AAVV - Miradas cruzadas

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Desde mediados del siglo XIX, los cambios en el orden geopolítico del mundo, sumados a las transformaciones del transporte, generaron una gran circulación de población. Las primeras escritoras o artistas recorrieron el mundo dejando constancia en diarios de viaje o crónicas periodísticas en distintas geografías, de la lucha de las mujeres. Entre 1830 y los primeros años del siglo xx, encontramos numerosos relatos que prestaron especial atención a los modos de auto-representación y representación de la «mujer» como categoría contada por mujeres. Textos que exploran formas de asociacionismo y de apoyo trasnacional entre intelectuales. Desde diferentes propuestas literarias y creativas, este libro busca cartografiar esas redes y analizar el modo en que los imaginarios de «lo estadounidense», «lo europeo», «lo hispano» y «lo femenino» se transforman en los intercambios de estas.

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El pensamiento ilustrado e imperialista de La Sagra hace que vea en el proletariado y su poderosa organización un peligro para la sociedad, una suerte de nuevo despotismo, debido a su escasa formación. Días antes, el autor describe el “espíritu democrático de la clase proletaria” (La Sagra, 1836: 49) que gracias a su poder de convocatoria, ha organizado diferentes juntas especiales y utilizado la prensa hasta conseguir que se apruebe una ley que obliga a las cárceles a no tomar contratas que necesiten ejercicio mecánico (La Sagra, 1836: 49-52). Como señalaba, La Sagra ve con reticencia el enorme poder del proletariado por ser excesivamente influenciable. Así lo corrobora durante su visita a Filadelfia, donde, tras señalar la oposición a que la enseñanza primaria sea gratuita para todos los hijos de los ciudadanos que paguen impuestos, apunta que algunos demagogos “recurrieron en sus ataques á diversos medios, y no olvidaron el mas ordinario y fácil, de ecsaltar los ánimos de las clases proletarias, diciéndoles que se trataba de imponer una contribucion á los pobres para enseñar a los hijos de los ricos” (La Sagra, 1836: 91).

La felicidad silenciosa no es sólo aplicable a los momentos de ocio de burgueses y menestrales. Lo es también para la mujer norteamericana, cuyas costumbres y comportamiento despiertan admiración en La Sagra, y cuyo retrato ha sido estudiado por García Montón (1998). Para el filántropo español la mujer en los Estados Unidos goza de una “dulce independencia y libertad” (La Sagra, 1836: 184) que no posee la mujer europea y que se debe sobre todo a la educación de los hombres y mujeres norteamericanos, y a unas costumbres de urbanidad que explican que la mujer no sea coqueta ni el varón piense en la seducción como forma de relación con el sexo opuesto. 9Sus ideas sobre la mujer norteamericana coincidirán en buena parte con las de Tocqueville, aunque curiosamente el pensador francés las desarrollará en el segundo volumen de De la Démocratique en Amérique de 1840, cinco años después de la publicación del libro de La Sagra. Baste aquí, en relación con el asunto de este trabajo, señalar la suerte de dicha y bienestar de que gozan las norteamericanas:

Para descansar de la tarea material en que he pasado estos dias, salí esta tarde á dar un paseo a las bellas márgenes del rio, prefiriendo el medio de un camino de hierro que conduce á Colombia, y por el cual transitan muchos coches hasta el primer plano inclinado […] La tarde era deliciosa, el paisage de lo mas ameno, y mi espíritu no tan necesitado de descanso como mi cuerpo, se entregó á varias reflecsiones. Naturalmente le ocuparon primero, las que sujeria la escena que en torno mio y dentro del coche pasaba. ¡Qué serenidad de jóvenes, qué sencillez en su manera de ecsistir, qué decencia en sus trages, qué decoro en sus acciones! Al contemplarlas, con los graciosos niños que acompañaban, yo no me atrevia á decidir si las inocentes almas de estos se hallaban mas tranquilas en el espíritu de aquellas. Hablaban poco, como es costumbre general aquí, cuidaban a sus niños, y se recreaban con las vistas hermosas que se sucedian; pero ni un rasgo de entusiasmo, ni una muestra de placer nacian de la impresion de aquellas escenas. Se conoce que pasaban por sus sentidos, como los rayos de luz por un cristal plano, sin aumentar de fuerza por el entusiasmo ni de intensidad por las pasiones. El uno como las otras permanecian en inaccion. Este goce esclusivo de la vida, sin que tomen parte ni nuestra imaginación ni nuestras pasiones, me parece el supremo bien; es el placer puro sin la saciedad, el deleite sin su fatales consecuencias; en fin, no puedo definirle sino llamándole la paz de la ecsistencia . (La Sagra, 1836: 172-173)

Sin embargo, también este caso La Sagra ve peligrar estas características que caracterizan las relaciones entre hombres y mujeres de América del Norte, si los americanos adoptan las costumbres americanas:

