AAVV - Nación y nacionalización

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El estudio de los procesos de nacionalización, esto es, de la difusión social de las identidades nacionales, es uno de los aspectos centrales para el campo de investigación dedicado al nacionalismo. Sin embargo, se trata de un ámbito que cuenta todavía con una relativa escasez de trabajos, especialmente cuando se aborda desde una perspectiva comparada. El presente volumen se dedica al estudio de los procesos de nacionalización en los marcos de los Estados-nación europeos. El caso español es objeto de especial atención, aunque desde una perspectiva comparada con los países de su entorno, lo que permite plantear dudas acerca de la supuesta excepcionalidad del proceso de nacionalización español. El volumen se compone de trece estudios escritos por historiadores procedentes de nueve universidades europeas y españolas.

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Nada significa lo nacional si no le damos el sentido de una tarea histórica concreta. ¿Es que acaso, en definitiva, es otra cosa una nación que esa tarea expresada en el concepto de unidad de destino? Frente a lo puramente nacional, fórmula abstracta y vacía, proclamamos lo falangista que da a lo nacional vida y configuración en el presente. Lo nacional a secas tenía validez tan solo frente a lo rojo, que constituía en cierto modo su necesario contorno dialéctico. Pero ahora que lo rojo, difuminado por la derrota, carece de concreta existencia política, ningún valor tiene tampoco la mera fórmula vacía de lo nacional y se impone, por tanto, aclarar nuestro propio ser, no por lo que pueda estar fuera de nosotros en el interior de España, sino por lo que positivamente somos. No por lo que sea la nación como materia histórica, sino por la forma estatal que apasionadamente queramos infundir en ella. Y por la misión que tiene que cumplir en el mundo. 11

Por la vía del fracaso con José Antonio Primo de Rivera o por la del éxito, como acabamos de ver, el proyecto totalitario y el mito «universalista» de los falangistas terminaban por desprenderse de la nación en tanto que «materia histórica». Otra cosa es, naturalmente, que estos falangistas revolucionarios estuvieran a punto de saborear, no las mieles del éxito de su Europa totalitaria, sino las amarguras de un fracaso, el de mayo de 1941, que terminaría por devolverles a la nación concreta.

No muy distintas eran las cosas en la Italia fascista , con la esencial diferencia, claro es, de que lo que en España no pasó de ser el sueño rápidamente truncado de la Falange, en Italia era un proyecto en curso de realización. Y, desde luego, no es arriesgado suponer que lo que decían los españoles tenía mucho que ver con cuanto sabían y leían sobre las experiencias y proyectos de los fascismos, italiano y alemán, en el poder.

En Italia, en efecto, el proceso de apropiación de la nación por el fascismo se estaba llevando, ya en tiempos de la guerra mundial, al extremo. El partido y la nación se fundían en una sola entidad, pero solo para pretender a continuación la preeminencia del primero sobre la segunda. Ser fascista equivalía ya a la única forma de ser nacional, incluso en términos de ciudadanía. 12 Desde una perspectiva más amplia, el mito de la nación venía «riassorbito all’interno della política fascista , diventando parte e non fine di questa, nella nuova sfida tra totalitarismo e democracia liberale». 13 La ideología se sobreponía a la nación, y lo hacía ya claramente en nombre del imperio, del universalismo fascista y de la revolución. Desde estas premisas podía afirmarse –recuérdese lo que apuntaba Lissarrague– que el problema de la nación era solo una fase del desarrollo de la revolución fascista. Y una fase ya superada por esa revolución que habría de ser universal o no ser. No solo en Italia. Se pretendía que en toda Europa el principio de la nacionalidad era ya una cosa del pasado. 14

Es cierto, por otra parte, que los fascistas italianos recurrían al principio de nacionalidad cuando se trataba de diferenciarse, para mostrar su propia superioridad ideológica respecto del aliado nazi. Pero no por eso dejaban de encontrar un punto fundamental de acuerdo, consistente, precisamente, en la superación de las viejas concepciones de la nación, de los nacionalismos del pasado. Lo decía Camillo Pellizzi en una conferencia en Berlín, en 1942, supervisada por Mussolini: 15

Le ragioni della razza e della nazione sono riconosciute come una legge che no debe essere dimenticata, anche perché a queste nazioni è affidata la tutela del principio rivoluzionario nell’avvenire. Ma in ultima analisi la nazione, anche nel suo interesse, è a servicio dell’idea che essa impersona, e non il contrario. Perciò il «nacionalismo» implícito nei nostri due movimenti è di natura tale da superare il concetto stesso di nazione, quale si era venuto delinendo nella civiltà democratica e liberale. In questa civiltà, la nazione racchiudeva in sé i valori supremi della vita dei popoli, come l’individuo singolo rappresentava il valore supremo della vita interna di ciascun paese.

