Pero las páginas de Cinco meses en los Estados-Unidos no ofrecen únicamente datos, informes exhaustivos sobre las instituciones que visita o descripciones de monumentos y edificios. El volumen es algo más que un libro de viajes socioeconómico. Se revela también como una especie de viaje iniciático y no sólo porque transforma a La Sagra “de ‘naturalista’ en ‘filántropo’”, en palabras de Cambrón Infante (1998: 219), sino porque muestra al ilustrado al completo. Me refiero al La Sagra, que se manifiesta como hombre sensible, capaz de penetrar en el mecanismo entre las relaciones de madres y niños (La Sagra, 1836: 270-271) y que refiere su experiencia de lo sublime en las cataratas del Niágara:
Esta rara complicación de sonidos, el singular aspecto de los rayos de luz vacilante, que á veces penetraba para dejar percibir, de una manera indefinible, las aguas en su despeño; esta atmósfera tan fuertemente conmovida, bajo una bóveda formada por una roca vertical y un mar despeñado en su cima, ofreciendo una verdadera imágen del caos, produjeron en mi alma una impresion tan nueva, tan fuerte y tan intensa, que no olvidaré jamas. Creí hallarme caminando á la eternidad misteriosa, en medio de las ruinas del mundo, sin que el disgusto, el temor, ni ninguna pasion, se apoderasen de mí un solo instante. La memoria de este gran sentimiento físico, se unirá siempre en mi imaginacion á la de una nueva época en mi ecsistencia moral, determinada por mi viaje á los Estados-Unidos. (La Sagra, 1836: 263)
La “catarata imponente” (La Sagra, 1836: 260) desvela a La Sagra, en “una escala prodigiosa en su estensión y movimiento” (258), la “naturaleza joven” (259) de América del Norte.
Grabado incluido en Etats-Unis d’Amerique de Roux de Rochelle Publicado por Firmin Didot Freres, Paris, 1837
No obstante, su verdadera fascinación nace con el descubrimiento paulatino de los mecanismos de funcionamiento de la sociedad americana basada en los principios de la democracia, de esa soberanía que reside en el pueblo americano y de su entidad moral. Todo ello es referido por un viajero que se entusiasma con lo que ve, y siente la obligación de trasladarlo a la vieja Europa y a España para que pueda ser de provecho. Es consciente, como Tocqueville, de la inoportunidad de intentar trasladar a su patria las instituciones de los Estados Unidos como modelo, puesto que, según él, “en la época presente de regeneracion” (La Sagra, 1836: X), su patria no está todavía preparada. En 1835 España se encontraba inmersa en la configuración del estado liberal, encendida por una guerra civil, y gobernada por la débil regencia de María Cristina.
No seré yo, ciertamente, el que brinde con los sazonados frutos del árbol frondoso y robusto que vegeta en el privilegiado suelo de los Estados-Unidos, al pueblo español tan malamente dispuesto para digerirlos; antes por el contrario, suplicaré y ecsortaré a los amantes sinceros del bien de nuestra patria, que reunan y concentren todos sus conatos para difundir la instruccion literaria, moral y religiosa en las masas, antes que ecsaltarlas con la imágen de bienes que no pueden concebir, y que por lo mismo promuevan el establecimiento de los principios sobre que estriba la felicidad social, el desarrollo de las fuerzas productoras, únicas que pueden favorecer la vegetacion del tierno arbusto de nuestra libertad, y dejen que el tiempo y la naturaleza operen su completo desarrollo hasta la virilidad, época marcada por la inflorescencia y la fructificacion. (La Sagra, 1836: XII-XIII)
