Las técnicas constructivas mejoraron mucho a lo largo de la etapa preindustrial –basta con ver cualquier catedral gótica o barroca o palacios como el de Versalles–; en cambio, el instrumental y la maquinaria disponibles cambiaron muy poco. Aun así, se trata de una actividad importante, por un lado por la cantidad de gente y oficios a los que daban trabajo las grandes obras; por otro, porque a menudo se trataba de trabajadores itinerantes, con la facilidad para la difusión de conocimientos técnicos que ello supone.
De todos modos, los avances más importantes en la construcción se dieron en los astilleros: la construcción naval se convirtió en la industria más compleja de la época y una de las que requería más inversión de capital. Sobre todo en Holanda y en Venecia, los astilleros estaban equipados con grúas y sierras mecánicas y se fabricaban piezas estándar para facilitar la construcción y las reparaciones. El resultado fue un enorme crecimiento de la capacidad de transporte, encabezado por Holanda. La flota holandesa pasó de unas 50.000 toneladas a principios del siglo XVI a unas 500.000 a finales del siglo siguiente, momento en el que representaba la mitad del tonelaje europeo. La construcción naval tenía importantes efectos de arrastre sobre otras industrias: fabricación de velas y cuerdas, metalurgia, etc.
Hubo muchas otras innovaciones, la mayor parte conocidas desde la baja Edad Media pero que se difundieron en los siglos XVI y XVII, como la imprenta, los tapices, las porcelanas, los relojes, los juguetes mecánicos, las lentes ópticas (gafas, telescopios) y los instrumentos de navegación. Su escasa importancia como industrias no debe hacer olvidar su papel como especialidades locales o regionales, pero sobre todo la trascendencia de algunas. Señalaremos únicamente la importancia de la imprenta como difusora del conocimiento, la mejora que el instrumental náutico significó para la navegación y el comercio y, especialmente, el aprendizaje para innovaciones mecánicas posteriores que significó la fabricación de relojes y de juguetes mecánicos.
3.5 La organización de la producción
En cada ciudad la actividad artesana fue organizándose en asociaciones de oficio o gremios. El gremio era la asociación de maestros de un mismo oficio, organizada, reconocida y regulada por el municipio. Sus finalidades eran el monopolio del oficio (nadie podía ejercerlo si no era admitido como maestro en el gremio correspondiente) y el control de la actividad, velando por la calidad del producto. Cada gremio disponía también de mecanismos de ayuda mutua y aseguraba la representación del oficio en los órganos de poder municipales. Aunque solamente los maestros del oficio formaban parte del gremio, este albergaba también indirectamente las otras dos categorías profesionales típicas de la época, el aprendiz y el oficial.
Los gremios de oficio fueron importantes hasta el siglo XVII y, a pesar de sufrir una clara decadencia en el XVIII, en algunos países como Alemania llegaron hasta mediados del siglo XIX.
Gran parte de la producción artesana, incluso la destinada a mercados lejanos, siguió obteniéndose en el marco de la organización gremial, en especial en Italia, Francia y Alemania, pero incluso allá donde los gremios mantenían su vigor, la producción para el comercio a larga distancia, más masiva y dependiente de los gustos de zonas lejanas, pronto escapó al control de los maestros gremiales para pasar a manos de empresarios que dirigían la producción, indicando las cantidades y calidades que deseaban, y a menudo avanzando materias primas o dinero y fijando por adelantado el precio de los productos. En este último caso, el maestro gremial se convertía en trabajador a tanto la pieza, aunque por regla general continuaba siendo propietario del taller y del instrumental, es decir, del capital fijo. Así pues, la organización gremial se mantiene, pero esconde unas relaciones de producción diferentes.
El cambio de la estructura de producción gremial a la empresarial pasa por varios estadios intermedios hasta culminar en la fábrica. Encontramos en primer lugar el llamado putting out system (o Verlag System , en alemán): el empresario da trabajo a varios maestros y señala las características del producto y los plazos de entrega, logrando así la estandarización y el control de la producción. Existe todavía un aspecto más importante: si la elaboración de los productos implica procesos diferentes (como en la producción de tejidos, el trabajo de la piel o la obtención de productos metálicos), el empresario organiza toda la cadena de producción, haciendo desaparecer los mercados intermedios y procurando evitar los cuellos de botella que a menudo se producían en dichos mercados.
Sin embargo, el putting out system , nacido en el seno del mundo gremial, tendrá mucha más importancia con la difusión de la industria en el campo, situación característica de la Edad Moderna. Muchos empresarios comienzan a trasladar a las zonas rurales una parte creciente de la producción, de forma que se produce una división del trabajo: la obtención de algunos productos intermedios o de productos sencillos y los procesos intensivos en mano de obra poco o nada especializada se trasladan al campo, mientras que la ciudad mantiene la elaboración de productos de lujo y a menudo los acabados de los productos rurales, es decir, las operaciones que requieren mayor habilidad (más oficio). Esta deslocalización de la industria respecto a la ciudad obedece a dos razones principales: por un lado, evita la reglamentación gremial, lo cual permite por ejemplo ofrecer productos nuevos (que a menudo resultaban de calidad inferior, pero más baratos); por otro, aprovecha la disponibilidad de materias primas y el coste inferior del factor trabajo: en el campo, los ingresos familiares no dependían básicamente de la actividad artesana y el coste de oportunidad del trabajo era prácticamente cero en muchos momentos del año.
En muchos lugares de Europa la industria rural no superó este estadio de campesinos secundariamente artesanos, pero en las zonas de actividad más intensa, de mayor demanda de trabajo, se produjo una especialización superior: muchas familias pasaban a tener la producción artesana como actividad principal y completaban sus ingresos trabajando en el campo en los momentos de más demanda de mano de obra, y por lo tanto de jornales más altos. Es lo que se denomina protoindustrialización. El aumento de población no productora directa de alimentos que conlleva esta situación solo es sostenible si hay una zona agraria próxima capaz de incrementar su producción para proporcionar al área protoindustrializada los alimentos necesarios sin un aumento excesivo de los precios. Por lo tanto, la protoindustrialización favorece una integración del mercado que beneficia a todos los participantes: no solo a las zonas protoindustrial y agrícola, sino también a la ciudad próxima, punto a menudo de finalización y casi siempre de venta de los productos artesanos rurales y mercado en el que los trabajadores de las dos zonas podían adquirir más artículos. Ambos aspectos permiten ampliar el radio de mercado, interior y exterior, de la ciudad.
El concepto originario de protoindustrialización (Mendels, 1972) postulaba que se trataba de una fase previa a la industrialización. Sin embargo, la evidencia demuestra que muchas zonas protoindustriales nunca se convirtieron en zonas industriales, algo fácilmente comprensible: las principales materias primas protoindustriales eran la lana y el lino, mientras que los elementos definidores de la primera industrialización serían el algodón, el carbón y el hierro. No obstante, la fase de protoindustrialización era una buena preparación para la industrialización (aportaba conocimientos técnicos y de mercados), de manera que algunas zonas protoindustriales se transformaron en zonas industriales y otras apoyaron la industrialización de un área cercana.
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