Revolución y guerra se convertían en una y la misma cosa. Y esta última devenía así, como lamentaría Grandi, en «guerra ideológica», «guerra de religión», «guerra revolucionaria», «guerra fascista», «guerra de partido». 16 Y todo ello –como reprocharían sus críticos en la noche del Gran Consejo Fascista del 25 de abril de 1943– por encima y en detrimento de su carácter de guerra nacional. Tras apropiarse de la nación, el fascismo la había trascendido en nombre de su proyecto político revolucionario. El resultado, como sabemos, fue el desastre.

LA NACIÓN DE LOS NACIONALISTAS

Charles Maurras y Acción Francesa constituyeron, como es sabido, el gran referente del nacionalismo reaccionario, europeo o no, a principios del siglo XX. Lo que no quiere decir, como se verá, que todos los nacionalismos de esta índole fueran idénticos o respondieran a un patrón o código teórico dogmáticamente fijado por el ejemplo francés. Con todo, del mismo modo que los maurrasianos llegarían a impregnar, mucho más allá de su capacidad organizativa, el pensamiento y las actitudes de sectores fundamentales de la derecha francesa, se constituyeron también en el gran espejo en el que se miraron, para reafirmarse o para diferenciarse, los nacionalismos reaccionarios de los distintos países. 17 La experiencia francesa constituye, por ello, un punto de partida imprescindible al objeto que aquí venimos analizando.

Era, en efecto, la Acción Francesa del nacionalismo integral, de la «politique d’abord», de la «France d’abord», de la «monarquie d’abord», del regionalismo; del antiliberalismo y la antidemocracia; del antirromanticismo y el antigermanismo. La enemiga visceral de los enemigos «confederados», judíos, masones, protestantes y metequos; la de una Revolución francesa que acabando con las bases de la grandeza del idealizado Antiguo Régimen, habría abierto los caminos de la decadencia nacional.

Todavía se discute acerca de cuáles fueron los momentos de plenitud y retroceso de esa cultura política tras la Gran Guerra. Aunque parece fuera de duda que la ambigua condena papal y los sucesos de 1934 hubieron de lacerar su capacidad de incidir en la vida política nacional, no es menos cierto que, como se ha señalado, la penetración social de las ideas maurrasianas era de todo menos despreciable. 18

Fue esa Acción Francesa la que iba a enfrentarse al momento del juicio, a la gran prueba, a raíz de la derrota de Francia en 1940 y el acceso al poder de Petain. No es que se constituyese en la única y directa fuente de inspiración del régimen de la «revolución nacional», pero sí fue la más importante, al menos en el llamado «primer Vichy». 19 Pero todo ello se producía en el marco y como consecuencia de la derrota, con una Francia partida entre la zona de ocupación y la que controlaba Vichy. Y de ahí la «gran prueba». Porque una organización nacionalista no podía sino desarrollar un discurso de este signo ante la nueva situación. Lo hizo de una forma en apariencia consecuente con la acuñación del lema de la «France seul», que se inscribió en el frontispicio del periódico y que podría constituir la mejor concreción para esos momentos de la idea de la «France d’abord». Ni con los alemanes ni con los ingleses, ni con los colaboracionistas ni con la resistencia, frente a esta última y frente al europeísmo filonazi de los fascistas franceses. Solo Francia, Francia por encima de todo, puro patriotismo, pues. 20

¿Puro patriotismo? Hay que decir, en primer lugar, que la «divina sorpresa» lo era también, cuando no fundamentalmente, en la medida en que suponía la concreción de un régimen antiliberal, antidemocrático, antimarxista, antisemita, incluso «regionalista». Lo más parecido posible al proyecto reaccionario que había defendido siempre Acción Francesa. Sobre todo, no hubo ninguna «equidistancia» en la condena del colaboracionismo filonazi y la resistencia. Por una parte, se condenaba un colaboracionismo, el fascista, para defender –juegos retóricos al margen– otro, el del propio régimen de Vichy. 21 Por otra, la condena de la resistencia adquirió los tonos más virulentos, hasta el punto de pedir la mayor y más brutal de las represiones para los «terroristas». No en vano estaban entre ellos comunistas y masones, no en vano Maurras seguía bramando contra los judíos haciéndolos responsables de todo, 22 es decir, los enemigos «confederados» de siempre materializados ahora en la resistencia. Exigiendo el aplastamiento de esta, que era la que estaba luchando efectivamente por la nación francesa, Maurras y la mayoría de los maurrasianos venían a anteponer, en suma, su proyecto político sobre el «nacional»; 23 en eso consistía su nacionalismo. Michel Winock lo ha sintetizado a la perfección: «Plus conservative que nationaliste, plus nationaliste que royaliste, l’Action française n’a pu néanmoins resister à l’épreuve de l’événement, tombant de la “divine surprise” à la “revanche de Dreyfus”». 24

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