Desde el punto de vista económico, el principal condicionante de la Revolución Industrial es la disponibilidad y, por lo tanto, el buen precio de los alimentos. Aunque no hay una relación directa entre revolución agrícola y Revolución Industrial, esta solo es posible si la productividad de los trabajadores agrarios es bastante elevada para generar un excedente que permita alimentar a una creciente masa de población no productora directa de alimentos. A finales del siglo XVIII, Gran Bretaña era el único país que podía mantener a la mitad de la mano de obra fuera del sector agrario, lo cual permitía liberar población y aportar capitales a la ciudad y la industria, al tiempo que alejaba el techo maltusiano.
Igualmente importante es la tradición manufacturera: un sector industrial difícilmente surge de la nada. Gran Bretaña fue un país precozmente industrializado gracias a la difusión de la industria rural. De hecho, los primeros estadios de la industrialización no son más que la culminación del proceso de protoindustrialización, la aplicación de máquinas a algunos procesos de la industria textil: máquinas que no hacían otra cosa que imitar las acciones humanas, mecanizándolas y haciéndolas, por lo tanto, más rápidas, más regulares y exentas de cansancio.
La existencia de un mercado previo, ampliable a medida que los productos pueden ser ofrecidos más baratos, es otro condicionante importante para la consolidación de la Revolución Industrial y de los procesos de imitación posteriores. El fuerte grado de urbanización de la población británica y la importancia de la población asalariada, incluso en el campo, hacían que la sociedad británica fuera mucho más al mercado que las sociedades continentales.
El comercio exterior y el dominio de importantes espacios coloniales representan una ampliación del comercio interior, y son importantes como fuente de materias primas (especialmente algodón) y también como mercado manufacturero, pero carecen para el proceso de industrialización británico del papel relevante que le habían otorgado autores como Deane y Cole (1969), y más recientemente Pomeranz (2000).
De hecho, el comercio es importante como elemento previo a la industrialización, pero una vez puesta en marcha esta, la relación de causa-efecto va de la industria al comercio (Mokyr, 1977). Este hecho enlaza con la discusión sobre si en el origen de la Revolución Industrial pesa más el empuje de la oferta o el estímulo de la demanda. Desde el punto de vista de la ciencia económica, la respuesta es clara: la demanda no es un factor independiente que dé lugar al crecimiento de la renta. Por lo tanto, la demanda solo puede cambiar, pero no crecer: el aumento de la demanda de un producto exige disminuir la demanda de otro u otros productos. Pese a ello, desde el punto de vista tecnológico, la demanda de un producto estimula la investigación de innovaciones que permitan aumentar la producción. El objetivo de las primeras máquinas era producir más, no producir más barato, pero el resultado fue que producían más y más barato. En consecuencia, el estímulo de la demanda pone en marcha el proceso de producción, pero su continuidad y ampliación hay que buscarlas en la oferta, en la capacidad de las máquinas de ampliar el mercado mediante el descenso de los precios. De hecho, el inestable equilibrio oferta-demanda (siempre más cantidad a menor precio) es el que permite la expansión del mercado y la continuidad en el proceso de crecimiento, es decir, el desarrollo económico.
El último condicionante de la aparición de la Revolución Industrial es el estado. Según cuál sea la organización estatal y su política económica, puede constituir una ayuda o un obstáculo al proceso de industrialización. Según North (1984), el crecimiento económico solo es posible en una sociedad en la que productores, consumidores y autoridades interactúen y colaboren por medio de leyes promulgadas y hechas cumplir por el estado, leyes que aseguren los derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos y, a la vez, mediante reglas informales de comportamiento social y económico que regulen la interacción. En el caso de Gran Bretaña, tras la Revolución Gloriosa (1688) la organización del estado era distinta y más moderna que la de los países competidores: disponía sobre todo de una mejor especificación de los derechos de propiedad y había eliminado (legalmente o en la práctica) las regulaciones de la actividad económica. Todo ello hacía que el mercado británico fuera lo más parecido al libre mercado propugnado por Adam Smith. Al mismo tiempo, los impuestos, aprobados y controlados por el Parlamento, eran más bajos, menos mal distribuidos y mejor gastados que en otros países. Por último, la política del Gobierno estaba atenta a la seguridad del reino y al crecimiento de la economía: en todas las guerras del siglo XVIII en las que participó, Gran Bretaña obtuvo beneficios comerciales o coloniales.
Gerschenkron (1968) defendía que el estado puede suplir las deficiencias del mercado y sustituir la inversión de los particulares por inversión pública con la finalidad de provocar el inicio de un proceso de industrialización. Sin embargo, las industrializaciones impulsadas por el estado solo tienen posibilidad de éxito si la diferencia entre el mercado existente y el necesario para el arraigo del proceso de industrialización no es demasiado grande. La razón es que, a medio plazo, la ayuda estatal, tanto si se financia a través de impuestos como si lo hace a través de deuda pública, deprime la demanda y causa graves disfunciones económicas.
3. Innovaciones técnicas y transformaciones económicas
Las mejoras en la producción agraria e industrial, el tamaño y la organización del mercado y la ayuda estatal forman, en conjunto, el terreno abonado para la aparición y la consolidación de la Revolución Industrial. Los inventos se produjeron, y sobre todo se aplicaron, donde y cuando las condiciones económicas eran favorables. Pero la existencia de estas condiciones favorables no prejuzga la adopción de las innovaciones: el núcleo de la Revolución Industrial es la innovación tecnológica. Según Allen (2009), las innovaciones se aplicaron porque en Gran Bretaña la mano de obra era comparativamente cara y las fuentes de energía y el capital relativamente baratos: la Revolución Industrial solo arraiga cuando se dan estas condiciones, razón que explica la lentitud de su difusión.
El hecho clave de la Revolución Industrial es el proceso de cambio técnico acelerado y sin precedentes (Mokyr, 1990). El progreso técnico tiende a producirse en los sectores más activos de la producción y suele ser al mismo tiempo discontinuo y arracimado. Normalmente, las innovaciones no aparecen en cualquier sector, sino en los sectores más activos, de modo que el progreso tiende a ser autocorrelacionado: nada genera más innovación que el progreso técnico anterior. Por lo tanto, las innovaciones tienden a concentrarse en momentos y sectores determinados, normalmente cuando el aumento de la demanda de un producto incita a la búsqueda de innovaciones que permitan mejorar la rapidez y la productividad del proceso y aumentar los beneficios.
El progreso técnico se produce por la aparición de un conjunto de macroinventos que, una vez aplicados, originan un flujo de microinventos. Los macroinventos son ideas radicalmente nuevas que aparecen muy de tarde en tarde, producen un fuerte impacto en la producción y estimulan la inversión por los beneficios que proporcionan, pero tienen un rendimiento económico progresivamente decreciente (Crafts, 1995). Los microinventos son las mejoras que se añaden a un macroinvento para obtener aumentos en la producción, disminución de costes o comodidad y seguridad en el proceso, o para adaptar el macroinvento a otro sector productivo. La combinación de macroinventos y microinventos provoca una disminución del coste del producto y un crecimiento autosostenido de la renta per cápita que hacen posibles mercados cada vez mayores y, por lo tanto, un crecimiento acelerado.
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