Santiago Sánchez Suárez - Amores, miradas y cuentos de la traza

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Amores, miradas y cuentos de la traza: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro recoge treinta y cinco relatos, divididos en tres bloques totalmente diferentes, reconocibles en el título del libro y separados en el interior.
"Amores" expone al lector en quince visiones, un muestrario de situaciones en las que el amor puede ser trágico, o misterioso, o cínico o, incluso, terrorífico, pero siempre tomando tal amor como sentimiento que mueve vida y da razón de ser a existencias no siempre bien paradas en la sociedad actual.
"Miradas", pretende ser un retrato variado de una sociedad actual, cuyos paradigmas se ponen en cuestión. Relatos que pretenden reflejar los temores, incertidumbres o descontentos sobre la economía, el terrorismo o la religión.
En «Cuentos de la traza», el autor realiza una recopilación de relatos nacidos en el exilio profesional de quien se expatria y trabaja fuera de su entorno para servir rendidamente al ferrocarril, ya que «traza» es la denominación de «vía de tren» en el argot ferroviario.
En su conjunto, el libro pretende hacerse cercano, ameno y digerible.

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Me sorprendí a mí mismo oyéndome alzar la voz. Ella quedó parada un momento y me miró como se mira a un niño caprichoso y malcriado. Ladeó la cabeza, me miró fija, sonrió y con tono suave pero triste me dijo:

—De acuerdo. Son tuyos. Léelos si quieres. Tú sabrás lo que haces.

—¡Faltaría más! —Pero sigo con ellos en la mano, incapaz de hacer nada, al ver que ella se levanta y va al mostrador.

—¿Puedo hacer una llamada?

—Claro que sí, señorita. Le pongo línea de inmediato. El teléfono está allí; venga, por favor.

Yo miraba el caminar de Elena hacia el final del mostrador, criticando mentalmente lo excesivo del camarero en los ademanes solícitos con que la acompañaba al lugar del aparato.

Tenía una espalda preciosa. Los pensamientos raros me invadieron de inmediato y no tuve más remedio que desviar mi atención a las hojas que tenía en las manos y que maldita la gracia que me hacía leer ahora. Las extendí y comencé la lectura.

Primera página. Letra picuda y líneas apretadas. La lectura me pareció de momento un verdadero galimatías, pero según iba avanzando me iban entrando escalofríos. Se hablaba en la hoja de algo tan tan grave, que más parecía una novela de intriga política que otra cosa.

Todo muy resumido: un colectivo llamado Almendros; nombres propios partidarios de golpe duro. Todos militares. Nombres propios excluidos por ser partidarios de golpe blando o por ser dudosos de cualquier tipo de golpe, o sea, ni blando ni duro.

¡Ostras…! ¡Golpes de Estado!... ¡Y en España! Pero… ¿y la democracia, esa que decían que nos habíamos dado?

Volví a leer. La hoja iba dirigida por el desconocido remitente a un tal Ibáñez, para que fuese entregada a otro tal Pérez Carril en el Cuartel General del Ejército. Se certificaba que el embajador de un país poderoso, un tal Alexander, que sabía y estaba al tanto de la conspiración, garantizaba que su gobierno aceptaría el resultado del golpe, si los golpistas garantizaban la entrada de España en la OTAN. ¡Nunca leí tanto en tan pocas líneas!

Releí los nombres de los implicados y algunos me sonaban de algo, pero la mayoría eran desconocidos. Tras cada nombre, el cargo. Eran mandos con poder, eso estaba claro. La primera hoja acababa con una enigmática frase. Decía: «En el teatro Calderón, solo se mueve la Cortina cuando se garantiza que la obra va a comenzar».

Nada, como si no hubiera leído nada. No me enteraba de la misa la mitad, salvo que había un listado con gente implicada en un golpe de Estado en mi país.

Con premura y un poco de nervios pasé a la segunda hoja y, si antes estaba confuso, ahora… ahora estaba realmente acojonado, porque lo que empecé a leer era el plan establecido para que, todo lo que se estaba tramando desde hacía meses, se pusiera en marcha.

Hube de leer más de una vez, porque se me hacía cuesta arriba aceptar que hubiera mentes tan maquiavélicas. El asunto se basaba en una circunstancia cogida por los pelos para aprovechar el rebufo de la crisis social y política que el país estaba pasando. El golpe era algo cantado, pero faltaba el detonante, y aquí se exponía en forma resumida lo que habría de hacerse para que el asunto explotara.

El caso es que habían detenido a un tal Arregui, etarra terrorista, decían, que había muerto torturado. Se habían producido protestas, huelgas de hambre de presos y, por tanto, decía el papel, había que gestionar convenientemente la situación para que, tanto el estamento militar como la ciudadanía estuvieran a favor si hubiera un levantamiento, puesto que el Gobierno se mostraba incapaz de controlar la situación.