Admiré, como siempre, este género de ecsistencia, esta sencillez de costumbres en las mugeres, que no obstantegozan en la primavera de su vida, una libertad ilimitada, mas que perderán tan presto como la galantería se introduzca en el trato y el amor venga á perturbar el sosiego de sus almas: hablo del amor, como pasion social que vive asociada á la coqueteria en un secso y á la seduccion en otro. (La Sagra, 1836: 184)

La Sagra insiste en la apacible actitud de los norteamericanos y de las norteamericanas, en esa felicidad que se consigue sin exageración ni algarabía, como la que ofrecen los ciudadanos europeos o españoles. Se trata, para concluir, de una sociedad que ha encontrado una felicidad basada en la sencillez de las costumbres en contraposición, como se ha visto en la mujer en América del Norte, con los hábitos y modas europeas que basan sus costumbres en la etiqueta, el lujo, la galantería… y el amor “como pasion”. Todas ellas amenazan, según La Sagra, a los estadounidenses. Así, en Filadelfia, está de acuerdo con Mr. Duponceau “en los inconvenientes del lujo y de la tendencia que la llamada civilizacion ha dado ácia los goces y placeres tumultuosos y complicados” (La Sagra, 1836: 182). Un mes y medio antes de regresar a Europa sentencia desde Auburn:

Una reflcsion que siempre se une á los bellos cuadros que percibo en mis viajes, y que les da un colorido de mágica ventura, es el convencimiento de la felicidad que disfrutan los moradores de estas afortunadas regiones; reflecsion que casi nunca embellece la perspectiva de las campiñas europeas, donde ó la miseria ó la arbitrariedad, ó el fanatismo acibaran de continuo la ecsistencia del mortal infeliz, que ni en el retiro silencioso del campo puede sustraerse al fatal influjo de sus viciosas instituciones. (La Sagra, 1836: 283-284)

LA ACTIVIDAD TRANQUILA DEL AMERICANO

En el binomio desarrollado en Cinco meses entre la caduca Europa y la joven América del Norte destaca La Sagra la riqueza de los recursos naturales que ofrece el joven continente y el dinamismo de sus habitantes. Esa interacción entre hombre y naturaleza es percibida si cabe con más sensibilidad durante la visita de La Sagra a las cataratas del Niágara y al lago Eire. Durante su estancia en el hotel junto a la catarata escribe:

Pero el americano, mas industrioso y menos entusiasta, aprovecha el curso de las aguas, sus caidas y depósitos naturales; la conduce en canales y acueductos uniendo por su medio regiones distantes; y no contento con dominarla de forma líquida, la transforma en vapor, reemplaza con ella la potencia animada, y por su ayuda vence todos los obstáculos y atraviesa las mayores distancias con la velocidad de las aves. (La Sagra, 1836: 260)

Es la juventud de esa civilización y la riqueza de los recursos naturales que ofrece la tierra la que explica la infatigable actividad de los norteamericanos y lo que ha convertido a la nación en una fuente inagotable de progreso y en un modelo de civilización.

Por todas partes se desenvuelve la industria, y me admira el cuadro de actividad que tengo á la vista. Al mismo tiempo me sorprende la aplicación y constancia de unos hombres, que parecen mirar con indiferencia el refinamiento de los goces sociales que pueden proporcionar las riquezas. Pero la industria aquí, forma parte del carácter de los habitantes, asi como la indolencia y la pereza se hallan unidas á la ecsistencia de otros países. Observando las cualidades físicas y morales de los americanos, me ocurre el compararlas á las de mis compatriotas, y en medio de mi admiracion ácia ellas, conozco que ni su índole, ni su carácter ni su actitud, son mejores ni más sobresalientes que las de los españoles. Efectivamente, el americano no es mas industrioso que el catalan, ni mas activo que el valenciano, ni mas robusto que el aragones, ni mas sagaz que el vizcaino, ni mas honrado que el gallego. ¿Porqué, pues, si poseemos en nuestras cualidades físicas y morales, y en las circunstancias de nuestra posición, todos los elementos de prosperidad que es dable imaginar, permanecemos no obstante estacionarios, sumidos como en un letargo vergonzoso, sin escitarnos por el cuadro animado de este pueblo, que en lucha abierta contra un clima rígido y una naturaleza salvage, vuela por el campo de las mejoras, llevando en triunfo el estandarte de la civilizacion entre bosques y desiertos, que transforman en ciudades populosas y en campiñas florecientes? ¡Dolorosa consideracion! Porque no hemos tenido sabias instituciones, y porque un mal gobierno ha derramado sobre el rico y fértil suelo de la España su aliento esterminador, mas fatal que las pestes y los terremotos. Pero de nosotros pende el remedio, y parece que entramos en la senda de las reformas, senda que no debemos abandonar, porque no hay otra que conduzca á la felicidad. (La Sagra, 1836: 251-252)

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