Fanny Kemble
Thomas Sully, 1835
LA “FELICIDAD SILENCIOSA”
Será esta la primera ocasión en que La Sagra intente describir esa “felicidad silenciosa” que observa en el norteamericano, sobre todo en sus momentos de ocio. Una felicidad que comprende todas las clases sociales. Poco después, en la entrada escrita el mismo día 8 de mayo, tras describir la compostura de los asistentes a una sesión teatral de Bowery, capaces de gozar “con tanta franqueza como indiferencia por todas las demas gentes que concurrian á la representación”, pero a la vez sin “una accion indecorosa, ni una mirada atrevida”, concluye:
Continuamente se me ofrecen ocasiones de observar, que el Americano es sumamente tolerante y hasta indiferente por lo que hacen los demas, que no tiene relacion con él; que menosprecia las pequeñeces de la vida social, que á nada real ni útil conducen, y que solo fija su consideracion en lo útil, en lo sólido, en lo esencial. Si esta observacion mia es ecsacta, debo hallarla confirmada en mi viage con singulares ejemplos de aplicacion y de constancia, de órden y de economía, de virtud y de prudencia. (La Sagra, 1836: 34-35)
Días después, en el viaje en barco que lo lleva desde Nueva York a Filadelfia, se admira de esa sociedad caracterizada por su pluralidad y su bienestar:
Venian como 300 personas de ambos secsos, de todas clases y condiciones; durante la navegacion salieron muchas y entraron otras, de los puntos donde tocabamos; y no obstante este número y diversidad de gentes, el órden y el decoro no dejaron de reinar un solo momento. La lectura es el recurso general de los hombres y de las mugeres, ó una pacífica conversacion entre tres ó cuatro personas á lo mas. No se reunen en grupos animados y bulliciosos, no se agitan, no rien con estrépito, no se ecsaltan en la conversacion ni dan señales de enfado en sus conferencias. Discuten con calma; cada interlocutor habla cuanto quiere, sin ser interrumpido, pero observo que por lo comun hablan poco y que jamas dirigen la palabra á quien no conocen. (La Sagra, 1836: 54)
Todo ello va unido al nuevo modelo de estado que La Sagra está descubriendo. De las democráticas y libres instituciones emanan las costumbres del americano que tanto se diferencian de las europeas. El 19 de junio escribe desde Baltimore:
De regreso, aunque la noche estaba oscura, encontramos mucha gente paseando por las cercanías del monumento [a Washington], y acompañando la música de la retreta que recorria el campamento. La luz de las casas algo distante y la de algunos faroles suministraban la suficiente claridad para ver los bultos. La temperatura era deliciosa, y el aire estaba embalsamado por el aroma sensual de las flores de los árboles. Aquella escena medio militar y medio civil, en aquella hora, en aquel parage, alrededor de un monumento glorioso, por un pueblo feliz digno por sus costumbres de la ventura que posee, hizo en mi alma una dulce impresion. Todo, escepto la música se pasaba en silencio como en caso todas las reuniones del pueblo americano. Voy creyendo que el ruido y la algazara no son los signos de la verdadera felicidad; mas bien los emplea el infeliz que se embriaga un momento para ahogar sus disgustos y hacer callar sus penas, que no el ciudadano venturoso y tranquilo con el goce de instituciones liberales y los placeres de la vida doméstica. Yo ví en Europa al desgraciado menestral aturdirse el domingo, en los suburbios de las grandes ciudades para olvidar que al dia siguiente no hallaria jornal con que alimentar su numerosa familia; yo he visto reir, cantar y bailar con estrépito los esclavos de las fincas de Cuba, esccitados por el aguardiente y el ardor de una constitucion lasciva que se irrita con el ejercicio; y veo tranquilos y silenciosos á los hombres libres de los Estados-Unidos. Cuanto mas observo esta sociedad, mas me admira y me sorprende. ¡Qué ideas tan diversas tenia yo de esta república, y cómo se engañan los que en Europa creen que la libertad está siempre asociada al desórden, la inmoralidad y la irreligion! Si las clases supersticiosas y fanáticas, y las que bajo el manto sagrado de la religión, la degradan y desacreditan, viniesen á los Estados-Unidos á observar las costumbres de un pueblo eminentemente liberal, gozando en calma de todas las ventajas de sus instituciones, no mostrarian las unas tanto horror por las innovaciones, ni perseguirian las otras con tanto encarnizamiento á los que predican la libertad del hombre. (La Sagra, 1836: 115-116)