La alegoría naturalista, que refleja la dedicación de La Sagra a las ciencias, pone también de manifiesto una visión cercana al despotismo ilustrado que recorrerá las páginas de Cinco meses en los Estados-Unidos , aplicada a diferentes ámbitos. El principio esencial del que parte es la necesidad, en primer lugar, de una “instruccion literaria, moral y religiosa en las masas” (La Sagra, 1836: XII) que sitúe a la nación en el estado idóneo para aplicar los principios de la libertad y la democracia. Como Tocqueville (Tocqueville, 2007: 43-44; Schleifer, 2007: 41-42), aunque de distinto modo, La Sagra no pretendía trasladar las leyes americanas a España, ni tan siquiera sus costumbres, pues era consciente de que las costumbres establecidas en la sociedad americana emanaban de la sólida educación moral de sus habitantes, de la que carecían, según su opinión, los españoles. Por esta razón insiste en la necesidad de una profunda reforma moral del pueblo español y no puede evitar pensar en su patria: 6
¿Qué necesita, pues, una sociedad constituida de la manera que se halla la de España? – Educarla y reformarla . No hablaré de la reforma política y administrativa, objeto de la revolución actual, y mirada de distinta manera y bajo dos diversos aspectos por los partidos que despedazan el seno de la patria. Mi objeto, en las indicaciones que este libro ofrece, se limita á recomendar la educacion primaria y la reforma moral del pueblo español. (La Sagra, 1836: XXI)
A pesar de que el autor niegue la posibilidad de que pueda trasladarse a España el modelo de vida norteamericana, no deja de insistir en la comparación de aquello que analiza frente a lo que conoce. La Sagra es consciente del rechazo que provocará el modelo entre los liberales y los absolutistas españoles, por razones completamente distintas:
que si por ejemplo ciertos liberales se alarman por la severidad de los deberes morales y religiosos que aquel pueblo ha sancionado, los absolutistas se escandalicen también al oir que se les recomiendan las costumbres y la religiosidad de los republicanos. Por única respuesta diré á los primeros, que en vano buscarán otras bases para establecer la felicidad de la nacion española; y á los segundos les aconsejaré que si desean hacer amable y respetable la religion cristiana, imiten la conducta de los hijos de la libertad. (La Sagra, 1836: XXIV)
Por otra parte, a veces, el binomio se desplaza de Estados Unidos / España a Estados Unido / Europa.
Al reflecsionar sobre los erróneos principios que fomentan y sostienen los vicios, parece que la Europa, no obstante, el grado maravilloso de civilizacion que ha alcanzado, se halla bajo el influjo del genio del mal que atiza el fuego de los desórdenes y sopla su llama esterminadora sobre las clases mas numerosas, empleando como materias combustibles el mismo refinamiento del lujo y los ardientes incentivos que arrastran, con una especie de furor, ácia los goces sociales, que casi siempre piden el sacrificio de la virtud. Los hombres filantrópicos se afanan, los gobiernos ilustrados se esfuerzan por atajar un incendio que tiende á consumirlo todo; pero agotan en vano sus esfuerzos, porque cuando mas solo consiguen ocultar las llagas y ahogar los clamores de las víctimas. (La Sagra, 1836: XV)
Para el proyecto colonial en el que se inscribe el pensamiento del autor, que se presenta en divisiones binarias y una visión totalitaria, el viejo continente europeo en el que ocupa un lugar peculiar España se identifica con términos como “decrépita”, “vicio”, “lujo”, “galantería” “desorden”. Frente a la soberanía moderna europea aparece un nuevo concepto de soberanía que se hermana con “libertad”, “democracia” “actividad”, “templanza”, “educación”, y culmina con el término “felicidad”. Su visión colonial, no olvidemos la misión de La Sagra en Cuba, determina también el paternalismo con el que mira a “los pueblos de la América que hablan nuestra misma lengua, y que en la nueva carrera de regeneracion que se proponen seguir, necesitan los consejos y las noticias de todos los amantes de la humanidad” (La Sagra, 1836: XXVI). En esencia, lo que admira La Sagra, como admiran también Tocqueville y Beaumont, es esa nueva soberanía que se dota de poder y que se enfrenta a la “vieja” soberanía moderna europea.
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