Todos se voltearon a ver a quien había hablado. Era un hombre delgado que bebía vino. Tenía el rostro oculto dentro de una capucha de tela parda. Había estado sentado junto a ellos largo rato, aunque hasta entonces no había alzado la voz.
—Tu consejo es sabio, forastero –le contestó Vricio con el ceño fruncido–, pero nuestros asuntos no son de tu incumbencia.
—He oído las terribles noticias –continuó diciendo el misterioso individuo– y me encantaría poder unirme a ustedes.
—En ese caso trae tu botella a nuestra mesa –replicó el berserker en el momento en que volvía a tomar asiento–, cualquiera que pueda blandir una espada es bienvenido a nuestra causa.
El forastero se puso de pie, era alto y longilíneo. Se acercó a los guerreros y se posicionó en una esquina de la mesa. Aún entonces su rostro no pudo ser vislumbrado.
—Estoy más que dispuesto a blandir mi espada en contra de Maki –dijo con voz cavernosa–, aunque dudo de que eso sea de mucha ayuda. Los dioses no me han bendecido con un brazo fuerte como a ustedes. Pero creo que puedo proveerles una ayuda de otra naturaleza.
—Te escuchamos –le dijo Leto con un tono gentil, aunque escéptico.
—Estoy dispuesto a ayudarlos a cuadrar la estrategia y plan de batalla que tanta falta les está haciendo. Y a liderarlos, si es que ustedes quisiesen permitírmelo.
Por un dilatado instante los guerreros contemplaron con sorpresa y desencanto al misterioso forastero.
—¿Por qué habríamos de confiarle el liderazgo de nuestra compañía a un hombre que jamás habíamos visto y que ni siquiera tiene el valor de exhibir su rostro? –cuestionó finalmente Eric.
Todos pudieron ver cómo dentro de la oscuridad de la capucha las facciones del forastero dibujaban una sonrisa. Luego, extendió su brazo hacia una vela en el centro de la mesa y se la acercó al rostro.
De entre todos los semblantes que los guerreros hubiesen podido imaginar ocultos debajo de aquel lienzo de oscuridad, el que la luz reveló fue el último. Aquel forastero no era nada menos que Owen, rey de Eirian.
—¡Mi rey! –exclamó Eric avergonzado–. ¿Qué hace usted aquí? ¡Le ruego que disculpe nuestros rudos modales!
—Por favor –susurró Owen en el momento en que extendía la mano y aferraba la muñeca del herrero–, no pronuncies mi cargo en voz alta.
—Su majestad –acotó Tarla–, su aparición, y las formas de esta, nos deja a todos desconcertados.
Owen se quitó momentáneamente la capucha, su rostro parecía haber recuperado la vitalidad que el concilio le había arrebatado.
—Vengo a ayudar –dijo–, a sumarme a quienes desafían a Maki.
—Eso es fantástico –dijo Leto volviendo a tomar la palabra–, un hombre sagaz como usted es siempre bienvenido.
—Señor –exclamó Eric–, al hacerse presente y ofrecernos su asistencia está yendo en contra de su propia sentencia. Las autoridades del clan no estarán contentas cuando su participación se haga pública, ¿o acaso ha cambiado de parecer?
—No, Eric. La Ciudad Gris será evacuada en los próximos días, tal y como fue acordado en el concilio. Nuestro pueblo debe ser protegido. Por eso es por lo que nadie puede saber de mi vínculo con esta misión, por lo menos por ahora –replicó Owen al momento que volvía a esconder su rostro dentro de la capucha.
—Entonces –dijo Vricio en voz baja e inclinándose hacia delante–, ¿usted nos guiará?
—Exactamente –repuso el rey con entusiasmo–, a eso he venido. Siempre y cuando ustedes crean conveniente delegarme la tarea.
—Para nosotros sería un honor –exclamó Eric alzando su copa.
—Le estamos profundamente agradecidos, su majestad –agregó Tarla.