La cita es larga, pero da cuenta en primer lugar del contraste que experimenta el viajero entre la imagen proyectada y la imagen real de ese país, en este caso de ese carácter nacional. En segundo lugar, de la radicalización en la polaridad establecida entre la sociedad europea y la americana. El proceso es común desde la visión colonial. Adviértase la contraposición entre espacios, costumbres y actividades. Mientras que en los suburbios de las grandes ciudades europeas reina el “ruido” y la “algazara” de una sociedad embriagada, en el paseo de Baltimore la música de fondo, la “temperatura deliciosa”, la atmósfera aromatizada acompañan a un “pueblo feliz” que goza de su libertad tranquila y sosegadamente. El contraste es extremo al trasladar el esquema a la isla de Cuba, puesto que debido a la visión colonial de La Sagra, el escritor focaliza su atención en los esclavos y establece una radical diferencia de raíz fisiológica: en los momentos de ocio los esclavos de Cuba ríen, cantan y bailan favorecidos por su “constitución activa”, que se excita con el alcohol y el ejercicio. 8Es preciso tener en cuenta además que La Sagra se centra en esta ocasión en las costumbres de los artesanos y menestrales, de la clase trabajadora, y no parece que haga distinción entre el jornalero americano o europeo (aunque en el texto que se comenta el trabajador europeo no tiene salario) y el esclavo de Cuba.
Este proceso de idealización de las costumbres americanas no es uniforme ni en todas las costumbres ni a todas las clases sociales. Como se verá, en ocasiones La Sagra pronostica los riesgos que entrañan algunas costumbres americanas y los peligros que pueden implicar la adopción por parte de los americanos de las costumbres europeas. Así ocurre en relación a la organización del proletariado y su poder en la sociedad civil. El 5 de junio refiere La Sagra desde Filadelfia:
Al ir antes de ayer al Ateneo, atravesando el hermoso parque de la casa de la Villa, encontré una numerosísima reunion de artesanos, que allí celebraba su junta ( meeting ) para convenir en no trabajar mas de diez horas al dia, ó sea solo hasta las seis de la tarde. Los operarios reunidos eran carpinteros, y parece que en dias anteriores se habian juntado los albañiles, sastres, etc., y que seguirian todos los de las otras profesiones. Atendiendo al estado de las cosas en este pais, que conseguirán lo que desean. La clase proletaria es fuerte, numerosa, atrevida y casi omnipotente por la proteccion que la dispensan los actuales agentes del gobierno ejecutivo; asi es que siempre gana en las elecciones. Veo en estas un vicio, pues de hecho entran á votar infinitos individuos que no estan domiciliados, ni tienen los requisitos que previene la ley; pero donde no se usan pasaportes, y donde el partido dominante tiene un grande interes en aumentarse, no es fácil averiguar la certeza de las condiciones requeridas, á parte de la propension que hay para prescindir de ellas: asi es que toda la turba advenediza de Irlandeses, da su voto sin derecho para ello. La osadía de estas clases se anuncia ahora con peticiones sobre sus intereses materiales, como he visto en New-York, y como estoy presenciando aquí. Creo, sin embargo, que aun no se hallan instruidos del secreto de su omnipotencia; cuando eso suceda, pueden acontecer desastres por fruto de las pretensiones ecsageradas de un partido, que desgraciadamente no es el más instruido. (La Sagra, 1836: 61-62)
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