Amores, miradas y cuentos de la traza
Santiago Sánchez Suárez
© Amores, miradas y cuentos de la traza
© Santiago Sánchez Suárez
ISBN: 978-84-18411-92-2
Editado por Tregolam (España)
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1ª edición: 2021
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A mis queridos nietos: Elena, Jaime, Julia, Emma y Jorge.
A mis maravillosos hijos: Santi, Diego y Laurita.
Y, sobre todo,
a mi amada esposa Mercedes
por ser fuego encendido en el hogar,
haciendo de nuestro vivir
la más feliz aventura amorosa jamás imaginada.
Para ti, lector
De nuevo aquí, contigo. Ha pasado tiempo, años, pero sigo necesitando tu contacto. Deseo mostrarte otra vez, y será la tercera, cómo los años van cambiando visiones en los recovecos del alma, tal y como podrás observar cuando me leas. Sigo siendo un joven mayor, pero ahora más mayor, aunque igual de joven. Intuyo que sonríes, y esa intuición sonreída hace que mi afán por compartir contigo los relatos que he escrito sea totalmente imparable por ser para ti, lector.
Ya no es poesía lo que leas cuando abras el libro, sino relatos que reflejan miradas especiales sobre el amor, casi siempre difícil. No son ahora versos lo que leas en mis relatos, aunque, tratándose de amor, encuentres un regustillo poético adornando los diversos modos de exteriorizar angustias, o tragedias, o imágenes en espejos virtuales donde puedas mirar tu reflejo amoroso particular.
Te cuento también en esta obra miradas a esta sociedad tan cuestionada, que nos toca vivir ahora y la que nos ha de tocar mañana si nadie lo remedia. Dejo a tu elección si tales formas de ver han de ser airadas en algún caso, tristes en otros, y sorprendidas en la mayoría de los relatos sociales que vas a leer. Todo sea para que pienses en tu propio papel en los diversos escenarios, o tu posición, ante situaciones de conflicto que en ellos se retratan.
Considerando que el amor es el vehículo que nos transporta por la vida, y que la sociedad es la ruta por la que ponemos a prueba su motor, no podía faltar una serie de relatos que muestra las herramientas que he usado para poner humanidad al viaje vital.
Como enamorado del ferrocarril y expatriado que he sido lejos del hogar, te mostraré, mediante diversos metacuentos, cómo la soledad y la añoranza de estos seres especiales mueven imaginaciones que reflejan la necesidad de pertenecer a una familia, cuyos lazos son, precisamente, el ferrocarril y sus variantes tecnológicas: son los cuentos de la traza. Voy a regalarte particulares visiones sobre inquietudes personales que potencian el orgullo de pertenencia a esa familia inigualable y especial, formada por las personas que trabajan fuera de su casa. Podrás saborear cómo, en cada narración personal, se exhiben miedos, experiencias y carencias afectivas expuestas sin pudor ante los compañeros miembros de la familia a la que se pertenece.
Mi pretensión con este libro es introducirme de nuevo en tu esfera personal, para que me reconozcas como amigo que charla contigo, que quiere compartir cuadros que retraten vida, sensaciones y emociones. Lee, disfruta, llora e incluso padece tales cuadros vitales, porque es el modo de digerir la vida.
Deseo que, al igual que en mis dos anteriores ejercicios solidarios, los conceptos retratados en estas páginas: amor, vida, amistad, tragedia, solidaridad, soledad, celos, en fin, todo lo que nos hace ser humanos, te certifiquen la certeza de que, a pesar de todo, siempre habrá argumentario para que yo me haya mirado en ti con el objeto de identificarme a mí mismo, y, al tiempo, cuando me leas, tú te veas identificado en alguna de las vivencias escritas en este libro que pongo en tus manos.
Feliz sería si en alguna página tú mismo te vieras o encontraras. También lo sería si me encontraras a mí. Por mi parte, amigo, amiga, sin saber quién eres, ya te he encontrado, y reconozco que ha valido la pena el esfuerzo de, sin saber quién puedas ser, saborear el encuentro en tu lectura y quererte por haberme leído.
Santiago Sánchez Suárez
DE AMORES, TRÁGICOS O NO
EL TÍO MALO
El vino nunca fue buena receta para los males de Bernardo, pero aun sabiéndolo, nunca le importó demasiado. Empezó excusándose y diciendo que bebía para olvidar, porque la vida no le había tratado como se merecía. Después, porque saborear unas buenas copas le ponía alegre y optimista, y por último… ¡Qué más da! Cualquier excusa le valía para beber, mientras contaba a quien más cerca tenía cosas de vidas posibles e imposibles, suyas o de otros, daba igual.
Bernardo emigró del pueblo a la ciudad en busca de oportunidades. La ciudad nunca le ofreció nada. Al contrario, totalmente hostil con él, lo arrojó a los barrios suburbiales, esos de miseria menos escondida, de misericordia nula y de supervivencia primitiva. Allí, el infeliz Bernardo se acostumbró a lidiar con la pobreza y a buscar remedios no siempre lícitos, para enderezar una economía que no permitía hacer milagros lujosos. Allí también supo del martirio de disfrutar el vinillo barato y peleón que la taberna del Cipri le brindaba siempre que estaba en horas bajas y anémica economía.
Bernardo era fuerte de complexión, herencia del ejercicio campesino en su pueblo de Toledo. Esa fortaleza le ayudó mucho cuando encontró, por mediación de su amigo de pensión, Lucrecio Perales alias el Temblao, un trabajo que a él no le importó hacer, aunque lo desconociera. Se trataba de acompañar y proteger a las mozas que callejeaban en busca de hombres dispuestos a pagar por sexo rápido y barato.
El mundo del puterío le pilló a Bernardo en fuera de juego, sobre todo cuando se vio en el trance, siempre estresante, de enfrentarse a otros bribones que le hacían competencia desleal en las mismas calles en las que ejercían sus chicas, como él las llamaba. Hubo momentos, incluso, en los que tuvo que poner los huevos en el mantel, como se decía por esos barrios, y propinar unas cuantas patadas en el trasero a aquellos chulos de tres al cuarto, cuya única fortaleza era la facilidad con que sacaban las navajas. A D. Lucio el Padrecito, responsable del barrio, no le gustaba en absoluto tal cualidad navajera porque, decía él, ahuyentaba a la clientela. Bernardo se daba cuenta de que participaba en el juego del capo, cuyo objetivo era ver quién era el idóneo para la tarea de garantizar la tranquilidad en el trabajo de las chicas y el pronto pago por parte de los clientes.
La propensión a solventar las dudas sobre la autoridad en las calles por medio de bofetadas y puñetazos aumentaba los conflictos, pero Bernardo se hacía valer en cada incidente. Fue a partir de uno de ellos, con inclusión de nariz rota al adversario, que D. Lucio habló con él para proponerle algo más provechoso.
El dueño y señor del barrio tenía contactos a todos los niveles. Si alguien quería ajustar cuentas con otro alguien, llamaba a D. Lucio y este se encargaba de todo, previo pago naturalmente. Bernardo, por tanto, entró en la nómina de sicarios pegadores y donantes de palizas a sueldo del Padrecito, como le gustaba ser llamado por sus empleados.
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