Owen agradeció las palabras con una ágil reverencia. Luego se adelantó y, con una voz más seria, dijo:
—Por el momento, quiero que recluten a todos los guerreros que puedan, hombres y mujeres comprometidos y corajudos si es posible, yo haré lo propio. Díganles que vengan armados y con provisiones para una semana. Nos encontraremos dentro de dos días en la colina de Ecrod, a las afueras de la ciudad. Ahí les comunicaré el plan que habremos de seguir. Y recuerden, no comenten a nadie de mi participación, eso solo nos traería más problemas de los que ya tenemos.
—¿A qué se debe este cambio tan repentino de parecer, su majestad? –preguntó Leto.
—Nunca cambié de opinión, desde el momento en que Baris nos informó a todos del regreso de Maki supe que yo lucharía, igual que los héroes de antaño.
—¿De dónde nace su deseo tan profundo de combatir? –quiso saber Tarla–. Usted no cuenta con una formación como guerrero.
—La lógica y la sapiencia dan sus frutos –replicó Owen–, pero hay veces en que es mejor escuchar las intenciones del corazón. Por eso es por lo que he decidido luchar yo también.
El rey de Eirian se puso de pie y se dirigió hacia la puerta del recinto. A medio camino se detuvo, se quitó la capucha, se volvió hacia los guerreros y, con una gran sonrisa en el rostro, volvió a hablar.
—Ante la adversidad, todo individuo se encuentra frente a la oportunidad de convertirse en un héroe o en un cobarde. Deberemos elegir bien. Esta es nuestra oportunidad de que nuestros nombres queden grabados a fuego en las memorias de los árboles, y tras haberse pronunciado, el rey desapareció cual flecha en la oscuridad.
Capítulo 13
Viejos conocidos
—Has venido –dijo Maki con su voz metálica al momento que, sentado sobre un árbol muerto, miraba hacia la oscuridad–, ya comenzaba a pensar que tus obsoletos códigos morales se habían interpuesto entre tus deseos y tus acciones.
—Sabes que no soy esa clase de hombre –repuso Avon al momento que emergía de la niebla.
—No, no tengo idea de qué clase de hombres eres. Hace algunos años hubiese dicho que te conocía, pero ahora… Mírate, disfrazado de sacerdote.
Falaces habían sido las palabras de Avon que negaban su vínculo con Maki. Puesto que los dos habían viajado juntos muchas veces y tiempo atrás algo muy similar a la amistad los había unido. Bajo las órdenes del hechicero negro, el ahora druida había cometido innumerables atrocidades, terribles e innombrables.
—No pude ocultar mi sorpresa cuando mis hombres me informaron que habías solicitado una audiencia –continuo Maki–, no me esperaba que estuvieses viviendo en estas tierras.
—Pues en estas tierras vivo hace muchos años.
—No sé qué puede hace un hombre como tú en Eirian. Y definitivamente no comprendo cómo los druidas te han aceptado en su clan.
—He probado mi valor.
—Ahórrate las mentiras, Avon. Inútil es que intentes esconder de mí tu oscura naturaleza, pues la he presenciado desnuda –exclamó el brujo con un tono alegre y macabro–. No hay nada dentro de ti que los sacerdotes de estas tierras puedan valorar.
—De cualquier forma –dijo Avon con aire impaciente–, no he venido porque desease escuchar tu opinión acerca de mi persona. He venido con la esperanza de que podamos dialogar.
—Dialoguemos entonces. ¿Vienes en rol de emisario?
—No.
—¿Hablas en nombre de los druidas del Clan de las Cenizas?
—Tampoco, hablo solo en mi nombre.
—Ellos no saben que estás aquí, ¿verdad?
—No, no lo saben.
El mago permaneció silencioso por algunos momentos mientras penetraba al druida con la mirada. Luego, con lentitud y un tono satisfecho dijo:
—Entonces sigues siendo el mismo infame de las épocas de antaño. Siempre moviéndote por las sombras. Traicionando a quienes les has jurado lealtad.
—Gracias por expresarme tu opinión, la tendré en cuenta. Ahora, si se me permite, diré lo que he venido a decir.
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