Para eso se planteaban dos posibilidades que debían ser analizadas: la primera, la más descabellada… ¡Un atentado con bomba contra un bloque de viviendas militares en Madrid! Era, según decían, lo que de verdad pondría a la sociedad a favor de un cambio de timón en la política española.

La releche… Los golpistas iban a efectuar el atentado y echarles la culpa a los terroristas. Ese mismo día, a las pocas horas, se sacarían los tanques a la calle con el apoyo de ciertos colectivos civiles que apoyarían las acciones en todo el país. En la capital, el Gobierno sería secuestrado cuando estuvieran reunidos en el Consejo de Ministros.

La segunda alternativa era más profesional y partidaria de un golpe que pudiera ser admitido hasta por el rey, e incluso por cierta oposición sumisa y hambrienta de poder. Esta parecía más elaborada, aunque no contase con tanto apoyo civil. Además, aprovechaba experiencia de intentonas anteriores fallidas, incluía nombres que participaron entonces y lo harían ahora gustosos, según listado de la primera hoja.

Se iría a secuestrar al propio Parlamento con todo el Gobierno en pleno dentro. Así era lo planeado. Y todo en dos hojas escritas con letra apretada, picuda, sin dejar apenas márgenes. Me estremecí inconscientemente y me quedé clavado en el sitio prendida la mirada en ellas, en su contenido, y sobre todo en una frase misteriosa, que supuse sería dicha en clave conspirativa, como la que rubricaba la primera hoja leída. Decía: «Elefante blanco: efe de yago y M». Ya en el borde mismo de la hoja un «arriba España» pequeñito, pero muy claro…

—Lo leíste ya, ¿verdad? —Elena estaba de nuevo sentada a la mesa—. ¿Satisfecho? —Su voz era severa.

—No demasiado. Se me pusieron los pelos como escarpias en la lectura y ahora no sé qué pensar. —Pero seguí teniendo asidas fuertemente las dos hojas.

—¿Puedo leerlo yo ahora?

Con alivio, y sin decir palabra, le he pasado los papeles. Mientras leía, observé atentamente su expresión. Ni se ha inmutado, la tía. Ha leído de cabo a rabo y no ha movido un solo músculo, ni siquiera un parpadeo, por leve que fuese. Se ha guardado los papeles leídos en el bolso, con toda naturalidad.

—¿Sigues queriendo el libro? —le pregunté un tanto confundido.

—Venga, vámonos. —Su voz era firme—. Ven conmigo.

—¿Eh? Alto, alto. —No estaba dispuesto a admitir el tonillo autoritario que empleaba—. Mira, Elena —empecé a decir con voz que quería ser neutra—, no tengo ni idea de quién eres y qué es lo que pretendes. Decías que venías a por mi libro y en realidad querías estos papeles. Pues bien, quédatelos. Todos para ti. No quiero saber nada, ni de ellos ni de su contenido. Son dinamita, un peligro y una responsabilidad para quien los tenga en su poder.

—Y para quien los conozca, Alfredo. —Estaba hermosa, tan quieta, tan inmóvil, tan mirándome fijamente, tan…

—No quiero saber siquiera si tú estás metida o al corriente de todo esto —yo hablaba totalmente al margen de todo lo que pudiera decir o fuera ajeno a ella y a los papeles malditos—. Soy también consciente de que lo que sé es peligroso, pero te aseguro que soy una tumba.

—También podrías ser ciudadano ejemplar y, sabiendo lo que sabes, llevar la información donde no debieras. Los papeles eran para mí y no para ti —me ha interrumpido con voz apresurada—. Alfredo, debes venir conmigo. Necesitas protección.

—¿Me la vas a proporcionar tú? Ya tienes los papeles, déjame en paz.

Creo que he levantado el tono de voz, porque el barman ha levantado de golpe la mirada y la ha dirigido directamente a nosotros. Pero no se ha preocupado demasiado. Un cliente ha entrado en el pub y ha requerido una consumición que el empleado rápidamente empezó a preparar. La persona recién entrada llevaba gafas oscuras y me pregunté si podría ver algo, con lo oscuro que estaba esto cuando uno recién entraba.

—Dime, Elena, ¿me vas a proteger tú? —La distracción del cliente ciego se había esfumado y volví al asunto que me inquietaba. Estaba rígido en mi asiento, con el libro agarrado fuertemente con las dos manos y presionado a mi pecho—. Yo ya no tengo nada. Has conseguido lo que estaba destinado a ti… ¿de qué y de quién me vas a proteger?

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