AAVV - Miradas cruzadas

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Desde mediados del siglo XIX, los cambios en el orden geopolítico del mundo, sumados a las transformaciones del transporte, generaron una gran circulación de población. Las primeras escritoras o artistas recorrieron el mundo dejando constancia en diarios de viaje o crónicas periodísticas en distintas geografías, de la lucha de las mujeres. Entre 1830 y los primeros años del siglo xx, encontramos numerosos relatos que prestaron especial atención a los modos de auto-representación y representación de la «mujer» como categoría contada por mujeres. Textos que exploran formas de asociacionismo y de apoyo trasnacional entre intelectuales. Desde diferentes propuestas literarias y creativas, este libro busca cartografiar esas redes y analizar el modo en que los imaginarios de «lo estadounidense», «lo europeo», «lo hispano» y «lo femenino» se transforman en los intercambios de estas.

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A diferencia de las concepciones europeas modernas de la soberanía, que atribuían el poder político a una esfera trascendente y por ende apartaban y enajenaban las fuentes del poder de la sociedad, en este caso el concepto de soberanía se refiere a un poder que se sitúa por entero en el seno de la sociedad. La política no se opone a la sociedad, sino que se integra en ella y la complementa. (Hardt y Negri, 2005:185)

El descubrimiento por parte de este filántropo de esa nueva soberanía imperial, va de la extrañeza a la fascinación y de esta a la defensa a ultranza de sus principios. El otro imperio se revela pues como dechado de atributos y facultades, aunque también detectará algunas grietas. La exposición de este nuevo sistema se explica desde el patrón de la soberanía moderna europea. Así, el 5 de julio, tras visitar la casa de pobres en las afueras de la ciudad de Filadelfia, escribe:

No ceso de admirar este espíritu público de los Americanos para empresas benéficas, y esta noble independencia que los lleva á acometerlas, sin contar con los ausilios del gobierno hasta despues que las han establecido. Aquí, por el contrario que en Europa, los vecinos son los que se dan el ejemplo á la autoridad y le demuestran las utilidades de una obra que debe proteger. Bien mirado, esta es la marcha racional que deben seguir las empresas formadas por hombres amantes del bien público; á ellos toca esccitar al gobierno, y demostrar lo útil y lo conveniente, porque la autoridad no es la parte mas ilustrada de una nacion, sino cuando se halla asociada é íntimamente ausiliada por los talentos de la época. (La Sagra, 1836: 170)

El autor descubre la inmanencia del poder asentada en la sociedad. En palabras de Michael Hardt y Antonio Negri, quienes estudian el concepto de soberanía imperial:

A diferencia del fatigado trascendentalismo de la soberanía moderna […] los constituyentes estadounidenses pensaban que sólo la república puede ofrecer un orden a la democracia, o más concretamente, que el orden de la multitud no debe nacer de una transferencia de los títulos de poder y el derecho, sino de un acuerdo interno con la multitud, de una interacción democrática de las fuerzas, vinculadas entre sí en redes. (Hardt y Negri, 2005: 182)

Mientras se desplaza por el Canal de Erie escribe el autor de Cinco meses en los Estados-Unidos : “¡Con qué noble orgullo se forman aquí asociaciones independientes del poder, para egecutar empresas colosales, que harian vacilar algunos ministerios de las lentas y envejecidas monarquías! ¡Y con qué rapidez, con qué simplicidad se llevan á cabo!” (La Sagra, 1836: 232). El viajero es consciente de cómo el progreso de la sociedad estadounidense se debe al poder que tienen los ciudadanos de construir sus instituciones y controlar la actividad de la sociedad. Así, frente al modelo de las “instituciones de la decrépita Europa” (La Sagra, 1836: XIV) se alzan innumerables ejemplos de instituciones americanas, como las que forman parte del sistema penitenciario, que podrán transformar en Europa “las cárceles de escuelas de crímenes y vicios, en útiles casa de reforma moral de los delincuentes” (La Sagra, 1836: 70). El principal error cometido por las instituciones del viejo continente radica justamente en adoptar el principio de caridad en lugar del de beneficencia, que, según su opinión, son más fuente de vicio que de verdadera reforma: “la ceguedad de los gobernantes es lamentable”, puesto que

adoptan principios contradictorios de beneficencia y desmoralizacion, y empleándolos simultáneamente, cuando intentan salvar un infeliz sacrifican ciento; cuando alivian una desgracia, derraman la semilla de la seducción con los alicientes del lujo que asocian á sus limosnas; y al mostrarse caritativas, se hace preceder por la trompeta de la fam[a], rodeándose de todo el fausto de la vanidad que envenena el corazon del pobre. (La Sagra, 1836: XXII-XXIII)

