio.

En el rostro de Idris, delgado y lujurioso, se dibujó una sonrisa tan gigantesca como perversa. Nada le daba más placer que ver a su amo utilizar sus devastadores poderes. Megisto, por su parte, se indignó ante la maniobra. Qué forma tan necia de malgastar energía vital, pensó para sus adentros el alquimista, podría haberle pedido a cualquiera de sus esbirros que les corte el cuello a esos campesinos, no hacía falta destruir media montaña.

—No guardaba asuntos con ellos –volvió a decir Maki– pero, al igual que todos los miembros del Clan de las Cenizas, debían morir.

Capítulo 6

La decisión del rey

—¡¿Abandonar la Ciudad Gris?! –exclamó un leñador desde el fondo al momentoen que golpeaba el suelo con los pies–. ¡Eso nunca!

—Se respeta y agradece el amor hacia tus tierras –se apresuró a intervenir Cruth–. Se hace fácil adivinar la dirección de tu voluntad. Pero, como nos ha explicado Baris, hemos sido invocados para debatir y no para pregonar. Debemos abordar ambas posibilidades desde una perspectiva lógica. No es momento de dejarnos gobernar por las emociones.

—Maki puede ser muy poderoso –continuó diciendo el leñador, cuyo nombre era Blight, apretando el puño–, pero nosotros lo somos aún más. Eirian tiene entre sus filas a individuos extraordinarios. Entre los druidas, contamos con usted, joven y valiente Cruth, con el inexorable Avon y qué decir de Baris, el hombre de los puños de roble, el más poderoso de todos quienes aman la naturaleza. Entre los guerreros, hemos sido bendecidos con los talentos invencibles de Sedian y Vricio. ¡Podemos ganar!

Una intensa disputa se generó tras las palabras de Blight. Algunos mostraban ánimo de combatir, mientras que otros, entendiendo aquella opción como carente de sentido, consideraban que migrar a otros bosques era la decisión más sabia.

—¿Tú qué opinas? –le preguntó Owen a Baris después de haber silenciado el ferviente debate–. ¿Crees que puedes vencerlo?

El primer druida meditó unos instantes. Luego, habló:

—Maki es uno de los seres más poderosos de esta era. Desde su lejano y horrendo nacimiento se ha destacado como un gran talento en la nigromancia. Tiene profundos conocimientos de casi todas las áreas que conforman las artes mágicas. Incluso se dice que fue discípulo directo del mismísimo Amatamentus, lo que lo convierte en uno de los siete Inmortales –si bien nadie lo interrogó con respecto a aquel tema, y Baris optó por no explayarse, Amatamentus era un milenario hechicero considerado por la mayoría de los historiadores como el mismísimo inventor, o descubridor, del arcanísmo. El único hombre al que los dioses temían, y los Inmortales era un muy selecto grupo de siete individuos a los que este cuasiomnipotente ser había aceptado como aprendices. Individuos que, aunque humanos, consecuencia del profundo conocimiento arcano, habían trascendido su humanidad–. Era ligeramente superior a mí hace veinticinco años –continuó el druida– y temo que la brecha entre ambos se haya ampliado. Se cuenta en los caminos que sus poderes no han hecho sino aumentar. Mientras que yo siento que he perdido mucho del vigor de antaño. El tiempo no detiene su andar por ningún hombre, y yo no soy la excepción. Temo que, si lo enfrento, saldría derrotado –finalizó.

—Entiendo –replicó Owen con una mirada afligida–. ¿Y qué hay de Eirian en conjunto? ¿Nucleando a todos nuestros mejores druidas y guerreros, tendríamos oportunidad?

Baris meneó la cabeza.

—Lo dudo. Es verdad que a fin de cuentas Maki está hecho de carne y puede morir, y también es verdad que todas las batallas están atadas a la dinámica de lo impensado, mi pronóstico es negativo. Eirian es solo un pequeño país del norte. Muy lejanos en la eterna rueda del tiempo han quedado los días de Silan y Ecrod, cuando nuestro reino y su afamado Clan de las Cenizas eran respetados y temidos en todo el mundo. Al igual que mi persona, el poder de nuestra nación ha mermado. Y si bien aún hoy contamos con individuos destacables entre nuestras filas, dudo de que nuestro poder combinado sea suficiente para doblegar a tan formidable oponente. Tampoco podemos obviar el hecho de que Maki no viene solo, muchos hechiceros de distintas jerarquías lo acompañan. Entre ellos Idris, su aprendiz más diestro, y Megisto, su mano derecha. Aquellos individuos, si bien no cuentan con el poder de su mentor, son peligrosos y no lucharán con desidia. En mi opinión, declararle la guerra a Maki no es una decisión sabia. No podemos ganar.

—La guerra ya ha sido declarada –susurró una voz perdida entre la multitud.

—Disculpen la interrupción –exclamó un hombre canoso y delgado que trabajaba como escriba–. ¿Acaso no perteneció Avon a la misma orden que Maki en un tiempo pasado? Si es verdad que alguna vez viajaron juntos, que hable y nos narre las flaquezas de nuestro enemigo.

—¡Ya he desmentido aquella falacia en diversas oportunidades! –replicó Avon, beligerante–. No pertenecí nunca a la misma orden que él. De ser eso cierto, no se me habría aceptado dentro de este clan y mucho menos otorgado un cargo como el que poseo.

—La posición que ostentas te la has ganado en buena ley, querido Avon. Con disciplina y lealtad –lo respaldó Baris al momento que ponía una mano sobre su hombro e intentaba tranquilizarlo.

—Muchas gracias, mi señor –repuso este–. Volviendo a Maki, no creo que tenga una debilidad fulminante como la que esperan. Es un ser de naturaleza isotrópica y perfeccionista. Si en los días de antaño tuvo alguna flaqueza, estoy seguro de que a estas alturas ya la debe corregido. Y, en caso de que aún la poseyese, yo no tendría forma de saber algo al respecto. Porque a diferencia de lo que muchos por aquí creen, el único contacto que tuve con él fue el hecho de que estudiamos en la misma academia por un breve período de tiempo. Nunca pertenecimos a una misma orden o clan, ni fuimos amigos. En aquellos tiempos yo era muy joven y él poco interés mostraba por los novicios. Además, estudiábamos cosas muy distintas. Yo estaba dando mis primeros pasos en el conocimiento de las lenguas naturales y él solo se había involucrado en aquella institución porque estaba interesado en la alquimia sílica.

—Para los que se preguntan, –explicó Cruth, el joven druida– la alquimia sílica es una disciplina que estudia la fabricación y manipulación de cristales de silicio.

—Exactamente –asintió Avon, más calmado–, siempre se ha dicho que los hechiceros mediocres se limitan a replicar y orientar fenómenos naturales. Mientras que los más versados son aquellos que consiguen dominar los elementos. Maki amaestró el silicio en apenas una temporada y media.

—¡Antológico! –exclamó Cruth meneando la cabeza–. Eso es talento, puro y duro.

—Todos los elementos pueden ser amaestrados a excepción de, por supuesto, el carbono –acotó Baris–, pero la velocidad y la eficiencia con la que Maki es capaz de someterlos es el reflejo de un talento especial.

—Una vez que alcanzó su objetivo, Maki se marchó –concluyó su narración Avon– y nunca más volví a verlo. No llegamos a trabar amistad.

—¿Qué tipo de hombre era? –preguntó una de las mujeres.

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