El canal de Erie en Lockport Nueva York hacia 1855 La asociación de recursos - фото 7

El canal de Erie en Lockport, Nueva York, hacia 1855

La asociación de recursos privados y públicos garantiza el buen funcionamiento de empresas e instituciones. A esta conclusión también había llegado Tocqueville (Schleifer, 2007: 27). Esa es la clave, según el filántropo español, del buen funcionamiento de la educación en los Estados Unidos: “El sostenimiento de las escuelas públicas se consigue por tres clases de auxilios o contribuciones especiales; una del estado, otra directa que se imponen los ciudadanos y que comprende a todos los habitantes, y otra voluntaria que pagan los padres a los maestros” (La Sagra, 1836: 185). El escritor visita a lo largo de su viaje una numerosa cantidad de centros de educación primaria, secundaria y universitaria, y celebra sobre todo el grado de formación que tiene toda la sociedad americana, esa educación de la que carece, en general, Europa, y en especial, España.

Es rarísimo encontrar un hombre ó una muger que no sepan leer, escribir y contar, escepto entre los estrangeros emigrados, y el gusto por la lectura se halla admirablemente generalizado. No citaré los cafés, los gabinetes, los hoteles donde continuamente se hallan centenares de hombres leyendo; no repetiré lo que he visto en los barcos de vapor y en las diligencias, donde hombres, mugeres y niños no cesan de leer. (La Sagra, 1836: 195)

Esa enseñanza primaria es “la base de la felicidad de un pueblo industrioso” como el norteamericano (La Sagra, 1836: 383), cuyas costumbres expresan un tipo de felicidad y de actividad que no se encuentra en España ni en Europa. Por esta razón el escritor español ofrece también en su libro de viajes una imagen del ciudadano norteamericano, basada aparentemente desde la observación de sus costumbres; una construcción del norteamericano como carácter nacional, que emana claramente de la influencia que ejerce la democracia 7en las costumbres de los americanos y que se presenta a los lectores como el modelo del ciudadano por su integridad moral. Dado que la tendencia de las reformas que presenta a su patria es más moral que política y tiene como pilar fundamental sobre el que se sustentan todos los demás principios la educación, “comprendiendo siempre bajo este nombre la moral y la religion, como fundamentos esenciales para la reforma social de la generacion futura” (La Sagra, 1836: XVII), en el programa de reforma moral propuesto en Cinco meses en los Estados-Unidos , el americano se convertirá en el otro al que hay que parecerse; su actividad y sus costumbres, las otras , por distintas a las europeas y españolas, que sería deseable imitar.

“¿ACASO ENTRE ESTAS GENTES LA ACTIVIDAD SERÁ TRANQUILA Y LA FELICIDAD SILENCIOSA?”

El 8 de mayo Ramón de La Sagra escribe sus primeras impresiones sobre los americanos, con alguna perplejidad. Ciertamente, sólo lleva dieciocho días en Nueva York.

Un nuevo órden ó sistema de ideas empieza á germinar en mi mente, por la novedad de las escenas que me ofrecen estos Americanos y sus costumbres. No me atrevo á juzgarlos, […]. Es verdad que hay cierto aire de frialdad, de calma y de silencio enteramente distinto de cuanto yo habia conocido: pero esta calma no es la de la indolencia, ni este silencio el de la tristeza. ¿Acaso entre estas gentes, la actividad será tranquila y la felicidad silenciosa? Casi estoy tentado á creerlo. Dias pasados, despues de haber leido el estracto que hace el Courrier des Etats-Unis , de la obrita de Miss Fanny Kemble, sobre el paseo de Hoboken, me resolví á ir allá. Era domingo y la concurrencia numerosísima, aunque la tarde estaba sumamente fria y que aquel parage, ahora sin verdura, no ofrece amenidad. Segun me han dicho, el mayor número de aquellas gentes eran criados y artesanos, que con sus familias acostumbran á pasear un rato el domingo. ¡Qué silencio, qué compostura! No he oido ni un grito, ni una risa, ni siquiera un llanto en los niños. En una reunion semejante en Europa, la algazara seria intolerable, y no muy seguro el contacto con tantas gentes de semejantes clases, no habiendo cerca algun cuerpo de guardia ó algunos agentes de policia. Pero en las alamedas y bosquecillos de Hoboken, paseaban y conversaban tranquilamente mas de tres mil personas, en cuyos semblantes brillaba la salud y cuyos trages demostraban el bienestar, sin ofrecer la mas pequeña escena de desórden, y sin dar la menor muestra de alegría. Creo poder definir su posición diciendo que gozaban del paseo . (La Sagra, 1836: 33)

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